"Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante."(Filipenses 3:13)
Un maestro que impartía una clase bíblica a jóvenes universitarios, después de leer con sus alumnos Isaías 43:18-19, les pidió que la siguiente clase cada uno trajera algunas papas y una bolsa de plástico. Naturalmente, los jóvenes no entendieron en un principio cuál sería el propósito de esta petición. Sin embargo, cada uno siguió las instrucciones del maestro.
El día del estudio bíblico, el maestro volvió a leer en voz alta el pasaje de Isaías 43:18, que dice: “ No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas”. El maestro les explicó que cada uno debía escoger una papa por cada fracaso que hubieran cometido en sus vidas y escribir sobre ella el nombre de ese fracaso; también una papa por cada persona que no habían perdonado, y una papa por cada vez que quisieron emprender algo pero se detuvieron por temor o por sentirse incapaces.
El maestro prosiguió diciendo que todas las papas debían ser puestas la bolsa de plástico que cada uno había traído. Enseguida, todos comenzaron a hacer la actividad. De pronto, los jóvenes comenzaron a hacer comentarios que se escuchaban por toda el aula: “yo voy a necesitar otro kilo de papas”, “yo necesito una bolsa más grande”. Incluso, no faltó el que gritó “Estoy pensando seriamente entrar en el negocio de las papas”.
Como era de esperarse, algunas bolsas eran realmente pesadas. El ejercicio siguiente, indicado por el maestro, consistía en que durante una semana, cada alumno llevaría consigo la bolsa de papas a todas partes. La bolsa debía acompañarlos a la escuela, al trabajo, a las reuniones con sus amigos. A todos lados. Al final, debían volver a la clase con la bolsa cargada de papas.
Obviamente, la condición de las papas se iba deteriorando con el tiempo. Rápidamente, los jóvenes descubrieron lo molesto que era llevar a cuestas esa bolsa en todo momento. Sin embargo, comenzaron a comprender la lección espiritual que el maestro trataba de comunicarles.
Ellos comenzaron a darse cuenta del peso de cargar la frustración, el fracaso, el rencor y la amargura. Se percataron de que mientras más atención ponían a aquella bolsa más se olvidaban de las cosas importantes y perdían de vista los detalles importantes de la vida.
La siguiente semana, cuando los jóvenes vinieron al estudio bíblico, casi nadie traía la bolsa. Muchos habían desistido argumentando que era muy pesado vivir de esa manera. Entonces, el maestro les explicó la metáfora del precio que se tiene que pagar a diario para mantener la frustración y el fracaso, y para mantener y alimentar el rencor, los enfados y la negatividad.
Esta lección que compartió el maestro con sus estudiantes es una lección para todos nosotros. Debemos darnos cuenta de que siempre que vivimos “en reversa”, alimentando la negatividad y la frustración, eso nos va a llenar de resentimiento, no llenará de ansiedad y preocupación, dejaremos de dormir bien y nuestra atención se perderá.
La felicidad yace en la habilidad de decirle adiós al pasado y enfocarnos en el presente. El apóstol Pablo sabía muy bien esto. Él había sido un perseguidor de la iglesia antes de tener un encuentro con Cristo y había sido orgulloso de sí mismo. Por eso, escribió en Filipenses 3:13-14 lo siguiente: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Permítame hacerle una pregunta: ¿Qué recuerdo tiene que continúa atrapando y esclavizando su presente? Cada vez que estos pensamientos de fracaso, de rencor, de cosas que no hicimos, vienen a nuestra mente, nos decimos: “Ojalá nunca hubiera hecho esto” o decimos: “Me arrepiento por no haberlo intentado otra vez”. Y es ahí cuando el recuerdo del pasado continúa atándonos.
Algunas personas permiten que el pasado controle sus futuros. Esa es una postura equivocada de la vida. El pasado debe quedarse atrás. El hecho de preocuparnos hoy por las cosas que hicimos o dejamos de hacer, la verdad es que no tiene ningún efecto sobre el pasado. Sin embargo, puede arruinar nuestro futuro.
El pasado, hay que dejarlo ir. Hay que concentrarnos en el futuro. Lo que cuenta no es dónde hayamos estado, sino el lugar al que podemos llegar. El pasado no debe tener control alguno sobre nuestra vida presente. Dios no quiere que vivamos así. Por eso dice: “No os acordéis de las cosas pasadas”.
Yo quiero pedirles que no permitan que los fracasos controlen sus destinos. Los fracasos no tienen ninguna importancia. No hay una ley que diga que porque uno fracaso en el pasado esté condenado a vivir en el fracaso de por vida. De hecho, una persona no está realmente derrotada hasta que deja de intentarlo, hasta que deja que la derrota lo controle y hasta que renuncia a la gracia de Dios de la segunda oportunidad.
De lo que estoy hablando es de la cuestión de elegir entre la condenación o la confesión, entre el optimismo o el fatalismo. Usted no está realmente derrotado hasta que se da por vencido. Y usted debe elegir entre vivir o morir, entre condenarse o salir de su frustración y volver a intentarlo.
En síntesis, se debe olvidar el pasado y se debe optar por el futuro.
Haga esta oración conmigo.
Gracias, Padre celestial, por recordarme que no debo vivir atado al pasado, a la frustración, al rencor o al temor. En tu Palabra Tú me dices que tus planes son de bienestar y no de calamidad, son de paz y no de mal; y además me concedes un futuro de esperanza.
Alabo tu nombre por la esperanza que tengo en tu Hijo Jesucristo, de ser renovado, transformado e impulsado. Ayúdame a recordar que mi vida y mi destino están en tus manos, en las manos de un Dios bueno y amoroso. Hoy decido soltar el ayer y terminar con el pasado. Creo que tienes un nuevo sueño, un nuevo camino para mí. En el nombre de Jesús. Amén y amén.
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