"Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos." (Juan 10:9).
El pastor de ovejas se despierta temprano en la mañana, lleva a su rebaño a un prado y lo deja pastar ahí. Al medio día, cuando el sol brilla con intensidad, lleva a sus ovejas junto a aguas tranquilas para que aplaquen su sed y después las dirige hacia la sombra para que descansen.
Por la tarde, las lleva a los pastos verdes otra vez, les permite alimentarse y, finalmente, las guía de regreso a casa al ponerse al sol. ¿Sabía usted que Dios es el pastor de nuestra alma y que nos cuida y alimenta de la misma manera que un pastor de ovejas?
Jesús, quien nos dirige a los prados verdes.
Imaginemos por un momento que no hemos comido en varios días, nuestro estomago no deja de crujir por el hambre y nos sentimos débiles al punto de casi desmayar. De pronto, encontramos una mesa servida con toda clase de alimentos deliciosos, bebidas, postres, etc.
Sin embargo, a pesar de que la mesa está servida frente a nosotros, escuchamos una voz rígida que dice: “No, tú no puedes comer”. ¿No sería esta una situación trágica, vergonzosa y dolorosa?
Durante la Segunda Guerra Mundial, algunos jóvenes que no eran enviados a los campos de concentración, eran llevados como esclavos para servir en los hogares de personas influyentes y acaudaladas.
Estos jóvenes, vivían la misma escena día tras día. Servían una mesa, la adornaban, incluso repartían la comida, sin embrago, les estaba prohibido comer de la mesa pues eran esclavos.
Muchos, en la actualidad, piensan que Dios actúa de la misma manera en relación a nosotros. Tienen la idea de que Dios sirvió la mesa, preparó todo, pero nos dice: “No, tú no puedes comer”. ¿De verdad cree usted que Dios actúa de ese modo con su pueblo?
En la Biblia, el Salmo 23 dice que Dios es nuestro Pastor y que, por lo tanto, nada va a faltarnos. El pastor es quien lleva a las ovejas a pastar en prados verdes y les hace beber agua para que tengan energía. Luego, las lleva de regreso a casa, para que no sean atacadas por animales salvajes.
El Señor Jesús dijo, en Juan 10:9: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. Esto significa que cuando creemos en Cristo, entramos por la puerta de la vida que lleva a los pastos verdes de bendición preparados por Dios.
No solo eso, Jesucristo dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (v. 11). Esto indica que el Señor, quien es el buen Pastor, se entregó por nosotros para darnos vida y esperanza en este mundo. Entonces, ¿a cuáles prados nos lleva el Señor Jesús?
Los pastos verdes a los cuales nos guía el Señor para llenar nuestra vida de esperanza y vitalidad, son los pastos que se encuentran al pie de la cruz, en donde Jesús fue crucificado y vertió su sangre, hace dos mil años.
Es en la cruz en donde somos alimentados con la comida espiritual y bebemos el agua viva del Espíritu Santo. Es ahí en donde nuestra mente y nuestro cuerpo pueden recuperarse y fortalecerse para estar firmes delante de Dios.
Por eso, el Señor Jesús dijo que comiéramos su sacrificio, en sentido figurado, cuando dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Juan 6:51) y “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (v. 54).
Muchas personas piensan que Jesús fue azotado y crucificado solo con el propósito de llevarnos al cielo, y nada más. Pero esto es apenas una parte del Evangelio. Francamente, los beneficios del sacrificio de Cristo hacen sentir sus efectos también en esta vida.
Si pensamos que Cristo murió solo para llevarnos al cielo, estamos perdiendo de vista algo muy importante. El Señor murió en la cruz para perdonar nuestros pecados, para sanar nuestras enfermedades, para que la bendición plena de Dios pudiera abarcar nuestras vidas terrenales.
Además, el Señor abrió un camino para que podamos disfrutar de una comunión cercana con el Padre celestial y para que fuéramos llenos del Espíritu Santo y revestidos de sabiduría y fortaleza.
Al respecto del perdón de nuestros pecados, la Biblia dice: “En [Él] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7). Es decir, el sacrificio de Cristo resuelve el problema del pecado.
La Biblia también dice: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). Esto significa que, el sacrificio de Cristo incluye la sanidad de nuestras enfermedades, para la gloria de Dios.
Además, la Biblia declara que el sacrificio del Señor rompió la maldición y nos dio libertad de aquella opresión tan terrible: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gálatas 3:13).
No solo eso, el Señor Jesús dijo que seríamos llenos del Espíritu Santo y nuestra vida sería un raudal de fe, esperanza y amor. En Juan 7:37-39 dice así: “37 En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
Si lo pensamos con seriedad, en el cielo no hay necesidad de perdón, porque allí no hay pecado. No hay necesidad de sanidad porque ahí no existe la enfermedad. No hay que preocuparse por la comida, porque no hay pobreza ni carencias. No hay necesidad de liberación, porque allí no hay ninguna maldición.
En esta tierra, hay pecado, maldición, hambre, enfermedad y pobreza. Por lo tanto, necesitamos ser salvos, sanados y liberados de la maldición mientras vivamos en este mundo. Jesús fue a la cruz para redimir nuestra vida, no solo en la eternidad, sino también aquí en la tierra.
Por lo tanto, el Señor Jesús nos invita a los pastos verdes de la cruz para ser perdonados, sanados y libres de toda maldición, y para que vivamos como el pueblo de Dios.
En el prado preparado por el Señor, hay pastos para el perdón, la sanidad y la liberación de la maldición. El Señor nos invita a cruzar la puerta de la vida y a comer los pastos verdes de las bendiciones de la cruz.
El día de hoy, dejemos que nuestro buen Pastor nos lleve a los pastos que preparó y compró con su sangre, y alimentémonos con gozo hasta ser saciados de esta bendición. Allí, seremos verdaderamente libres, seremos satisfechos y también lo harán otros con nuestra ayuda.
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