Tú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas (Salmo 18:28).
A menudo, las frases que escuchamos decir a las personas se caracterizan por tener tintes de negativismo y decepción. Es muy difícil, por no decir que es casi imposible, escuchar a una persona decir palabras de esperanza y hablar con convicción.
Supe de una persona que en su trabajo decidió hablar con optimismo y esperanza en una junta de empleados y después de que él terminara de hablar, el supervisor dijo: “Aquí somos realistas. Por favor, si piden la palabra no digan tonterías como que no puede ir bien”.
Es muy común escuchar a las personas decir que están rodeados por problemas y dolores. La persona feliz, la persona plena y el alma reposada, son casi tan escasas como una nevada en verano. Por eso, la persona que tiene encendida en su vida la lámpara de la felicidad merece atención. Y haremos bien en aprender su secreto.
El salmista dijo: “…” (Salmo 18:28). La “lampara encendida” se refiere primero que nada al regalo de la vida natural. Es como si él dijera: “Dios me preservará la vida para que cumpla sus propósitos en esta tierra. El Señor me dará aliento para que sirva a los propósitos de su reino en este mundo”.
Además, la “lampará encendida” se refiere al favor de Dios. Es decir, a tener garantizado el porvenir. Nosotros los cristianos, no tenemos poder para conocer el futuro de nuestras vidas en esta tierra. Nadie sabe qué sucederá el día de hoy. Pero podemos tener una seguridad: Dios interviene. Dios obra. Dios atiende. Dios suple.
Tener la lámpara encendida significa que Dios no nos desampara ni nos deja a nuestra suerte. Podemos estar seguros, totalmente, de que Dios está a nuestro lado y por ende seremos guardados. El Salmo 16:8 dice: “…”.
Al mirar la actitud de David, quien escribe este salmo, nos preguntamos ¿cómo es capaz de sentirse tan tranquilo en cuanto al futuro? ¿Cómo puede tener tanta fe y seguridad? Además, él dice que el Señor mismo alumbrará sus tinieblas. Dios disipa la oscuridad de la confusión, del dolor y del pecado, en la vida de aquellos que confían en Él.
¿De dónde proviene tal paz y certeza? Busquemos cómo llegó a encontrarse en tal condición. Si lo hacemos, podemos hacer entrar nuestros pies en el mismo camino que él. La respuesta a lo anterior se encuentra en los primeros versículos de este Salmo 18.
En el versículo 1 dice: “…”. Para David, Dios no era un pasatiempo, un pretexto o un ritual. Para David, Dios era la mayor prioridad y lo más valioso. Seremos incapaces de encontrar una certeza tan firme y una paz abarcadora si nos resistimos a entregar nuestro amor y lealtad a Dios.
En el versículo 3 dice: “…”. El salmista, en lugar de correr desesperado a causa del problema que enfrentaba, clamaba a Dios y dependía de Él. Había hecho de Dios su refugio. Ante las tormentas, él corría bajo el abrigo de Dios. Quien aprende a vivir de esta manera siempre será resguardado y será salvo de sus enemigos.
Esta vida de confianza, de paz y de convicción, es una vida en la que tenemos que aprender a vivir. Por mucho tiempo hemos vivido valiéndonos de nuestros propios esfuerzos y de nuestros propios razonamientos. Por eso, ser una persona que tiene la lámpara encendida es un arte que se tiene aprender.
A diario tenemos que practicar la fe, la esperanza y el amor. Tenemos que ensayar ser personas de fe. Cuando estaba en la universidad, mi maestra de piano me decía: “Marlon, la música es muy celosa. Si no practicas ella te abandonará”.
En una ocasión, no puede practicar durante la semana sino solo dos o tres días, y el día en que tenía que presentar mi clase, la maestra me preguntó: “Marlon ¿practicaste?” Yo le dije que sí. Cuando me senté en el banco del piano y comencé a tocar, no había tocado ni cinco notas, cuando la maestra puso su mano en mi hombre y me dijo: “Alto. No estudiaste”.
Era evidente, por mi falta de técnica, mi inseguridad y mi desconocimiento de la obra. Lo mismo sucede en la vida de fe. Para ser esta clase de personas, que tienen la lámpara de la felicidad y de la paz encendida, tenemos que practicar y ensayar a diario. Tenemos que prepararnos en oración. Tenemos que conocer la Palabra de nuestro Dios. Solo de esta manera nos volveremos personas de gran convicción y fe.
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