Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único (Génesis 22:12).
La obediencia es el detonante de las promesas de Dios. Esto significa que una promesa de Dios se hace válida cuando la obediencia acompaña nuestras oraciones y acciones. Y nada hay más importante en la vida cristiana que obedecer a Dios. De hecho, lo que diferencia al cristiano del incrédulo es su obediencia.
Mientras el necio vive envanecido, orgulloso de vivir sin Dios, el creyente reconoce a Dios como su Creador y vive delante de Él todos los días de su vida. A partir del día de hoy vivamos una vida de obediencia.
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