Resistir al maligno
- Marlon Corona
- 28 nov 2019
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 29 nov 2019
"Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros" (Santiago 1:7).
Vivimos en un mundo agresivo, de riesgos, peligros y hostilidades. Naturalmente, todas las personas buscan un lugar de refugio. Es decir, un lugar en el que puedan sentirse seguras y protegidos.
Sin embargo, ¿existirá un lugar así en esta tierra? Y de ser así ¿en dónde se encuentra ese lugar? Ciertamente, todos anhelamos tener victoria en la vida, ser poseedores de la paz y experimentar tranquilidad en nuestra alma.
La identidad del adversario
Para ser honestos, ese lugar de refugio y descanso se encuentra solo en Dios. Agustín de Hipona solía decir: “Fuimos creados para ti, oh Señor, y nuestra alma no descansará hasta que repose en ti”.
El único lugar en donde el alma del hombre encuentra solaz, verdadero reposo y protección de los ataques del enemigo y del mundo, es en Dios.
El salmista tenía una gran declaración al respecto de esto. Él solía decir: “En Dios solamente está acallada mi alma; de Él viene mi salvación” (Salmo 62:1).
No obstante, el único lugar en donde la protección y el resguardo de Dios pueden alcanzarnos, es el lugar en donde nos sometemos y nos rendimos completamente a Él.
Para que el alma tenga absoluta seguridad, el hombre primero debe entregar el dominio de su vida a Cristo. Otra manera de decirlo es que nuestra alma no podrá sentir paz ni gozaremos de la protección de Dios, hasta que nos entreguemos al Señor completamente.
Uno de los peligros más terribles que corremos en esta tierra al ser hijos de Dios es la acusación y la tentación del diablo. Como cristianos debemos estar informados sobre la identidad del maligno y debemos estar preparados para resistirle y echarle fuera.
Está escrito en Isaías 14:12-15: “Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo”.
Aquí, el “lucero de la mañana” se refiere a Lucifer. Este pasaje explica como “el hijo de la aurora” se convirtió en Satanás.
Originalmente Lucifer era un arcángel, pero fue echado del cielo. Fue degradado por causa de su arrogancia y se convirtió en Satanás. Este ser angelical quiso ocupar el trono y hacerse semejante al Altísimo.
La Biblia dice: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18).
Como tal, el orgullo es la naturaleza típica del diablo. Él trata de inyectar ese mismo veneno sobre nosotros el día de hoy.
A veces llegamos a pensar que somos buenos, lo suficiente como para que nos alaben. En ocasiones tropezamos con el egoísmo y la autosuficiencia. Es decir, cuando el diablo nos tienta, comenzamos a tener esta clase de pensamientos.
Estamos en el siglo veintiuno y la gente ya no cree que el diablo exista. Sin embargo, este es un terrible error. La gente piensa: “¿Cómo podemos creer en el diablo cuando parece una caricatura que tiene cuernos y es de color rojo?”
¿De dónde proviene esta imagen tan ridícula de Satanás? En el siglo catorce, se pensaba que, debido a que el pecado de Satanás había sido el orgullo y la arrogancia, el hecho de ridiculizarlo lo echaría fuera.
Por eso, en aquella época, las personas hacían esta clase de retratos caricaturescos del diablo y los pegaban en la puerta de su casa con la finalidad de ahuyentarlo.
Con el pasar de los años la gente adoptó ese concepto como la identidad del diablo. No obstante, el diablo es un ser espiritual. Su principal labor no es asustar o infundir temor a través de manifestaciones sobrenaturales.
El diablo, quien es un ser que posee intelecto, está más interesado en engañar, pervertir y arruinar la mente de las personas con ideas incorrectas sobre Dios, sobre la vida y sobre el mundo.
Por eso, la Biblia declara acerca del diablo: “Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44).
Satanás es enemigo de la Iglesia de Cristo. Entre más nos acerquemos a la Segunda Venida del Señor, su obra irá en aumento tratando de “robar, matar y destruir” (Juan 10:10). Por lo tanto, tenemos que estar listos para resistirle.
El apóstol Santiago nos da la clave para la victoria en la guerra espiritual: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
En este pasaje, él explica que la clave para resistir al maligno y obtener la victoria radica en someternos a Dios. Entonces, ¿qué significa someternos a Dios?
Primero, debemos someter nuestros pensamientos a Dios. La Biblia dice: “Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5).
Una mente que obedece a Cristo es una mente que está en paz y posee fortaleza. Sin embargo, la mente que no se rinde al Señor, sino que se envanece y se llena de orgullo, demuestra debilidad y derrota, pues es influenciada por el diablo.
Segundo, debemos someter nuestros deseos y anhelos a Dios. El apóstol Pedro dijo: “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia” (1 Pedro 1:14).
Al recibir a Cristo como Señor y Salvador, una de las cosas que debemos hacer inmediatamente es la de evaluar por completo nuestros anhelos y deseos conforme a la Palabra de Dios, que es la Biblia. Ahora que hemos creído en Cristo, nuestros deseos y anhelos deben ser conformados a Cristo y sus mandamientos.
Tercero, debemos someter a Dios nuestras decisiones y nuestro futuro. ¿Qué quiere decir esto? Que debemos andar en el camino de Dios.
Ya no podemos andar en el camino del hombre, siguiéndonos a nosotros mismos: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6). Nuestro andar debe reflejar a Cristo pues le pertenecemos.
Cuando practicamos lo anterior y nos mantenemos dependientes de Dios, podemos resistir al maligno. De este modo, él huye y se aparta de nosotros.
En conclusión, para encontrar el lugar de refugio y protección contra el adversario, y también para recibir las fuerzas para resistir al maligno, debemos someternos a Dios. Esto es, someter nuestros pensamientos, deseos y decisiones a Él. Quien así lo haga, obtendrá la victoria en el ámbito espiritual y será un campeón en la vida.
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