"Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza. (Hebreos 13:15).
Alabar a Dios es una de las actividades más importantes en la vida cristiana. El hermano Whatchman Nee dijo que “La expresión más sublime de la vida espiritual de un cristiano es su alabanza a Dios”.
Por lo tanto, no debemos subestimar el poder de la alabanza y la adoración a Dios, pues a través de ellas exaltamos el Nombre de Dios, somos liberados y encontramos gozo y nuevas fuerzas para el diario vivir.
A pesar de todo, alabe al Señor
En la vida, muchas veces llegamos a encontrarnos con situaciones que nos superan y nos afligen. Sin embargo, es ahí en donde debemos sobreponernos al dolor, alabar a Dios y rendir nuestras vidas a Él. La Biblia llama a esto “Un sacrificio de alabanza”.
En Hebreos 13:15 dice así: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. Esto significa que, la alabanza que agrada a Dios muchas veces proviene del momento más difícil, la prueba más adversa o de la noche más oscura.
A menudo, el Señor echa mano de diversas aflicciones o problemas, a fin de que su pueblo aprenda a alabarle como es debido. Dios quiere que nosotros aprendamos a ser personas que alaban su presencia a pesar de lo que estamos viviendo.
En cierta ocasión, Pablo y Silas se encontraban predicando el evangelio en la región de Filipos. Al ver que la predicación y la obra ministerial de Pablo les restaba ganancias, los líderes políticos de la región se confabularon para echarlos en la cárcel.
La Biblia nos relata lo siguiente: “22 Y se agolpó el pueblo contra ellos; y los magistrados, rasgándoles las ropas, ordenaron azotarles con varas. 23 Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. 24 El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo” (Hechos 16:22-24).
Esta era una adversidad que apareció en el camino de Pablo. Este problema no vino como resultado de una mala conducta o algún crimen, sino por el hecho de predicar la Palabra de Dios.
Hace tiempo, cuando leía esta historia, el Señor me reprendió fuertemente. Mientras meditaba, me decía a mí mismo: “Pobre apóstol Pablo. Él no se merecía algo así. La gente de este mundo es muy mala”.
Entonces, el Señor me dijo: “Piensas de ese modo porque no has madurado en la fe. Marlon, los inmaduros piensan en lo que merecen, en su dignidad y en lo que pueden obtener. Esos pensamientos son egoístas y no provienen de la inspiración de mi Espíritu”.
El Señor continuó diciéndome: “Pablo no pensó en lo que merecía o en lo que podía ganar. Él pensaba en glorificarme y cumplir la misión que yo le di”.
En esa ocasión, comprendí mi error. Me arrepentí y le dije al Señor: “Ayúdame a no pensar en lo que merezco, a no ser egoísta y pensar con arrogancia. Ayúdame para que viva una vida que te glorifique”.
Si seguimos leyendo, encontraremos lo siguiente: “Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían” (v. 25). Esta es una lección que todos necesitamos aprender.
Pablo y Silas pudieron renegar de Dios y argumentar que “solo estaban predicando el evangelio”. Pero no lo hiceron así. No pensaron en ellos mismo, en su dignidad ni en lo que se merecían o lo que podían obtener.
Para ellos, lo más importante era la gloria de Dios. No les importaba el frío, las heridas, la oscuridad de la noche ni lo profundo del calabozo. Ellos no tenían tiempo de pensar en estas cosas pues tenían su mirada puesta en lo eterno. Por eso, ofrecieron a Dios una de las más preciosas alabanzas que encontramos en la Biblia.
Yo le pregunto: ¿Está dispuesto a alabar a Dios a pesar de las adversidades y problemas de la vida? ¿Está dispuesto a seguir sirviendo al Señor cuando vengan los problemas?
Una pregunta más profunda sería, “Y si Dios decide no responder sus oraciones de la manera en la que usted espera, ¿le seguirá adorando?” Esta es una pregunta muy seria que todos debemos hacernos.
A veces, pensamos que Dios debe hacer las cosas como nosotros se lo pedimos. En todas esas ocasiones estamos pecando. Nosotros somos quienes debemos ajustarnos a la voluntad de Dios.
Muchas personas están dispuestas a servir y adorar al Señor solo cuando las cosas marchan bien y de acuerdo a sus planes personales egoístas. Sin embargo, si la aflicción se manifiesta o si Dios no responde como ellos esperan, entonces desisten y vuelven atrás.
El cristiano maduro es aquel que sabe que la aflicción y una oración no respondida no es motivo para abandonar al Señor. Por el contrario, es en la aflicción en donde se alcanza el crecimiento espiritual.
En la Biblia encontramos un ejemplo de una persona que estuvo dispuesta a obedecer a Dios sin importar la circunstancia. Sin embargo, al lado de esta persona había otra que pensaba que lo mejor era renegar de Dios. Me refiero a Job y a su esposa.
La Biblia lo relata de este modo: “8 Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza. 9 Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete. 10 Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios” (Job 2:8-10).
La esposa de Job es el ejemplo de una persona que busca y sirve a Dios cuando todo marcha bien. Pero cuando las cosas resultan adversas o no salen de acuerdo al plan, da la espalda a Dios y se resiente.
Nuestra actitud debe ser como la de Job. A pesar de todo lo que esté sucediendo en nuestra vida, debemos alabar a Dios, hablar de su gran poder y confesar su misericordia y gracia con nuestros labios.
El profeta Habacuc nos enseña cuál debe ser nuestra actitud: “17 Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; 18 Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:17-18).
En este versículo, la higuera representa la provisión de Dios, la vid se refiere a los tiempos de alegría y gozo, y el olivo significa la paz y la tranquilidad. Lo que quiere decir el profeta es que, a pesar de que nos encontremos en escasez, atravesando un momento amargo y la paz se haya disipado, nuestro amor y compromiso no deben faltar.
Cada uno de nosotros debe tomar una decisión muy importante. Esta es la decisión de las decisiones: “¿Serviremos al Señor a pesar de las adversidades? ¿Le amaremos a pesar de nuestros conflictos? ¿Le alabaremos en medio del fuego?” Esta es una decisión que cada uno debe tomar en lo personal.
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