Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas (2 corintios 10:4).
Hace tiempo, leí en una revista científica sobre una enfermedad muy rara llamada “De células Falciformes”. En esta enfermedad, los glóbulos blancos, que son los encargados de contrarrestar las enfermedades y curar el cuerpo, dejaban de combatir a los virus. Aún los medicamentos más agresivos no lograban activar a los glóbulos blancos para que entraran en acción.
El escritor de la revista explicaba que los glóbulos blancos parecían estar dormidos y permanecían inactivos, lo que ocasionaba que el cuerpo se debilitara, se enfermara y en el peor de los casos, muriera. A pesar de que su función era combatir la enfermedad, se mantenían inactivos.
La Biblia nos dice: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne” (Efesios 6:12). Esto significa que, si bien nuestra lucha no es contra los seres humanos, es decir, contra seres de sangre y carne, sí lo es contra los seres espirituales invisibles. Sin embargo, hoy en día muchos cristianos se parecen a los glóbulos blancos inactivos. La batalla es muy real pero ellos no participan, no se desarrollan y, por ende, no triunfan.
Leamos 2 Corintios 10:4. En primer lugar, el apóstol Pablo tenía en claro que los cristianos somos un ejercito. Y como tal, tenemos un Capitán y un General que va delante de nosotros. Pero, ¿quién es nuestro Capitán? En Deuteronomio 3:22 está la respuesta. El Señor es nuestro Campeón en esta batalla. Nosotros somos el ejercito del Dios vencedor y triunfante.
No fuimos reclutados para un ejercito de derrotados y perdedores. Sino que Aquel que nos llamó es el Eterno vencedor. Nuestra milicia es la milicia de la victoria y del triunfo. Y para entrar en esta batalla y vencer, primero debemos aceptar este pensamiento en nuestro corazón.
Pablo también dijo que nuestras armas no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. En segundo lugar, nuestras armas no pertenecen al plano natural y terrenal, sino que son espirituales. ¿Qué armas nos ha dado Dios? El Señor nos ha dado el arma de la fe. Cuando creemos en la Palabra de Dios y la confesamos con nuestros labios, en realidad, el reino de las tinieblas sufre grandes golpes críticos y retrocede.
Nuestro adversario el diablo quiere vernos derrotados y destruidos, sin fe ni esperanza. Por eso, cuando un creyente confía en Dios y toma su Palabra muy en serio, entonces, el diablo huye. También contamos con el arma de la oración. A través de ella venimos ante Dios, ponemos nuestras cargas en él, confesamos nuestros pecados y recibimos la gracia celestial. Es en la oración en donde recibimos poder espiritual.
Sin embargo, después de todo lo que he dicho, creo que el arma más poderosa que tenemos es la obediencia a Dios. Nuestro enemigo el diablo puede imitar los milagros y las señales, como lo hizo con los magos que imitaron los milagros de Moisés en el Éxodo. El diablo puede imitar la alabanza y la adoración. Puede imitar profecías, lenguas y manifestaciones. Puede incluso imitar la predicación. Pero hay algo que jamás podrá imitar, ni falsificar: la obediencia a Dios.
En cierta ocasión, escuché a un pastor decir: “En mi iglesia están sucediendo muchos milagros y está habiendo mucha profecía. La gente está hablando en lenguas y hay señales”. Él se jactaba de esas cosas. En lo personal, no creo que esto sea algo de lo que uno se debe jactar ni en lo cual uno deba basar su éxito ministerial.
El Señor Jesús dio una respuesta categórica cuando alguien de la multitud levantó la voz delante de Él tratando de resaltar un aspecto externo antes que la obediencia a Dios (Lucas 11:27-28). En este pasaje, oír la Palabra de Dios y guardarla tiene que ver con personas que meditan en los caminos de Dios y, como consecuencia, le obedecen.
¿Quieren dar un golpe crítico y demoledor al reino de las tinieblas? ¿Quieren aplastar serpientes y escorpiones? Entonces, obedezcan a Dios y comprométanse con la justicia. No hay nada más catastrófico y devastador para el enemigo que la obediencia a Dios.
Amados, ustedes son el ejercito de Dios. Ustedes están en las filas del Eterno y Victorioso Dios. Tomen las armas de la fe, la oración y la obediencia. En realidad, nuestra lucha es muy sencilla: Orar, escuchar y obedecer. Yo les pido que entren en la batalla, que usen las armas de la milicia de Dios. De esta manera, experimentarán no solo grandes cambios, sino que el reino de Dios vendrá a sus vidas, sus hogares, sus familias y negocios, y ustedes podrán glorificar a Dios.
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