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Foto del escritorMarlon Corona

No endurezcas tu corazón

Actualizado: 9 ene 2020


"Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación." (Hebreos 3:15)

La Biblia nos enseña con toda claridad que, aún en la actualidad, podemos escuchar la voz de Dios. Hebreos 3:15 dice así: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación”.

Por lo tanto, si disponemos nuestro corazón y nuestra mente, y nos humillamos delante de Dios, podremos escuchar el resonar de Su voz. No importando si nos encontramos en la noche más oscura de nuestra vida, la voz de Dios nos guiará, nos dará sabiduría y nos fortalecerá.

El obstáculo de la dureza de corazón

Uno de los aspectos que debemos tener en cuenta, si verdaderamente queremos escuchar al Señor, es el de remover el pecado de nuestra vida y renunciar a un corazón duro.

Francamente hablando, el pecado es el más grande obstáculo entre Dios y nosotros. Isaías 59:2 dice lo siguiente: “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”.

En 1961, después de la segunda guerra mundial, se levantó en Alemania un muro de 45 kilómetros que dividía la ciudad de Berlín en dos. Se le conoció como “El Muro De Berlín”.

Toda comunicación se vio interrumpida entre ambas partes. Aquellas personas que trataban de cruzar el muro morían en el intento. Familias fueron divididas y muchas personas quedaron incomunicadas.

Algo similar sucede en relación al pecado. La persona que vive en medio de la desobediencia y la rebeldía ante Dios tiene delante de sí una muralla. Es decir, el pecado levanta un muro entre Dios y nosotros, entre su voz y nosotros, entre su plan y nosotros.

¿Qué podemos hacer cuando nos encontramos en una situación como esta? Ante esta realidad, el apóstol Santiago declaró: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:21).

Para que podamos escuchar la voz de Dios, primero tenemos que arrepentirnos de nuestros pecados con sinceridad y venir ante Él confesando nuestras faltas. Debemos desechar la inmundicia y la desobediencia.

No debemos pensar que el pecado es algo insignificante o de menor importancia. El pecado es el obstáculo que interrumpe nuestra comunión con Dios y nos impide escuchar su voz.

Solo pueden escuchar la voz de Dios aquellos que han desechado el pecado y están dispuestos a seguir al Señor y obedecerlo. Hay un dicho que cita lo siguiente: “No le digas a Dios que dirija tus pasos si no estás dispuesto a mover los pies”.

Lo anterior se refiere a que la voz y la dirección de Dios vienen a nuestra vida solamente cuando hemos renunciado a la rebeldía y nos hemos rendido ante Él para obedecerle y seguirle.

Además del pecado, encontramos otro obstáculo llamado “dureza de corazón”. Esto es cuando el corazón se vuelve duro y necio.

Muchos creyentes, verdaderos hijos de Dios, han llegado a cierto punto y se han conformado. En ese lugar de conformismo, han dejado de escuchar la voz de Dios y se han vuelto ligeros en su vida cristiana. En esa condición, su corazón se ha endurecido perdiendo toda sensibilidad espiritual.

A Dios no le agrada que nos conformemos y nos endurezcamos. Por esta razón, el Salmo 95:6-10 dice lo siguiente:

“6 Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. 7 Porque él es nuestro Dios; Nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano. Si oyereis hoy su voz, 8 No endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, Como en el día de Masah en el desierto, 9 Donde me tentaron vuestros padres, Me probaron, y vieron mis obras. 10 Cuarenta años estuve disgustado con la nación, Y dije: Pueblo es que divaga de corazón, Y no han conocido mis caminos.”

El pueblo de Israel, en su peregrinar por el desierto, se endureció en su corazón y se rehusó a ver la bondad de Dios. Muchas veces, en la vida cristiana, caemos en esa misma dureza y falta de sensibilidad.

El remedio contra la dureza de corazón es el arrepentimiento genuino. Por eso, el Salmo 95 dice: “Postrémonos, arrodillémonos”. Esta es una actitud que se rinde delante de Dios y dice: “Aquí estoy Señor, haz de mí lo que Tú consideres mejor”.

En nuestra vida cristiana, debemos evitar a toda costa el ser tibios y el estar divididos interiormente. Debemos, por otra parte, buscar fervientemente la santidad y ser vigilantes en la oración.

Amados, debemos empujarnos hacia delante. Debemos anhelar la pureza, la rectitud y la santidad. Debemos recordar que Dios favorece al justo y al piadoso.

Muchas personas suelen decir: “Yo soy así” y después caen en el conformismo. Pero, cuando dejamos de cambiarnos y de transformarnos, nos volvemos necios y orgullosos. Entonces viene el quebranto y somos reprendidos por Dios.

Evitemos la dureza del corazón. Quebrantemos nuestra vida delante de Dios y busquemos su rostro con sinceridad. Seamos sencillos y vivamos bajo la mano de Dios. Optemos por la vida recta y justa que Cristo nos ofrece.

Hebreos 3:12-13 dice lo siguiente: “12 Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; 13 antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.”

Cada uno de nosotros, debe analizar su corazón. Si acaso encontramos incredulidad, que es falta de fe, o dureza, debemos hacer un alto en nuestro camino, arrepentirnos de nuestras faltas y entregar nuestras vidas al Señor.

Lo cierto es que la dureza de corazón nos lleva a apartarnos del Dios vivo. El escritor de Hebreos dice que debemos “exhortarnos” unos a otros cada día. Esto representa la gran importancia de tener compañeros de fe que nos animen y nos alienten.

Debemos evitar a toda costa el engaño de la dureza de corazón. El pastor Murray decía que el martillo que quebranta el corazón endurecido es el arrepentimiento y la humildad.

Desechemos la dureza de corazón. Arrepintámonos de nuestros pecados. Busquemos el rostro de Dios. Esta es la clave para comenzar a escuchar la voz de Dios.

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