"No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento" (Romanos 12:2)
La Biblia nos dice, en Éxodo 12:40, que el pueblo de Israel habitó en Egipto por mucho tiempo. Este pasaje dice así: “El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años”.
Esto significa que generación tras generación vivieron como esclavos de los egipcios, por poco más de cuatro siglos. Como consecuencia, todos los conceptos y pensamientos de los israelitas eran de esclavitud y opresión.
Ellos se sentían inferiores a los demás, discriminados y desesperados, pues lo único que conocían era la esclavitud y el menosprecio.
Sin embargo, al ser liberados por Dios, ellos tenían que cambiar esa manera de pensar y de ver la vida. Debían dejar atrás, junto con Egipto, toda aquella mentalidad y formas de pensamiento que los habían acompañado por siglos.
Ahora, después de ser sacados de la esclavitud, los israelitas estaban de camino a la tierra prometida. Y por esta razón, sus creencias ya no podían ser las de esclavitud y opresión. Necesitaban ser renovados o padecerían grandemente.
Cuando el pueblo de Israel llegó a la orilla del Mar Rojo, toda aquella multitud vió que el ejército de Faraón los había perseguido para destruirlos. Como resultado, se llenaron de una tremenda confusión y desesperación.
Este, no obstante, era un momento muy importante y crucial para sus vidas y para sus historias. Ellos, en lugar de pensar con una mentalidad de esclavitud y opresión, debían recordar que fue la mano poderosa de Dios que los había librado y debían dar paso a los pensamientos de fe.
No debían dejarse llevar por sus razonamientos y sus sentidos. Era un error entregarse a lo que sus ojos estaban viendo o a lo que sus oídos estaban escuchando. Debían optar por el camino de la fe.
Para superar aquel gran desafío, tenían que acordarse de Dios y creer en Él, y sustituir así los pensamientos de esclavitud por los de fe y libertad. Esto es como quitarse unas vestiduras viejas y ponerse unas nuevas.
Ellos tenían que pensar en una nueva dimensión de milagros, esperanza y salvación. Continuar pensándolo todo en la dimensión terrenal y de esclavitud representaría la derrota. Por eso debían cambiar.
La Biblia, sin embargo, nos dice que pensaron según las creencias del pasado porque no veían la salida. Además, abrazaron la queja y se dieron por muertos.
Mire usted la siguiente escena: “10 Y cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y he aquí que los egipcios venían tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en gran manera, y clamaron a Jehová. 11 Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto?” (Éxodo 14:10-11).
Al aferrarse a las creencias de sus sentidos y su pasado, era claro que no podrían resistir a los egipcios. Pero Dios era quien los había sacado de Egipto y a partir de entonces, era obvio que Él mismo se haría responsable de ellos. Dios iba a pelear por Israel.
Esta historia, cuando la leemos, nos lleva a sentir pena por el pueblo de Israel pues nos damos cuenta de su necedad y terquedad. Sin embargo, este pasaje es un espejo de la vida que muchas veces estamos llevando.
En muchos sentidos, nosotros somos como Israel que nos cuesta creer y renovar nuestros pensamientos para pasar de la esclavitud y la opresión, a la libertad y a la esperanza de Jesucristo.
En ocasiones, el más grande obstáculo para que Dios obre es nuestra propia frialdad espiritual, nuestro negativismo y el haber optado por una mente de fracaso y derrota. En otras palabras, en muchos de los casos, el impedimento más grande para que Dios obre somos nosotros mismos.
Debemos reconocer que el resultado en nuestra vida, si será positivo o negativo, depende de la creencia que tengamos, cualquiera que sea nuestra situación.
Si dependemos de los sentidos y del razonamiento humano entraremos en la desesperación. Pero si tenemos la creencia de Dios, de su Palabra y de la fe, no nos encontraremos peleando solos, sino que Dios peleará por nosotros. Y cuando Dios está con nosotros, ocurren milagros en nuestra vida.
Aquella persona que ha creído en Cristo, que ha nacido de nuevo y ha sido redimida por la sangre de Cristo, debe renovar sus creencias. Tiene que pasar de muerte a vida también en su manera de pensar.
La salvación y redención de Cristo deben alcanzar nuestros pensamientos y convicciones más profundas.
La persona que ahora está en Cristo, para llevar una vida de éxito y bendición, tiene que convertirse a la dimensión de la fe, de los milagros y del reino celestial. En toda circunstancia por la que estemos pasando, debemos creer en la Palabra de Dios y renovar nuestras creencias.
Hay que pensar en el Señor, en Su salvación y en Su favor. Tenemos que proclamar que Dios ya nos dió la victoria de antemano.
El apóstol Pablo dijo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
Como hijos de Dios no podemos rezagarnos en la carrera de la renovación del pensamiento. Debemos abandonar los pensamientos cargados de maldición y derrota, y debemos elegir los pensamientos de victoria, triunfo y éxito. Estos últimos son los pensamientos de la Palabra de Dios.
En 2 Corintios 2:14, el apóstol Pablo declaró lo siguiente: “más a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento”.
Así deben ser nuestros pensamientos: “Siempre en triunfo, en Cristo Jesús”. Sature su mente con la Palabra de Dios. Crea que los milagros le sucederán y confiese con sus labios: “La mano de Dios está sobre mí”.
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