"Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (Juan 16:8).
Una de las mayores bendiciones que tenemos como hijos de Dios es la de ser guiados por el Espíritu Santo. Y podemos decir que uno de los más grandes deleites de Dios en relación a su pueblo es el de guiarlos y dirigirlos.
Por ende, debemos anhelar la guía del Espíritu Santo. Quien busca esta bendición con fervor, jamás será decepcionado. Esta clase de oraciones y deseos, por lo general, son acompañados por la respuesta afirmativa de Dios.
La amorosa guía de Dios
En la Biblia encontramos una enorme cantidad de versículos que hablan del deseo de Dios de guiar a su pueblo. En todos estos pasajes podemos ver el corazón de Dios.
Isaías 48:17 dice: “Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir”.
El Salmo 25:8-9 declara: “8 Bueno y recto es Jehová; Por tanto, él enseñará a los pecadores el camino. 9 Encaminará a los humildes por el juicio, Y enseñará a los mansos su carrera”.
Además, el Salmo 32:8 nos enseña la siguiente verdad: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos”. Como podemos ver, Dios resalta una y otra vez su deseo de guiar a los suyos por el camino de bendición, paz y misericordia.
Uno de los aspectos del ministerio del Espíritu Santo es guiar a los hijos de Dios y encaminarlos a la bendición, a la paz y a la esperanza. Esta fue la razón por la que Pablo reiteró “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” (Romanos 8:14).
Dios ha prometido que aquel que se disponga a ser guiado por el Espíritu Santo, indudablemente comenzará a escuchar la voz de Dios y, al obedecerla, llegará a ser poseedor de las más ricas bendiciones celestiales.
Jeremías dijo: “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos.” (Jeremías 6:16).
Si tan solo hacemos un alto en nuestra vida y pedimos la dirección y guía del Espíritu Santo, y si entramos en el camino de Dios, el buen camino, nuestra alma experimentará la bendición de la paz y tendremos descanso en nuestra alma.
Entonces, ¿cómo nos guía el Espíritu Santo en la vida cristiana? La respuesta se encuentra en Juan 16:7-8, que dice: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré“.
En primer lugar, el Espíritu Santo nos guía al arrepentimiento y a la conversión. Para esto, primero nos guía a comprender nuestros pecados.
El hombre, por naturaleza, está cegado ante sus pecados. Vive tan sumido en la desobediencia que ni siquiera logra darse cuenta de su propia maldad. Es como el pez que no sabe que está mojado.
Por eso, el Espíritu Santo viene y abre nuestros ojos al pecado y señala nuestra maldad para que nos podamos arrepentir.
Una mujer que se convirtió a Cristo hace aproximadamente dos años, sacó de su clóset una caja de ropa vieja que ya no se ponía. Mientras sacaba aquellas prendas no dejaba de sorprenderse.
En el tiempo que vivía sin Cristo, se vestía de una manera inapropiada y sensual. Pero cuando conoció al Señor, su vida experimentó una asombrosa transformación.
Tanto fue así que, incluso su forma de vestir fue cambiada. Al mirar aquella ropa que usaba en su pasado, pudo darse cuenta de la vida qué llevaba y se sorprendió de que su vida hubiera sido de esa manera. Con un suspiro dijo: “Señor, no me daba cuenta de lo perdida que estaba. Gracias por abrir mis ojos”.
De una manera similar, el Espíritu Santo comienza a abrir nuestros ojos y nos revela nuestro pecado. Entonces, nos guía al arrepentimiento y nos hace volvernos a Dios.
El día de hoy, pídale al Espíritu Santo que le convenza de pecado, que abra sus ojos para ver su propia maldad y poder apartarse de ella.
En segundo lugar, el Espíritu nos guía a la justicia. Debido a que el hombre es pecador no puede estar delante de Dios. Es un deudor ante la justicia divina. Esta condición se estableció cuando Adán y Eva pecaron, y fueron rebeldes ante Dios.
Por eso, era necesario que se ofreciera un sacrificio que expiara los pecados de la humanidad. Ese sacrificio fue Jesucristo. Cuando Jesús estaba en la cruz, clavaron sus manos y sus pies al madero con grandes clavos y tuvo que usar una corona hecha de espinas. Por esto, Jesús quedó cubierto de heridas y de sangre.
¿Por qué el Hijo de Dios tuvo que ser castigado tan severamente? La razón de los muchos sufrimientos del Señor Jesús son nuestras faltas y pecados.
Todo hombre está atado por el pecado y lleva una vida quebrantada por causa de él. Para liberar al hombre de su pecado y de su quebranto, Jesucristo padeció en la cruz.
Cuando el Espíritu Santo dirige nuestra vida, Él nos lleva a comprender esta verdad y nos guía a comprender la obra de la cruz en donde la justicia de Dios nos fue concedida por Cristo.
Cuando conocemos esta verdad llegamos a ser liberados y por consiguiente experimentamos victoria y paz.
En tercer lugar, el Espíritu Santo nos guía al juicio. ¿Qué quiere decir esto? En este pasaje, el juicio es el entendimiento de la vida, de lo bueno y de lo malo ante los ojos de Dios.
Por eso dice que el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. El diablo trata de influenciar a las personas para que piensen y juzguen las cosas como él, de una manera arrogante, orgullosa y sin reconocer a Dios.
El hombre tiene una manera muy particular de juzgar el mundo y de entender la vida. Isaías nos habla al respecto, cuando dice: ”¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!” (Isaías 5:20-23).
El juicio del hombre, está oscurecido por el pecado. Pero cuando viene el Espíritu Santo a nuestra vida nos lleva a juzgar el mundo y la vida con una juicio correcto.
Llegamos a decir como el apóstol Pablo que “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16).
Debemos orar continuamente como el salmista: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.” (Salmo 143:10).
Entonces, cuando vengan las tribulaciones, podremos contemplar a Dios y comprenderemos el propósito de la aflicción. A partir del día de hoy, llevemos una vida guiada por el Espíritu Santo.
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