Un encuentro con Jesús
- Marlon Corona
- 13 sept 2019
- 6 Min. de lectura
"Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero, sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él." (Lucas 5:13)
Toda persona guarda en su corazón una imagen propia. Eso es a lo que yo llamó la “Auto-imagen”. Si bien, esta palabra no aparece en la Biblia, podemos notar que a lo largo de las Escrituras, los hombres vivieron y actuaron en función de la imagen interna de su propio corazón.
No solo en el contexto de la Biblia, sino también en el ámbito de la vida cotidiana descubrimos que una persona es incapaz de ir más allá de lo que su imagen interna se lo permite. ¿Qué quiero decir con esto? Que cuando una persona tiene una imagen pobre de sí misma, marcada por la inferioridad y el fracaso, entonces todas sus palabras, acciones y pensamientos serán sojuzgados por esa misma auto-imagen. No obstante, cuando una persona se ve a sí misma sana, prospera y exitosa, entonces su vida será encaminada en esa misma dirección.
Al tener un encuentro con Dios, Él nos hace el regalo de una nueva imagen interna. Sin embargo, esa auto-imagen no está arraigada por las experiencias negativas, las heridas y el fracaso, sino que tiene su fundamento en la cruz del calvario, donde Cristo murió por nosotros.
Hubo una vez, un hombre campesino de escasos recursos, que tenía una única hija a la cual amaba con todo su ser. Ella tenía tan solo 5 años de edad y era el deleite de su padre. Un día, el hombre le regaló un pequeño espejo de mano para que ella jugara a peinarse y arreglarse.
Debido a su pequeña estatura, el único espejo de aquella casa le era inalcanzables. Por eso, el único reflejo que conocía de sí misma era el aquel que el espejo le proporcionaba. Al padre le encantaba ver a su hija sonriendo cada que miraba el espejo. La niñita, muy feliz, iba a todas partes llevando ese pequeño espejito y siempre que se miraba en él, le era imposible no sonreír.
Un día, mientras jugaba con su espejo sentada en su habitación, el espejo se resbaló de sus manos y cayó bocabajo golpeándose contra el piso. El sonido que hizo al caer asustó a la niñita, quien rápidamente se acercó a recogerlo. Al tomarlo nuevamente en sus manos y girarlo para ver su reflejo, se llevó una gran sorpresa al ver que se había roto en varias partes y su reflejo ya no era el mismo.
Al momento, comenzó a llorar asustada. Enseguida, su padre subió las escaleras hasta la alcoba de su hijita y la encontró en un rincón llorando. Cuando se acercó a ella, la niñita le dijo sollozando: “Papito, me he vuelto una niña muy fea. Ahora soy una niña de una cara muy fea”. El padre le preguntó: “Pero mi niña, ¿por qué dices algo como eso?” Entonces, su hija le mostró el espejo roto y le dijo: “Mira papi, mi cara no está en su lugar”.
El padre comprendió qué era lo que sucedía. Al romperse el espejo, la imagen que reflejaba estaba distorsionada. El padre, con mucho amor, tomó en sus brazos a su hija y la llevó al único espejo que había en la casa y, mirándose juntos, le explicó: “Mi niña, tú no eres fea. El reflejo que miraste después de que tu espejo se cayó, fue el reflejo de un espejo roto. Ahora que estás en mis brazos puedes verte en mi espejo como realmente eres. ¿Ahora lo entiendes? Tú eres bellísima”. Al instante, la niña recobró la sonrisa y abrazó a su padre.
A lo largo de nuestras vidas, llegamos a tener experiencias dolorosas, amargas y decepcionantes que rompen en mil pedazos la imagen interna que tenemos de nosotros mismos. Como consecuencia, comenzamos a vernos en relación a esos fracasos y heridas, y concluimos, consciente o inconscientemente que somos la suma total de todo ese dolor. Es ahí cuando nuestra autoestima se destruye y caemos en el complejo de inferioridad.
El día de hoy, muchas personas tienen en su interior una imagen distorsionada y arruinada de sí mismas. Muchos, por causa de los fracasos del ayer y las heridas ocasionadas a lo largo de su vida, se ven a sí mismos como personas sin valor, como miserables y derrotados, se menosprecian a sí mismos y caen en el complejo de la autodestrucción.
De hecho, la razón por la que una persona cae bajo el poder de los vicios destructivos, se debe a que su imagen interna está dañada y deteriorada. No solo esto, sino que una imagen interna incorrecta nos lleva a ser esclavos de la infelicidad, la debilidad y el fracaso. Todo aquel que tenga una imagen propia incorrecta y corrupta, nunca podrá ser libre del pecado.
A pesar de todo lo anterior, cuando tenemos un encuentro con Dios, recibimos la gracia de una nueva auto-imagen. La única manera en la que nuestra imagen interna puede cambiar es volviendo a Jesucristo. Esto se debe a que tener un encuentro con Jesús es tener un encuentro con la esperanza. El apóstol Pablo dijo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (Corintios 5:17).
En la Biblia, muchas personas se acercaron con fe a Jesús, y con la esperanza de cambiar su destino, y cada una de ellas recibió una respuesta de bendición. Dios nunca alienta una esperanza que vaya a defraudar, y nunca hace una promesa que no vaya a cumplir.
En Lucas 5:12, encontramos la historia de un hombre leproso que se encontró con Jesús y recibió un milagro asombroso: “Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
La lepra era una enfermedad terminal y muy dolorosa. Aquellos que la poseían, perdían todo: su identidad, sus bienes, su futuro e incluso a sus familias. La lepra puede ser comparada con la enfermedad de una auto-imagen corrupta por cauda del pecado y la rebeldía. Debido a que la lepra destruía el cuerpo de una persona, aquel leproso había perdido su identidad y su propia personalidad.
Así mismo, en la actualidad, muchos han perdido su imagen interna por causa de la enfermedad del pecado y por haber dado la espalda a Dios. ¿Qué podemos hacer en una situación como esta? En este relato, vemos que el leproso dobló sus rodillas ante Jesús. Esto es algo muy importante. Él es el Señor de todas las cosas, y es el único que puede ofrecer una verdadera salvación. Tenemos que rendir nuestras vidas ante el Señor y reconocerlo como el Salvador. Sin hacerlo es imposible recibir una respuesta de parte de él.
Además, podemos observar que este leproso hizo una petición: “Si quieres, puedes limpiarme” (v. 13). Cuando usted tiene un encuentro con Jesús y se rinde delante de él, entonces puede pedir con confianza y fe, y puede esperar un milagro. Entonces, Jesucristo, quien es Dios, sana su corazón y le otorga una nueva auto-imagen. El Señor le dijo al leproso: “Quiero; sé limpio”.
Hace años, se subastaron en Nueva York los escritos del discurso inaugural del expresidente John F. Kennedy. Se trataba de 6 hojas amarillentas escritas a mano por él mismo. Lo interesante es que se vendieron en 135,000 dólares. ¿Qué quiero decir con esto? Que las cosas ordinarias se vuelven extraordinarias cuando se relacionan con alguien importante.
Lo mismo sucede con nuestras vidas. Podemos pensar que somos menospreciados y rechazados por causa de lo que hemos vivido en el pasado. Sin embargo, tenemos que mirarnos en función de aquel que ha transformado nuestras vidas: Jesucristo. Él murió en la cruz y por su sangre nos da el regalo de ser nuevas criaturas.
Al encontrarnos con Dios, nuestro herido corazón es sanado y recibimos de parte de Dios una nueva imagen interna de salud, prosperidad en todas las cosas, victoria y aceptación por parte de Dios. Jesús nos dice el día de hoy: “Sé limpio”. Es decir, te concedo una nueva imagen y una nueva vida por medio de mí.
Haga esta oración conmigo.
Amado Señor, nuestro corazón es evidente delante de ti, pues no hay nada que Tú no sepas. Tú conoces nuestras heridas, nuestros fracasos y temores. Tú sabes acerca del dolor que hemos guardado y cómo nuestra imagen interna se ha deteriorado. Venimos a ti, así como aquel leproso, postrados y rendidos, reconociendo que Jesucristo es el Señor.
Tú nos das el día de hoy el regalo de un nuevo corazón y una nueva imagen interna. Tú nos dices: “Quiero, sean limpios”. Gracias Padre. Ayúdanos a vernos ahora por medio de lo que Cristo hizo en la cruz por nosotros. Pues el fundamento de nuestra nueva auto-imagen es la cruz del calvario. En el nombre de Jesús. Amén y amén.
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