"Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio." (2 Timoteo 1:7)
En Romanos 5:5, el apóstol Pablo dijo que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”.
Esto significa que cada creyente, no importa en dónde se encuentre, si en China o en el Ecuador, en el norte o en el sur, ha creído en Jesucristo, entonces tiene el Espíritu que proviene de Dios. Y junto con Él, todos los recursos celestiales. Recursos para la vida, para el porvenir, recursos ante las aflicciones y las pruebas.
La obra del Espíritu en nosotros
Sin embargo, ¿qué clase de espíritu es el Espíritu Santo? Quisiera compartir el día de hoy con ustedes tres cualidades que la Biblia nos revela acerca del Espíritu que hemos recibido los creyentes, y también las bendiciones y aplicaciones que vienen junto con Él.
El apóstol Pablo dijo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
En primer lugar, el Espíritu Santo es el Espíritu de poder. Pero ¿qué clase de poder nos da el Señor? El Espíritu Santo nos da el poder para llevar una vida santa y justa ante los ojos de Dios. Él nos ayuda a obedecer al Padre y nos da el poder para vencer sobre el pecado.
Un hermano de la iglesia, antes de conocer a Cristo, batalló por años contra el alcoholismo. Aunque asistió a grupos de auto-ayuda, visitó psiquiatras e incluso fue recluido en un centro de rehabilitación, aquella atracción a la bebida era más fuerte que él.
Cada semana, caía y se emborrachaba hasta perder la razón, pero a la mañana siguiente le remordía la conciencia y se proponía no volver a hacerlo. Sin embargo, esta situación se repitió por años.
Cansado de la situación y muy frustrado, comenzó a escuchar las Meditaciones Ascender. En una de ellas, escuchó que debía arrepentirse de sus pecados y entregar su vida a Cristo.
Cuando nos entrevistamos por primera vez, él ya había recibido a Cristo como Salvador. A través de las prédicas, él había comprendido que el Espíritu Santo nos da el poder para vencer el pecado.
A partir de entonces, comenzó a experimentar una asombrosa victoria sobre la cerveza y el alcohol que antes no había conocido. Me dijo que ya ni siquiera le atraía la bebida. Y fue tal la transformación que experimentó que no solo dejó de tomarla, sino que comenzó a repudiarla.
Cuando recibimos al Espíritu Santo, Él nos da el poder para volvernos a Dios de todo corazón dejando atrás la vida de pecado, desobediencia y corrupción.
Las personas del mundo aman el pecado, pero los hijos de Dios odian el pecado. Y ante esta realidad, la única manera de vencer sobre la maldad es mediante el poder del Espíritu Santo. Él es el Espíritu de poder.
En segundo lugar, el Espíritu Santo es el Espíritu de amor. Un día, los fariseos y saduceos, y algunos interpretes de la ley, vinieron a Jesús para tentarlo y poder atraparlo en algo.
Un intérprete de la ley le preguntó al Señor en Mateo 22:36-40 sobre el primer mandamiento: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:36-40)
El mayor mandamiento es amar a Dios. Como sus hijos, debemos amar al Señor con todo nuestro ser. Esto significa que debemos estar totalmente comprometidos con Él. Debemos ser de un solo pensamiento y una sola decisión.
Además, debemos amar a Dios meditando en su Palabra. Cuando estamos comprometidos con Dios y guardamos su Palabra, eso significa que le amamos.
También, debemos amar a nuestro prójimo. Debemos orar por nuestros vecinos, servir a nuestra familia y evitar caer en conflictos. El amor hacia Dios se ve reflejado en un corazón de paz hacia las personas que nos rodean. Solamente por el poder del Espíritu Santo podemos amar verdaderamente a Dios y a nuestro prójimo.
El apóstol Juan dijo: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18). Esto indica que nuestro amor por el prójimo debe cruzar fronteras. Debe ir más allá de las palabras y debe traducirse en hechos. Pidamos al Espíritu de amor que nos llene para mostrar misericordia, paciencia y compasión a nuestro prójimo.
En tercer lugar, el Espíritu Santo es el Espíritu que nos concede dominio propio. ¿Qué es el dominio propio? Proverbios 16:32 dice: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.
El dominio propio es tener la capacidad de mantenernos sobrios. Es decir, la persona que sabe dominarse es aquella no pierde el control de sí misma.
En la Biblia, una palabra que se usa indistintamente con el concepto de “dominio propio” es la palabra “templanza”. Esta palabra se refiere a ser equilibrados y no perder la estabilidad, y es un termino que se usa en relación al metal cuando se calienta a altas temperaturas.
Se dice que un metal templado es aquel que es sometido a altas temperaturas sin perder su forma. Esto quiere decir que, cuando somos sometidos a diversas pruebas y tribulaciones, no nos desesperamos ni perdemos la calma, dejándonos llevar por las circunstancias.
En síntesis, el dominio propio es mantener un carácter noble y una actitud correcta aun cuando se experimentan las más grandes presiones. Es no cambiar a pesar del momento que se esté viviendo.
A través del poder del Espíritu Santo, quien es el Espíritu que nos otorga dominio propio, podemos vencer sobre la ira, la mentira, la avaricia, el orgullo, y podemos evitar seguir su influencia. Proverbios habla sobre el hombre que tarda en airarse. Esto es el hombre que se refrena de hacer el mal.
Pero el mismo pasaje también habla del hombre que se enseñorea de sí mismo. Esto equivale al hombre que hace el bien y cumple su responsabilidad delante de Dios.
Cuando recibimos al Espíritu Santo llegamos a sujetar nuestra vida al Señor. Comenzamos a tener victoria sobre el viejo hombre dejando atrás la ira, la avaricia y el orgullo, y vivimos como hijos de Dios que son ejemplo y testimonio de fe.
El día de hoy, demos la bienvenida al Espíritu Santo. Pidamos que su obra se desarrolle más y más en nuestras vidas. Entonces, seremos revestidos de poder para vencer sobre el pecado, amor hacia Dios y hacia los hombres y dominio propio.
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