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Las promesas del Pastor

Actualizado: 21 oct 2019


"Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando."(Salmos 23:5-6)

La frase que tanto hemos mencionado esta semana: “El Pastor de mi alma”, en realidad, es una frase de esperanza. A través de ella he querido dar a entender que no estamos solos en esta vida ni desprovistos, sino que contamos con la ayuda de Dios.

La Biblia dice: “Jehová es mi pastor, nada me faltará” (Salmo 23:1). Esto indica que Dios es nuestro Pastor y, por lo tanto, nos alimenta, nos disciplina y cuida de nosotros. Pero además nos asegura un futuro de esperanza y gloria a los que confiamos en Él. En otras palabras, el Pastor nos da promesas para el diario vivir.

Una mesa servida, una copa rebosante. Durante esta semana hemos aprendido que Dios nos deja pasar por el valle de sombra de muerte con el fin de romper nuestro orgullo y nuestro egoísmo, para que no vivamos una vida centrada en el hombre, sino en Él.

Por otro lado, el día de hoy quiero hablarle sobre lo que nos sucede después de que hemos quebrantados por Dios y hemos aceptado su disciplina. Una vez que usted recibe el trato de Dios y es moldeado por Él en la disciplina espiritual, puede cruzar el umbral a las promesas celestiales.

La Biblia nos dice que la disciplina de Dios no es el fin, sino un medio para alcanzar un propósito. ¿Cuál es ese propósito? Las promesas de Dios. Nadie podrá disfrutar de las bendiciones del cielo si en primer lugar no ha sido pulido y transformado en el horno de la disciplina de Dios.

Lamentaciones 3:27 en adelante, dice así: “27 Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. 28 Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; 29 Ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza; 30 Dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de afrentas. 31 Porque el Señor no desecha para siempre; 32 Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; 33 Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres”.

¿Quién es aquel que quebranta al hombre? ¿Quién pone el yugo sobre Él? La Biblia nos dice que es Dios. Además, nos declara que Dios “aflige”. Esto significa que Dios quebranta, Dios disciplina. Sin embargo, esto abre el camino delante de nosotros que nos guía a la mesa servida de las bendiciones eternas.

Hebreos 12:11 dice: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. La disciplina que Dios nos da, al principio es amarga. No obstante, produce un fruto.

Cuando usted y yo experimentamos el quebranto y la disciplina de Dios, y venimos ante Él humillados, Él prepara una gran mesa para nosotros en presencia de nuestros enemigos.

Por esta razón, está escrito en el Salmo 23:5-6 lo siguiente: “5 Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. 6 Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días”. ¡Qué preciosa escena es esta!

¿Qué significa que Dios sirve la mesa en presencia de nuestros angustiadores? Esto se refiere a algo muy especial. El cristiano es una persona que es golpeada muchas veces y de muchas maneras por su fe en Cristo y por su devoción al obedecer a Dios.

Muchos cristianos sufren el rechazo de sus familiares y amigos por creer en el Señor Jesús. Otros son perseguidos en el trabajo con la burla y el menosprecio. Además, el verdadero cristiano es una persona que no tiene los ojos puestos en las cosas de este mundo ni busca la gloria de los hombres.

Todas estas cosas, ante los ojos humanos, son incoherentes y degradantes. Pero Dios no lo considera así. Cuando el cristiano soporta la persecución, se mantiene mirando al Señor y se abstiene del amor al mundo, eso produce una respuesta en el cielo. ¿Cuál es esa respuesta? Se trata de que Dios sirve una mesa de bendiciones y promesas para su pueblo.

Dios sirve una mesa de favores, gracia, ayuda y gloria para nosotros, si tan solo llevamos una vida centrada en Él, sin dejarnos llevar ni sacudir por las cosas de esta vida. Y si soportamos las aflicciones, podremos acercarnos a esta mesa con toda confianza.

He aprendido una lección muy importante a lo largo de estos casi 6 años que llevo pastoreando la iglesia Ascender. He podido ver que cuando nuestro enemigo planea la peor de las tragedias para nosotros, cuando él, con toda maldad, planea el peor día de nuestra vida, Dios prepara la mayor de las bendiciones. Y nunca es de otro modo.

La vida y la fe de un cristiano son como una fogata. Entre más la golpea uno, más y más se extiende el fuego y enciende más lugares a su rededor. Siempre que el enemigo viene contra nosotros y se ensaña persiguiéndonos, Dios prepara un avivamiento y envía bendiciones que de otro modo no podrían llegarnos.

Además, el Salmo 23:5 dice: “Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando”. ¿Qué significan estas palabras? En ocasiones, las ovejas y los carneros quedan atrapados en las zarzas y mueren tratando de librarse de esos lugares.

Una escena muy representativa al respecto es Génesis 22:13, en donde Abraham es interrumpido por Dios antes de sacrificar a su hijo Isaac. El pasaje dice así: “Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos”.

Cuando algo así sucede, la cabeza del carnero o la oveja es lastimada y las heridas hacen que brote la sangre. Como resultado, muchos insectos son atraídos por la sangre y comienzan a incubar huevos en las heridas. Luego, surgen las larvas que crean infecciones. De modo que la oveja, en esta situación, corre el riesgo de muerte.

Esta es la razón por la que el pastor derrama un bálsamo de aceite en la cabeza de la oveja para curarla. De esa forma, la oveja es sanada y logra tener paz. Ese bálsamo cura el dolor y mantiene alejadas a las plagas que afectaba a la oveja.

A veces, nosotros también somos heridos en nuestra mente y quedamos trabados en el zarzal de la amargura y la desesperación. Las espinas de la ansiedad, la soledad, el temor y la depresión nos hieren al punto de hacernos perder la esperanza.

Es ahí, cuando el Buen Pastor, el Pastor de nuestras almas, derrama sobre nosotros el bálsamo de su Palabra, en el poder del Espíritu Santo, y de ese modo nos cura de las preocupaciones y afanes de la vida.

El día de hoy, demos gracia a Dios por las veces que nos ha quebrantado y disciplinado, pues esto nos ha llevado a vivir una vida centrada en Él y a amarle con sinceridad. Dios ha servido una mesa para nosotros. Él unge nuestra cabeza con aceite. Qué bendición tenemos en Él.

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