Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén (Mateo 6:13).
El propósito de la oración es llevarnos a tener comunión con Dios. La oración no es solamente pedir o demandar cosas de Dios. No es solamente quejarnos ante Dios de lo mal que pueden ir las cosas. No. La oración es también acercarnos a Dios, es sentarnos junto a Él, escucharlo y rendirle nuestro corazón mientras le adoramos. Por eso, la persona que ora llega a experimentar una dulce comunión con el Señor y, por ende, se fortalece y su fe crece.
Además, la persona que ora llega a experimentar frescura y paz en su corazón. Esa es la esencia del cristianismo. El aroma que se impregna a nosotros después de orar y tener comunión con el Padre, es el aroma de la paz y la frescura. La persona que ora, a dondequiera que vaya, llevará consigo la bendición, la dicha y la fortaleza. Y no habrá obstáculo que no puedo superar ni adversidad que pueda vencerle.
El Señor Jesús, quien conocía el secreto de la vida de oración, nos enseñó a orar. Él no enseñó a los discípulos cómo predicar, cómo dar consejería, cómo organizar cursadas evangelísticas o cómo echar fuera demonios. El gran interés del Señor era que los discípulos aprendieran a orar. ¿Por qué? Porque el Señor sabía que si los discípulos oraban, entonces Dios mismo les guiaría a predicar debidamente, Dios sería su maestro, tendrían poder sobre el maligno y serían guiados por el Espíritu Santo.
Por lo tanto, si el Señor Jesús tuvo tal interés en la oración, y de hecho Él es nuestro más grande ejemplo de oración, además, si la oración nos traerá tales bendiciones, entonces debemos tomarnos muy a pecho la oración. Y sobre todo, debemos orar.
El Señor nos enseñó a orar, primero reconociendo a Dios sobre todas las cosas. Él es el Soberano y Señor de todo y debemos vivir vidas que le honren y le sirvan. También, Jesús nos enseñó a orar para pedir que el reino de Dios llegara a nuestras vidas. No solo eso, nos dijo que oráramos por nuestro diario vivir y nuestras necesidades. También que oraramos perdonando a los que nos ofenden.
El quinto y último aspecto del a oración del Señor se centra en revelarnos la lucha externa que tenemos como hijos De Dios. El Señor dijo: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6:13). Hablemos un poco de esto el día de hoy.
Aunque no podamos verlos, el mundo está lleno de espíritus inmundos y demonios que tratan de engañarnos y destruirnos. Su mayor arma es el engaño y la mentira. Ante esta realidad, Pedro nos advierte: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8-9).
No podemos disfrutar de la bendición que Dios nos da, si no vencemos en nuestra lucha contra el diablo. Esto es como cuando una persona vive en la colina, va al río por agua, y trata de acarrearla en una cubeta que tiene grietas y hoyos. Sin importar cuanta agua ponga dentro, al llegar a su destino toda se habrá derramado. Para evitar esta pérdida, el Señor nos enseñó a orar diariamente: “No nos metas en tentación”.
La tentación en este pasaje se refiere a la seducción hecha por le diablo. El maligno busca las debilidades de una persona para tentarla y luego sumergirla en el lodo del pecado y la desesperación.
No hay persona que no tenga debilidades. Un mal carácter, un mal hábito, una relación malentendida, incluso la arrogancia y la presunción, pueden ser debilidades. El diablo usa estas debilidades hábilmente y nos tienta. Por eso, la expresión “No nos metas en tentación” puede ser también: “Dios, estoy lleno de debilidades. Ayudadme para que el diablo no pueda atraparme en mi flaqueza y me sumerja en el pantano del pecado y la desesperación”.
El Señor también nos enseñó a concluir nuestras oraciones, diciendo: “Líbranos del mal”. Eso significa: “protégenos de Satanás”. Tenemos que orar para que el Espíritu Santo cubra nuestras debilidades y nos revista de poder, para que podamos vencer el mal. Solo el Espíritu Santo puede vencer a los espíritus malos. Por lo tanto, reconozcamos al Espíritu Santo y pidámosle su ayuda.
Aquella persona que a partir de ahora adopte una vida de oración y se determine a caminar tomado de la mano de Dios, es la persona que experimentará una gracia abundante, tendrá victorias y podrá contemplar a Dios en su vida personal. Termino con esta pregunta: ¿Seremos nosotros, los hombres y mujeres, que marcarán la historia por medio de sus oraciones?
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