C. S. Lewis decía que “Mirar hacia la tierra, trae desánimo, pero mirar hacia el cielo brinda esperanza y entusiasmo”. El cristianismo es una religión en la cual se nos invita a mirar hacia arriba, hacia las cosas eternas, y a no dejarnos envolver por lo temporal y lo terrenal.
Esta fue la razón por la cual el apóstol Pablo dijo: “…” (Colosenses 3:1-4). ¿Qué significa esto? Que nuestra mirada, nuestra esperanza y nuestra vida en general tiene que apuntar hacia el cielo y hacia la eternidad. En palabras más simples, la vida del cristiano tiene que ser una vida que apunta a las cosas eternas.
He descubierto que una de las razones por las que más se deprimen los cristianos y caen en la ansiedad y en el afán de la vida, se debe a que sus ojos no están puestos en la eternidad. Muchas veces, no han respondido a la pregunta ¿qué hay después de esta vida?
La creencia fundamental del cristianismo es que hay vida después de esta vida, y que Dios nos aguarda al partir de esta tierra. No obstante, muchos no están informados de las cosas por venir. Muchos no tienen en claro qué sucede después de esta vida. Y por ende, se debilitan y se dejan envolver por las cosas de esta tierra.
Esta semana, quiero invitarlos a reflexionar sobre algunos temas que la Biblia resalta que son fundamentales para la fe y para la esperanza. Quisiera hablar sobre los temas de la muerte, la eternidad, la resurrección y el arrebato de la iglesia. Esta es la razón por la que he titulado las Meditaciones de esta semana: “Más allá de esta vida”.
Es crucial para la fe mantenerse mirando hacia arriba, hacia el cielo. Solo así la fe puede fortalecerse y madurar. Porque cuando dejamos de mirar la eternidad en nuestro corazón y comenzamos a enfocarnos en lo temporal, comenzará nuestro descenso.
Supe de un misionero que estuvo 25 años predicando en las zonas más remotas del país. Durante todo ese tiempo hizo un gran esfuerzo por establecer iglesias y guiar a las personas a Cristo. Cuando tuvo que volver a su ciudad natal, dejó establecidas 4 iglesias y 4 pastores en su lugar.
No obstante, en el camino de regreso, sufrió un accidente en el cual perdió ambas piernas. Fue tal el accidente que estuvo una semana en coma. Al despertar, el doctor le comentó lo sucedido y le aseguró que recibiría ayuda profesional para superar aquel trauma. El pastor misionero guardó silencio por un momento, y después le dijo: “Pero si yo ya tengo toda la ayuda que necesito. ¿No le dijeron a usted que soy pastor? Dios me ha permitido pasar por esto y yo confío plenamente en Dios”.
Eventualmente, los amigos y los familiares venían a visitarlo. Cuando alguien lo veía sin piernas, con moretones por todo el cuerpo y el rostro golpeado, muchos lloraban y se lamentaban por él.
Sin embargo, aquel pastor, desde la cama les testificaba: “Pero, ¿por qué lloran por mí? Este cuerpo será transformado por Dios en la eternidad. Yo tendré piernas nuevas cuando mi Señor me resucité en el día postrero. Ustedes son los que me preocupan —y les preguntaba— ¿Ya son salvos? ¿Han recibido a Cristo? ¿Tienen ya la vida eterna?”
Él le decía a la gente que lo miraba que no lloraran por él, que no se lamentaran por su situación. ¿Por qué sucedió esto? Porque aquel pastor tenía puestos los ojos en la eternidad. Él sabía que la vida es solo la antesala de la eternidad y por lo tanto, resulta vano afanarse por lo que sucede aquí. Él sabía cuál era su destino.
Cuando el Señor Jesús caminaba hacia el monte de la calavera para ser crucificado, una multitud le seguía. Entre ellos había mujeres que lloraban por Él y se lamentaban. Pero él les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.” (Lucas 23:28).
Esto lo dijo porque conocía su destino, mientras que las personas que lloraban no sabían de dónde venían ni hacía donde iban, y por eso no tenían la esperanza eterna. Al no conocer al Salvador, a Jesucristo, las personas viven enfrascadas en el hoy, en el aquí, y no tienen la esperanza de salvación.
Sin embargo, aquella persona que conoce su destino, no se afana ni se perturba. Conserva la paz y tiene esperanza. Amados, Dios nos invita a levantar la mirada y contemplar la eternidad de vida que está reservada para todos aquellos que creen en Jesucristo.
Los invito esta semana a levantar la mirada, a apuntar nuestra vida hacia la eternidad. El Señor Jesús dijo, hablando del os tiempos finales, cuando se acerque el día del juicio final: “…” (Lucas 21:28). Así que, estemos de pie, firmes, levantemos nuestra cabeza, porque nuestra redención está más cerca que nunca.
Haga esta oración conmigo.
Amado Dios y Padre celestial, al ser tu hijo, Tú me has llamado a vivir una vida que apunta a la eternidad. Hoy comprendo que es un error dejarme envolver por el afán y la ansiedad de esta vida. Tú tiene mi futuro en tus manos. Ayúdame a mirar hacia el cielo, hacia la eternidad. Abre mis ojos para que pueda comprender la muerte, como tu Palabra la describe, la eternidad, la resurrección y el arrebato.
Pongo mi vida en tus manos y me preparo para conocer más y más de ti. En el nombre de Jesús. Amén y amén.
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