"Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, Cuando la lluvia llena los estanques." (Salmo 84:6)
Cuando tenemos una vida devocional ferviente en la cual oramos con fe y meditamos en la Palabra de Dios, nos asemejamos mucho a aquella persona que sube tranquilamente a la cima de una montaña y contempla a lo lejos todas las cosas en una escala muy pequeña.
Es decir, cuando oramos a Dios y descansamos en sus promesas, todas nuestras dificultades pierden su poder, se vuelven diminutas y encontramos que las aflicciones son tan solo un ejercicio que Dios nos permite atravesar. Orar es subir a la montaña de Dios desde donde nuestros problemas pueden ser resueltos.
Una piedra en nuestro camino
Una historia muy antigua cuenta que un rey colocó intencionalmente una enorme roca en el camino más transitado de su reino. Después, se escondió junto con algunos de sus siervos y espero para ver las reacciones de los caminantes.
Primero, pasaron por ahí unos aldeanos. En lugar de mover la roca, simplemente la rodearon y siguieron adelante. Después, pasaron unos mercaderes montados sobre sus carretas, las cuales estaban llenas de mercancía. Luego de criticar al rey por lo sucios que estaban los caminos, siguieron su camino.
Más tarde, pasaron algunos soldados del ejercito real, pero ninguno hizo el intento de mover aquella roca.
Finalmente, se acercó un campesino que llevaba en su espalda una canasta con parte de la cosecha. Miró detenidamente la roca y, después de bajar su canasta, comenzó a empujarla con todas sus fuerzas hasta que lentamente logró quitarla del camino.
Ya se estaba retirando cuando notó una pequeña bolsa justo debajo de donde había estado la roca. Al abrirla, descubrió que estaba llena de monedas de oro y una nota que decía: “Este oro es para la persona que se tome la molestia de mover la roca que yo puse en el camino. Firma: El rey”.
Hay una importante lección en este relato antiguo. Cuando una piedra aparece en nuestro camino, no tiene por qué ser necesariamente un obstáculo. También puede ser una oportunidad. No hay una regla que diga que todas las adversidades son negativas o malas.
En esta vida, siempre encontraremos piedras en nuestro camino, sean grandes os han pequeñas, y dependerá de nosotros que se conviertan en obstáculos o en oportunidades. La verdad es que la decisión es de cada uno.
Cuando comenzamos a desarrollar nuestra relación personal con el Señor a través una vida devocional, Él nos ayuda a ver la vida con nuevos ojos. Desafortunadamente, por causa del pecado, tenemos la mala costumbre de ver todo a través de un lente opaco de negativismo y fatalidad.
Si algo sale mal o si las circunstancias se vuelven adversas, tendemos a decir: “Todo es un fracaso. Todo está mal”. Hay una ley conocida como la Ley de Murphy, que dice: “Si algo puede salir mal, entonces saldrá mal”. Inconscientemente, a veces tenemos esa ley escrita en nuestra mente y actuamos, sin darnos cuenta, basándonos en ella.
No obstante, cuando caminamos con Dios y aprendemos a orar y a meditar en su Palabra, recibimos el galardón de una nueva perspectiva de las cosas. En síntesis, nuestra visión cambia y, por consiguiente, todo cambia.
En el Salmo 84:6 está escrito lo siguiente: “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques”.
Las personas que ponen en Dios su fortaleza y observan cuidadosamente sus caminos, son las personas que remontan los obstáculos de la vida con una perspectiva diferente, pues ellos saben que Dios está en control y los vigila en cada circunstancia.
Tales personas, cuando atraviesan una dificultad, no la consideran como algo malo sino como un ejercicio para la fe y como una oportunidad para ver el gran poder del Dios que ha prometido darles vida.
El valle de lágrimas puede ser un problema familiar, una enfermedad, una crisis financiera, incluso una recaída en el desanimo y en la frustración. Pero quien camina con Dios y mantiene encendida la llama de la vida devocional, aunque derrame algunas lágrimas, cambiará aquella situación, por el poder de Dios, en una fuente de esperanza, de oportunidad y de bendición.
¿Cuáles son los problemas que usted tiene el día de hoy? ¿Está usted luchando en el ámbito familiar por causa de las discusiones amargas? ¿Está usted enfermo y con un diagnóstico desalentador? O puede que se encuentre atascado en el lodo de las deudas y aunque pisa el acelerador a fondo parece que no hay ningún avance.
La verdad es que no hay salidas rápidas. No hay soluciones mágicas. Si usted quiere cambiar el valle de lágrimas en una fuente abundante, tiene que partir de un punto específico: La vida devocional.
Muchas personas estarían contentas si la solución se encontrara en un billete de lotería o en un truco de magia. Sin embargo, las cosas con Dios nunca son así. Siempre hay un punto de inflexión, en donde nuestra vida cambia.
Las aflicciones, los problemas, las discusiones con la esposa, los problemas económicos, las demás situaciones adversas de la vida, comienzan a cambiar cuando nosotros comenzamos a cambiar. Y el cambio verdadero en nosotros solo tiene lugar cuando somos transformados en la presencia de Dios, por medio de la Palabra y la oración.
El día de hoy, usted puede cambiar el valle de lágrimas en una fuente. Hay delante de usted una roca que estorba su camino. Pero a través de una entrega verdadera al Señor y una búsqueda constante y diligente de su conocimiento, usted puede revertir su situación.
En lugar de rendirse, ¿por qué no comienza a caminar con el Señor? ¿Por qué no rinde su vida a Jesucristo? Nunca olvide que las aflicciones tienen un propósito: Llevarnos a depender de Dios. Y solo cuando aprendemos esta lección en carne propia y nuestras creencias cambian, la aflicción puede ser superada.
En mis consejerías pastorales, uno de los puntos que más enfatizo es que antes de que Dios cambie una situación primero nos cambiará a nosotros. De hecho, la razón por la que enfrentamos una situación adversa se debe a que Dios nos está forjando, como se forja el hierro, en el horno de la prueba.
Antes de que Dios cambie a su esposo o a su esposa, antes de que Dios haga un milagro en sus hijos, en su salud o en sus negocios, primero hará un milagro en su corazón. En realidad, el milagro más importante no es el que tiene lugar en nuestro entorno sino aquel que se lleva a cabo en nuestro interior.
Si tan solo nos rendimos ante el Señor y optamos por una vida de entrega continua, descubriremos que los problemas son una oportunidad, nos daremos cuenta de que Dios siempre ha cuidado de nosotros y podremos crecer y madurar en la fe. Además, aquella aflicción será cambiada en una fuente de bendiciones para usted. Nunca lo olvide, la aflicción es una oportunidad.
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