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Foto del escritorMarlon Corona

Me pondrá en alto

"Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre." (Salmos 91:14) Dios desea obrar positivamente y para bendición en la vida de sus hijos. Él quiere bendecirlos, prosperarlos, sanarlos, liberarlos y otorgarles el éxito. Esto se debe a que Dios no se glorifica, ni se agrada con el fracaso, la derrota o la vergüenza.

No obstante, algo que debemos recordar es que Dios obra en respuesta a la decisión y a la acción de sus hijos en la tierra. Dios nunca trabaja solo, ni realiza milagros en nosotros independientemente de nuestra fe personal.

En otras palabras, para que Dios obre en nuestras vidas, primero debe haber una vía sobre la que Él pueda trabajar. Y esa vía es nuestra fe y nuestra decisión. Es entonces cuando los milagros comienzan a tener lugar.

Esto podemos verlo en la Biblia: “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre” (Salmo 91:14).

Si miramos detenidamente este pasaje podremos observar que Dios promete librar y restaurar, poniendo en alto a sus hijos, como resultado de amarlo a Él y conocer su nombre.

Aquellos que esperan ver milagros y la obra de Dios en sus vidas sin participar activamente con Él no pueden recibir cosa alguna del Señor.

El Salmo 91:14 nos enseña que debemos amar a Dios. Es decir, debemos entregar y rendir nuestros afectos delante de Él. Como resultado natural, Dios obrará.

Sin embargo, ¿en qué consiste ese amor que debemos tener hacia Dios? Permítame hablar al respecto de ese amor que debemos poner en el Señor.

En primer lugar, el amor que nosotros debemos manifestar hacia Dios debe mostrarse a través del conocimiento de su persona. Es decir, debemos conocer a Dios, su carácter, sus atributos y su personalidad, descrita en la Biblia.

Es asombroso notar que la mayoría de las personas que aseguran amar a Dios, no se han detenido para conocer su carácter y sus obras reveladas en las Sagradas Escrituras.

En consecuencia, muchas personas actualmente, viven con un dios creado y tallado a la medida de las fantasías de su propio corazón. Si amamos a Dios, debemos conocerlo como su Palabra nos lo enseña.

Deuteronomio 4:39 dice así: “Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro”. Además, en el capítulo 7:9 dice lo siguiente: “Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones”.

Los pasajes anteriores resaltan la importancia de conocer a Dios y aprender sobre Él. Pero, ¿en dónde puedo conocer a Dios? ¿En dónde puedo conocer su carácter, su persona y sus obras? Esa revelación de Dios es la Biblia y toda persona puede acercarse a ella y meditar en los caminos de Dios.

De modo que nadie tiene excusa. El conocimiento de Dios es un llamado para todos nosotros. Esa es la manera en la que podemos llegar a amar verdaderamente a Dios.

En segundo lugar, ese amor a Dios debe mostrarse a través de un compromiso real con Él. Podemos decir que quien ama, se compromete, es fiel y leal. De modo que, para amar a Dios, debemos estar en un pleno compromiso con Él.

Es imposible, o al menos ilógico, decir que amamos a Dios y carecer de compromiso para orar, leer su Palabra, servirle y asistir a la iglesia.

En Josué 24:14, en La Biblia de Las Américas, dice así: “Ahora pues, temed al Señor y servidle con integridad y con fidelidad”. ¿Qué quiere decir lo anterior? Fidelidad y compromiso con Dios.

Se puede medir nuestro amor a Dios mirando la fidelidad de nuestro corazón hacia Él. Podemos decir que la fidelidad a Dios es proporcional al amor que tenemos por Dios. Cada uno de nosotros, debe distinguirse por su amor y servicio a Dios.

Por último, el amor a Dios debe interpretarse en acciones concretas. Nuestro amor a Dios no debe ser teórico, sino práctico. Es decir, debe mostrarse en la forma en la que uno vive, piensa, habla, actúa y trata a los demás.

Podemos responder a la pregunta sobre si amamos a Dios, mirando cuáles son nuestras prioridades. Una persona que ama a Dios, ciertamente irá al trabajo, se sentará en la oficina, estará inmersa en los quehaceres del hogar, hará negocios, irá a la escuela, pero en medio de todo ello, el amor a Dios estará brillando como un diamante.

Porque el amor a Dios se refleja en cómo vivimos, en la manera en la que tratamos a nuestro prójimo, en cómo invertimos nuestro tiempo y en las prioridades que tenemos.

Amar a Dios equivale a conocerle y aprender sobre Él, a tener un fuerte compromiso y serle fieles, a vivir una vida que le agrade y le honre.

Cualquier clase de amor que no se conforme a lo anterior, es un amor que no guarda relación con la realidad. El amor real a Dios viene acompañado de conocimiento, compromiso y vida.

Cuando manifestamos esta clase de amor hacia Dios, la promesa del Salmo 91:14 encuentra su cumplimiento en nuestra vida: Somos librados. El Señor nos libera de la amargura, de la depresión, de la falta de propósito.

Además, Dios nos levanta y nos impulsa a vivir una vida plena y abundante. Ya no nos encontramos en el suelo de la derrota sino que ascendemos al cielo de la victoria y el éxito.

En conclusión, Dios obra cuando nosotros ponemos en Él nuestro amor y buscamos activamente conocerle. Si queremos ver la obra de Dios en nuestras vidas y que grandes milagros sucedan, primero debemos amarlo, conocerlo y servirlo. Pongamos nuestro amor en el Señor.

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