Mateo 6:9
Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Todas las personas tienen sus propias actividades y responsabilidades durante el día. Si queremos vivir una vida estable y productiva, tenemos que ser responsables. Sin embargo, a veces olvidamos que, así como existen las responsabilidades en el hogar, en la escuela o en el trabajo, también existen las responsabilidades delante de Dios.
Entre ellas, una de las más importante es la oración. Cada hijo de Dios debe cumplir con esto delante del Señor, para así crecer en su vida espiritual. Entre más fuerte se es en lo interno, en la vida espiritual, más fuerte se es en la vida cotidiana y frente a los problemas.
Fue por esto que el Señor dijo: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6).
El Señor Jesús dijo que debíamos orar y entrar en nuestro aposento, en ese lugar privado, cerrando la puerta, lo cual se refiere a dejar todo lo demás a un lado, y entonces comenzar a orar al Padre celestial. Jesús prometió que cuando oraremos así, hablando al Padre que está en lo secreto, Él nos daría maravillosas recompensas en público.
Estos galardones que Dios promete a los que oran no son otra cosa sino su favor y ayuda en el diario vivir, e implican paz y gozo en medio de las tribulaciones de esta vida. Dios premia con su paz que sobrepasa todo entendimiento a aquellos que saben estar delante de Él en oración.
Por eso, con el ánimo de que cada uno de nosotros pueda cumplir su responsabilidad de orar y pueda aprender a pasar tiempo con el Padre celestial, quiero que meditemos en la oración. El mejor lugar para empezar a ejercitarnos en este tema es la oración del Padrenuestro, que aparece en Mateo 6. Así que, empecemos por allí.
La primera parte de la oración que el Señor Jesús nos enseñó, dice así: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9). Lo primero en lo que quiero que nos centremos es en la frase “Padre nuestro”. Qué maravillosa es esta expresión.
Para poder orar con la oración del Señor, primero debemos comprender que Dios ha venido a ser nuestro Padre por medio de Cristo. Esto quiere decir que anteriormente no gozábamos de la santa paternidad de Dios. Es por eso que los apóstoles enseñaron la asombrosa doctrina de la adopción.
Romanos 8:15 declara lo siguiente: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Aquí dice que hemos recibido el “espíritu de adopción”, lo cual significa que Dios nos ha adoptado como sus hijos. Además, 1 Juan 3:2 señala esto: “Amados, ahora somos hijos de Dios”.
No solo eso, sino que Efesios 2:19 señala lo siguiente: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. Es decir, antes no lo éramos, pero ahora nos hemos convertido en sus hijos amados.
Como podemos ver, el hecho de ser hijos de Dios es algo que se recibe, no algo con lo que se nace en esta tierra. Dios llega a adoptarnos y nos recibe en su familia, y por eso podemos llamarlo nuestro Padre. La doctrina de la adopción es lo que los apóstoles enseñaron a la iglesia desde el principio y nosotros debemos abrazar esta verdad.
El día de hoy, aunque somos pecadores y hemos ofendido a Dios podemos convertirnos en sus hijos, pero ¿cómo? La respuesta es: por medio de Jesucristo, el Salvador del alma. Juan 1:12 nos enseña el camino: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Como dice este pasaje de las Sagradas Escrituras, para ser hechos hijos de Dios, tenemos que recibir a Cristo. Esta es una expresión usada en la Biblia para referirse a “aceptar, tomar o poseer”. Así que debemos tomar a Cristo, debemos aceptarlo en nuestra vida, pero no en calidad de amigo o como un mero conocido, sino como Señor y Salvador suficiente de nuestras almas. Debemos decir: “Cristo, Tú eres el Señor de mi vida y a ti he de obedecerte para siempre”.
También, según Juan 1:12 debemos creer en su nombre. Los seres humanos son pecadores y por sus propios esfuerzos no pueden pagar delante de Dios la deuda de sus pecados, aunque se esfuercen al máximo. Sin embargo, Jesús fue a la cruz llevando nuestra culpa y murió allí para abrir el camino de salvación para los hombres. Desde entonces, todos los que confían en Él y descansan en su obra de salvación, son perdonados y reconciliados con Dios.
Así que, para poder a llamar a Dios “Padre nuestro” Cristo tuvo que morir y resucitar. Todos los que creen en Él y le confiesan como Señor de sus vidas, se encuentran ahora en una correcta relación con Dios.
Si usted tiene a Cristo como su Señor y lo ha aceptado, el día de hoy puede acercarse a Dios y llamarlo “Padre”. Puede tener la confianza de que Él le tratará como a un hijo y se responsabilizará de usted a cada momento. Venga ante Dios y dígale: Te amo Padre, gracias por todo, quiero vivir para ti el día de hoy.
Bendiciones de papá de Dios