"Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: !!Abba, Padre!" (Gálatas 4:6)
Dios conoce mi debilidad y me ayuda En el Salmo 103, en los versículos 13 y 14 está escrito lo siguiente: “13 Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. 14 Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”.
El Dios de la Biblia, no es indiferente a nosotros. Él no está únicamente en el cielo mirándonos fríamente o con desprecio.
La Biblia nos dice con toda claridad que Él se compadece de nosotros. Él tiene misericordia de cada uno de nosotros.
Él conoce nuestra debilidad y fragilidad. Él sabe cuán necesitados estamos de su ayuda y sustento.
Y Dios, anticipándose a nuestra debilidad, declara en su Palabra lo siguiente: “Yo estoy contigo” (Isaías 41:10). Él nos dice: “No te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5).
El Señor, quien conoce nuestra fragilidad y debilidad, sabe que nuestra tendencia es hacia sentirnos abandonados y solos.
Cuando una persona llega a experimentar estos sentimientos, como lo son el abandono y el rechazo, y los acepta en su corazón se vuelve afligida y desesperada.
Una persona con un complejo de abandono es una persona que no tiene paz ni esperanza en la vida.
Sin embargo, Dios, al conocer nuestra condición y al saber que somos propensos a estos sentimientos, nos mira con compasión y nos dice: “No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 41:10).
Mientras el abandono nos hace sentir débiles y fracasados, recordar que Dios está a nuestro lado y aferrarnos a su Palabra nos fortalece y nos devuelve el aliento.
Antes de partir de esta tierra y ascender a los cielos, el Señor Jesús caminó con los discípulos, y les dio una tremenda promesa de vida.
Él dijo lo siguiente. En Mateo 28:19-20, el Señor dijo: “19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.
El Señor Jesús, primero dió una misión a los discípulos: “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos”.
Esto significa que debemos testificarles a otros acerca de Jesucristo y debemos ayudarlos a reconciliarse con Dios por medio del mensaje de la cruz.
Recuerde que en la cruz de Jesús nuestros pecados fueron perdonados, nuestras enfermedades fueron sanadas y nuestra maldición fue quebrantada.
Este es el mensaje que tenemos que anunciarle al mundo. Debemos predicar y hacer discípulos, ayudando a las personas a conocer el gran amor de Dios.
Al terminar esta gran comisión, el Señor se dirigió a los discípulos y les dijo: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Esta es una promesa que sigue vigente hasta nuestros días. No ha caducado ni perdido su valor. Esta es una preciosa promesa de Dios para nosotros.
El día de hoy, en medio de todo lo que estamos viviendo, tenemos que recordar que el Señor está a nuestro lado, que Él mora en nosotros y que somos los herederos de su bendición.
Cada cristiano, cada hijo de Dios, debe vivir con la convicción de que la presencia de Jesucristo le acompaña a cada paso de su vida.
Así como sabemos que el sol sale cada mañana, como sabemos que el fuego quema, así debemos estar convencidos de que Jesucristo está con nosotros ahora mismo, para ayudarnos y fortalecernos.
Es cierto que a lo largo de nuestra vida llegamos a enfrentar situaciones adversas, conflictos y desaciertos.
Todas estas cosas pueden hacernos pensar que Dios nos ha abandonado. Hay quienes piensan que un problema o una aflicción equivale a que Dios les ha dejado y les ha abandonado.
Pero esto no son los pensamientos que los hijos de Dios debemos tener. Debemos pensar con la Palabra de Dios en nuestro corazón.
La Biblia dice lo siguiente en Gálatas 4:6: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!" (Gálatas 4:6).
Este pasaje comienza diciendo: “Y por cuanto sois hijos”. Esto significa que la promesa de la presencia de Jesucristo es solo para aquellos que son hijos de Dios.
Para sorpresa de muchos, la Biblia enfatiza que no todos somos hijos de Dios. El mismo Señor Jesús fue muy severo cuando resaltó que algunos tienen como su padre al mismo diablo.
En Juan 8:44 Él le dijo a los fariseos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer”.
El apóstol Pablo introdujo el concepto de “hijos de ira”. En Efesios 2:3 él resaltó que antes de conocer a Cristo (y cito): “éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”.
Hay una diferencia entre ser criaturas de Dios e hijos de Dios. El hombre fue creado por Dios, pero solo pueden llamarse sus hijos, aquellos que reciben a Cristo y ponen toda su confianza en Él.
La Biblia nos enseña esta verdad en Juan 1:12: “más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Quiero aprovechar para preguntar sobre su relación con Dios. Usted que me escucha, ¿cómo está su relación con Dios? ¿Todavía está en enemistad con Él por causa de sus pecados? ¿Vive usted sentado en el trono de su corazón y no ha reconocido al Verdadero Señor y Soberano del Universo?
Le pregunto ¿ha creído ya en Jesucristo como Único Señor y suficiente Salvador? ¿Le ha recibido?
Solo quien ha tenido esta maravillosa experiencia y quien se ha encontrado con el Autor de la Vida, Jesucristo, puede vivir con la total seguridad de la presencia de Dios en su vida.
Aquella persona que ha creído en Cristo como Señor y Salvador, y ahora tiene fe en sus promesas, puede decir: “Él está conmigo, ahora mismo”.
Los que viven con la promesa de la presencia de Jesús en su vida tienden a ser fuertes y estables en la vida. Pueden enfrentar la vida con éxito.
Pablo dijo: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 6:4).
Al ser hijos de Dios, Él nos dio el Espíritu de su Hijo, que es el Espíritu Santo, por medio del cual podemos reconocer a Dios como nuestro Padre amoroso.
Amados, ustedes que han creído en Cristo y han recibido la salvación, están reconciliados con Dios y tienen la poderosa presencia de Jesucristo con ustedes. No deben tener temor, ni angustia, ni pena, porque Él está con ustedes.
Aunque sus ojos no lo vean, ni sus manos puedan palparlo, Jesucristo está con nosotros. Él está conmigo ahora mismo y me ayuda en todas las cosas.
A partir del día de hoy creamos en la promesa de Dios, vivamos en fortaleza y avancemos en fe. Dios le bendiga.
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