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Un mandamiento nuevo

"Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" (Juan 13:34).


La Biblia enseña que la iglesia es el cuerpo de Cristo. Es decir, aquellos que han recibido a Cristo como Salvador y Señor, han venido a formar parte de su cuerpo.


Tales personas ya no pertenecen al mundo ni a la potestad de las tinieblas, sino que han sido radicalmente transformadas en nuevas criaturas. Entonces, ¿cómo deben vivir aquellos que han creído en Cristo, y cuál debe ser su actitud al ser la iglesia y el cuerpo del Señor?


Amor, misericordia y perdón


1 Corintios 12:27 declara lo siguiente acerca de los cristianos: “ Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”. Además, Efesios 4:15 añade lo siguiente: “Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”.

La iglesia, que es el cuerpo de Cristo, debe tener ciertas cualidades que la distinguen. ¿Cuáles son estas cualidades? Como hijos de Dios, debemos vivir en amor, misericordia, perdón y paciencia. Estas son virtudes propias y naturales del cuerpo de Cristo.


El Señor Jesús nos dijo en Juan 13:34-35 lo siguiente: “34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.

Este es el distintivo mayor de los cristianos: el amor y la misericordia. Debido a que somos la iglesia, no podemos caracterizarnos por ser conflictivos, contenciosos y arrogantes. No nos debe distinguir la ira o el rencor.


Por el contrario, debemos caracterizarnos por el amor en todas sus formas. El Señor Jesús dijo que, a través del amor entre nosotros, el mundo sabría que realmente somos sus discípulos.

Si queremos ser plenamente felices, lo más importante es tener armonía y paz en nuestras relaciones con otros. El ser humano es un “ser social” que no puede vivir solo o aislado, aun cuando quisiera hacerlo.


Conocemos a nuestros padre en el nacimiento, y nuestra personalidad es formada a través de nuestra relación con ellos. Al crecer, mejoramos nuestro carácter por medio de las relaciones con los maestros y los profesores en la escuela.

Una familia se forma cuando dos personas se conocen y se casan, e interactúan con otras

familias en la sociedad.


Por tal motivo, usted no puede vivir una vida plenamente feliz sino vive en armonía con los padres, la esposa o el esposo, con los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo o con otras personas.

La verdad es que esta clase de armonía y paz puede encontrarse solamente a través del amor de Jesucristo.


En la actualidad, vivimos en una sociedad urbanizada y altamente industrializada. En la sociedad agrícola del pasado, algunos recordarán que los vecinos se conocían bien unos a otros. Pero hoy es muy diferente. Hay una relación débil entre las personas. Hay mucha crueldad y falta de afecto.


En lugar de acercarse a otros con respeto, la gente menosprecia a otros y piensa en los demás como en herramientas generadoras de algún beneficio. ¿Cómo podemos provocar cambio, y cómo podemos tener armonía y paz, en una sociedad tan reseca como un desierto?

Cuando escuchamos la voz del Señor y venimos a Él, descubrimos su misericordia y llegamos a ser cautivos de su amor. Entonces los cambios suceden. Dios lo ama profundamente, y por eso, usted ama a Dios. Debido a este amor, su personalidad cambia, y luego encuentra valor y gozo en la vida.


Aquel cuya personalidad es transformada por el amor de Cristo, expresa amor hacia otros y bendice a otras personas por medio de ese mismo amor. A través de estos encuentros, las relaciones con otros se tornan armoniosas, y la felicidad empieza a florecer.


Por lo tanto, como parte del cuerpo de Cristo, debemos vivir vidas de amor, misericordia, perdón y reconciliación con nuestro prójimo. Lo más extraño del mundo sería que, al ser parte de la iglesia y tener comunión con Cristo, vivieramos con odio y rechazo hacia los demás.

Por eso, cuando nuestra comunión con el Señor se ve interrumpida, la arrogancia, la irritación y la impaciencia comenzarán a surgir de nuestro corazón. Después, nos volvemos intolerantes y replicamos por todo. Por eso, debemos cultivar día tras día nuestra relación con el Señor a fin de recibir su amor en nuestro interior.


El amor, en la Biblia, tiene varias manifestaciones. Por ejemplo, el amor se manifiesta a través de la misericordia. El apóstol Pablo dijo: “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).

Cuando el amor de Dios está presente en nuestras vidas, no podemos mantenernos rencorosos e irritados, sino que somos misericordiosos y compasivos con nuestro prójimo.


Una noche bien fría, durante la gran depresión en los años 20’s, en la ciudad de Oklahoma en los Estados Unidos, llevaron a un hombre temblando ante el juez por haber robado un pedazo de pan.

El hombre, asustado y hecho un mar de llanto, explicó que su familia estaba muriendo de hambre y necesitaba ese pedazo de pan. Además, no tenía trabajo. Frente a la corte, forcejeo con los policías para ponerse de rodillas.


Entre lágrimas, le dijo al juez: “Su señoría, soy cargador. Pero hace meses que nadie me da trabajo en los muelles. Me arrepiento de haber robado, pero ya no soporto que mis hijos coman basura y desperdicios”. Continuó: “Haré lo que me diga, su señoría. Si tengo que ir preso por mi crimen lo haré. Pido perdón por haber robado”.


Finalmente, explicó que sin esperanza alguna y con todo en su contra, había tomado el pedazo de pan y lo había escondió debajo de su chaqueta.

Atrapado ahora en su crimen en contra de la sociedad, estaba arrodillado ante el juez quien declaró: "Es necesario que te castigue. No podremos tener excepciones cuando se trata de la ley. Así que tu castigo será una multa de diez dólares”.


Mientras que el juez estaba mirando al hombre desesperado y temblando, puso su mano en su bolsillo, en su pantalón, debajo de su toga y sacó un billete nuevecito de diez dólares. Entonces dijo: "Aquí están tus diez dólares para pagar tu multa. Entrégalo inmediatamente al alguacil”.

"A propósito", continuó el juez, "voy a multar a cada persona en esta sala de juicio con un dólar, por el simple hecho de vivir en una ciudad donde un hombre tiene que robar un pedazo de pan para que su familia pueda sobrevivir”.


Con aquellas palabras, el alguacil tomó su sombrero y empezó a pasarla y colectar un dólar de cada persona en la sala. Luego volteó hacia el ladrón, le entregó $67 dólares. Con el dinero en la mano, salió de aquel lugar de juicio, aliviado y como el hombre más contento del mundo.

Si usted quiere ser feliz en esta vida, entonces tenga armonía en sus relaciones con otros. Y si quiere tener armonía con otros, entonces deje que su personalidad sea transformada por el amor de Jesucristo. Ame a otros con el amor de Cristo.


La iglesia de Cristo se distingue por el amor. Usted puede identificar a un verdadero cristiano porque el amor de Dios está en él.

A partir de ahora, manifestemos el amor, la misericordia, la paciencia y la compasión de Jesucristo en nuestras vidas, y mostremos al mundo la gracia y el perdón que hemos recibido.



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