Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne (Ezequiel 36:26).
El corazón influye en el estilo de vida de una manera en la que muchas veces no nos percatamos. Es tal la influencia del corazón en la vida que, todo cuanto hay en él, sea bueno o malo, positivo o negativo, se manifestará en cómo hablamos, en cómo nos movemos, en cómo actuamos y en la manera en la que tratamos a los demás. Es imposible vivir de manera diferente a cómo se es en el corazón.
Proverbios 23:7 refleja esta verdad cuando dice acerca de un hombre: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. Hay corazones en los cuales habita la amargura, el pesimismo, la derrota y el rencor. Y todas estas cosas, inevitablemente, fluirán de él. Pero cuando hay un corazón en el que habita la paz, el gozo y la esperanza, también, estas cosas fluirán de él. Hoy en día encontramos gente muy enojada, airada, desilusionada y desesperada. Pero ¿de dónde vienen todas estas cosas? La respuesta es: del corazón. Antes de que la ira se manifieste, o el rencor, o el odio, primero tiene que estar en el corazón.
La Biblia nos revela que el corazón determina la vida. Esta es desde luego una gran revelación. Sin embargo, las cosas se complican cuando la misma Biblia afirma que el corazón del hombre no está nada bien, cuando confirma que el corazón de cada ser humano es corrupto y se encuentra manchado por la perversión y el engaño (Jeremías 17:9).
Dios no creó al hombre como un ser corrupto y pecaminoso. Dios no nos creó en un estado de perversión y quebranto. Esto tuvo lugar cuando Adán y Eva pecaron. La Biblia dice en Génesis 1:26 algo relacionado. Dos palabras: “Imagen y semejanza” significan que Dios imprimió en el hombre su carácter. Dios hizo al hombre como un ser justo, verdadero y santo. Esas tres cualidades estaban en el hombre en un principio: Justicia, Verdad y Santidad.
Pero cuando Adán y Eva, seducidos por la serpiente, decidieron ser rebeldes a Dios y comer del fruto prohibido, entonces, por causa del pecado se corrompieron. Por eso, a partir de entonces, toda su descendencia vive en medio de la corrupción y el pecado (Romanos 5:12).
En síntesis, el corazón determina la vida. Pero el corazón es corrupto, engañoso y perverso de nacimiento. ¿Cuál es nuestra esperanza entonces? Pregunto: ¿Tenemos esperanza el día de hoy o estamos condenado a vivir movidos por un corazón corrompido? Dios hace al hombre una promesa extraordinaria y asombrosa. En Ezequiel 36:26 dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”.
Qué preciosa promesa tenemos de parte de Dios. Es la promesa de un corazón nuevo. Es la promesa de una vida guiada, ya no por la corrupción o el pecado, sino por Dios mismo. Pues Él mismo dice: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (v. 27). ¿Cómo puede suceder esto en nuestra vida?
La Biblia nos dice que, a pesar de ser pecadores, Dios ha mostrado su amor y misericordia para con el hombre. Sin embargo, ese amor no se encuentra en la religión, ni en la filosofía, ni en la tradición. Se encuentra en Jesucristo, quien murió en la cruz del calvario (Romanos 5:8). Desde la cruz de Jesús, Dios anuncia al mundo su pedido de reconciliación. El día de hoy, quienes creen en Cristo reciben un corazón nuevo, su vida es transformada y llevan las marcas del amor de Jesucristo.
Hace días, leí una anécdota titulada: Cicatrices de amor. Decía que, en un día caluroso de verano, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiro al agua y nadaba feliz. Sn embargo, no se daba cuenta de que un cocodrilo se le acercaba a gran velocidad. Su padre, desde la casa, miraba por la ventana y vio con horror lo que sucedía.
Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo mas fuerte que podía. Oyéndole, el niño se alarmo y comenzó a nadar hacia su padre. Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle el papá agarró al niño por los brazos justo cuando el cocodrilo le agarraba sus piernitas. El padre jalaba determinado, con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era, por supuesto, mucho más fuerte, pero el papá era mucho más apasionado y su amor le impedía rendirse.
Un señor que escuchó los gritos se apresuro hacia el lugar con una pistola y mato al cocodrilo. Finalmente, aquel niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar. Cuando salió del trauma, un periodista le pregunto al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus pies. El niño levantó la cobija y se las mostró.
Pero entonces, con una gran sonrisa, descubrió sus brazos y dijo: “Las cicatrices que más me marcaron fueron estas“. Eran las marcas de las uñas de su padre que habían presionado con fuerza. "Las tengo porque papá no me soltó y me salvo la vida". Nosotros también tenemos las cicatrices de un pasado doloroso. Fuimos atrapados por las fauces del pecado. Algunas cicatrices fueron causadas por nuestra corrupción. Pero las huellas más importantes son las de Dios que, en la cruz de Jesús, nos sostuvo con fuerza para que no fuésemos destruidos.
Si deseas recibir nuestros materiales en tu celular, envíanos un mensaje de WhatsApp con tu nombre al +5213322061834 ¡Es gratis y siempre lo será!