"A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:" (Lucas 18:9)
La adoración, tarde o temprano, terminará decidiendo el porvenir de una persona. Es decir, aquello que amamos sobre todas las cosas y a lo que le ofrecemos nuestro servicio y nuestra vida, terminará llevándonos a un destino.
En el Salmo 40:1-5 hay una tremenda riqueza espiritual para nosotros.
Este pasaje indica el destino del hombre que adora y sirve a Dios de todo su ser, y encuentra en Él su mayor satisfacción. En él podemos leer lo siguiente:
“1 Puse en el Señor toda mi esperanza; Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.
2 Me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme.
3 Puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios. Al ver esto, muchos tuvieron miedo y pusieron su confianza en el Señor.
4 Dichoso el que pone su confianza en el Señor y no recurre a los idólatras ni a los que adoran dioses falsos.
5 Muchas son, Señor mi Dios, las maravillas que tú has hecho. No es posible enumerar tus bondades en favor nuestro. Si quisiera anunciarlas y proclamarlas, serían más de lo que puedo contar”.
La adoración, que es el estilo de vida resultante del amor en nuestro corazón, empuja nuestra vida en cierta dirección.
Recuerde siempre que La adoración, tarde o temprano, terminará decidiendo el porvenir de una persona.
Mientras le confiar en Dios no llevará a la libertad y a la victoria, el adorar cosas vanas como las riquezas o la fama, o el adorar dioses falsos, nos llevará a la ruina y a la destrucción.
En labios del profeta Isaías (42:17), el Señor declaró lo siguiente:
“Pero retrocederán llenos de vergüenza los que confían en los ídolos, los que dicen a las imágenes: ‘Ustedes son nuestros dioses’”.
La traducción RVR1960 dice ene este texto:
“Serán vueltos atrás y en extremo confundidos los que confían en ídolos, y dicen a las imágenes de fundición: Vosotros sois nuestros dioses”.
“Retrocederán, en extremos serán confundidos”. Qué terrible condición, sin lugar a dudas.
¡Qué diferentes son el destino del que ama, adora y sirve a Dios, del destino de aquel que pone su confianza en cosas vanas!
Así como son diferentes la primavera y el invierno, así es diferente el destino de cada persona.
¡Cuánto quiere el Señor que le adoremos solo a Él! Pues solo quienes adoran verdaderamente al Señor podrán experimentar su plena bendición.
Quiero preguntarle, ¿en dónde está puesto el afecto de su corazón? ¿Qué es lo que ocupa el primer lugar en su vida el día de hoy?
Nunca lo olvide, La adoración, tarde o temprano, terminará decidiendo el porvenir de una persona. Lo invito para que el día de hoy conozcamos un poco más sobre la adoración a Dios.
Cierto día, una mujer samaritana que vivía en Sicar, le preguntó al Señor Jesús acerca de la adoración. Ella quería saber en dónde se encontraba el lugar para adorar a Dios. Ciertamente, la duda de esta mujer era una duda muy válida y oportuna.
Todo aquel que quiera adorar verdaderamente al Señor, también debe hacerse esta pregunta: “Señor, ¿en dónde debo adorarte? ¿Cómo puedo adorarte de manera que Tú te agrades?”
Después del planteamiento de esta situación, el Señor le respondió a la mujer samaritana, indicándole que la adoración ya no estaba sujeta a un lugar ni a un ritual.
El relato de lo anterior lo encontramos en Juan 4:19 en adelante:
“19 —Señor, (le dijo la mujer samaritana) me doy cuenta de que tú eres profeta.
20 Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén”.
A través de estas palabras, podemos ver el interés que tenía la mujer por encontrar el lugar en donde se podía adorar a Dios.
La respuesta del Señor fue terminante y de suma importancia, no solo para ella sino para todos nosotros el día de hoy:
“21 —Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre.
22 Ahora ustedes adoran lo que no conocen (adoran sin conocimiento); nosotros adoramos lo que conocemos (adoramos con conocimiento), porque la salvación proviene de los judíos.
23 Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
24 Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.
La frase “La hora… ha llegado ya” implica que a partir de ese momento la adoración ya no está sujeta a un lugar o a una situación determinada.
La mujer samaritana había sido instruida en la religión y se le había enseñado que para adorar a Dios era necesario encontrar un lugar determinado y encontrarse bajo circunstancias determinadas.
Aunque era una pregunta válida la de la mujer samaritana, provenía de una idea incorrecta acerca de Dios y de la adoración que Él espera del hombre.
La gente de aquella época trataba de reducir la adoración a un lugar, a una hora, con ciertos rituales.
Ellos pensaban y vivían de esta manera porque no estaban dispuestos a cuidar su corazón delante de Dios, y se preocupaban únicamente por el lugar y el formalismo.
La liturgia de muchos de ellos era compleja y se centraba en aparentar santidad y espiritualidad. No obstante, muchos de los líderes religiosos y de los adoradores de aquel tiempo eran corruptos, lujuriosos e hipócritas. Mantenían al orgullo y a la arrogancia, abrigados en su corazón y por eso sus “lugares de adoración” no pasaban de ser recintos fríos y carentes de la presencia de Dios.
Ellos habían olvidado el verdadero significado de adorar a Dios, como lo describe el salmista (Salmo 51:16-17):
“16 Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería.
17 El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido”.
Este es el corazón de la verdadera adoración.
No es un ritual ni es un lugar. La verdadera adoración no es una experiencia ni una metodología.
El Señor proclamó cómo debía ser la verdadera adoración a Dios. Él dijo (Juan 4:24):
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.
Si lo analizamos, en la actualidad, tanto Jerusalén como Samaria ya no son más lugares de adoración, sino que se han convertido en lugares desérticos.
Dios ha juzgado los rituales de aquellas personas por estar atados al lugar y al formalismo. Tales cultos fueron solo apariencias y máscaras.
Mis amados, ¿qué es lo que espera Dios de nosotros, que somos su pueblo?
Dios no está interesado en el formalismo o en el ritual, ni en la experiencia de un solo día, sino en el corazón del hombre.
El Señor declara en Proverbios 23:26: “Dame, hijo mío, tu corazón y no pierdas de vista mis caminos”.
Dios busca a aquellos que lo adoran en espíritu y en verdad.
La historia nos muestra cómo los lugares de adoración del pasado no son nada más que ruinas el día de hoy.
El edificio y la liturgia son apenas un instrumento de la adoración, y no la adoración en sí misma.
La adoración es una actividad espiritual, que va más allá de lo terrenal. La apariencia y la postura no importan tanto como la actitud y la sinceridad del corazón. La adoración es una cuestión que decide nuestro futuro. La adoración, tarde o temprano, terminará decidiendo el porvenir de una persona.
Si nuestro destino será uno de éxito, poder y victoria, o si será uno de fracaso y quebranto, todo depende de nuestra adoración el día de hoy.
En Lucas 18:9-14 encontramos una asombrosa historia que demuestra la relación entre la adoración y el futuro.
El pasaje dice de la siguiente manera:
“9 A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola:
10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos.
11 El fariseo se puso a orar consigo mismo (no a Dios, sino consigo mismo): “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos.
12 Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo”.
El Señor resalta esta enseñanza para aquellos que tenían la confianza en sí mismos y que despreciaban a los demás.
De este pasaje podemos aprender que no debemos poner la confianza en nuestro propio pensamiento, en nuestro propio ser o en nuestra capacidad.
No debemos vivir considerando a otros como menos que nosotros. Tal actitud no agrada al Señor. Suele ser que las personas que confían en sí mismas tienen la marca del orgullo y de la ceguera espiritual.
No son capaces de ver su propia necesidad espiritual. Por eso oran diciendo:
“¡Gracias porque no soy como los otros hombres! Gracias Dios porque yo estoy en lo correcto y los demás están todos equivocados”.
Jamás se detienen a pensar seriamente en el estado de su alma. Ellos consideran, desde su propio punto de vista, que están bien. No reconocen ninguna necesidad espiritual y mucho menos reflexionan en sus pecados.
No analizan su carácter, sus reacciones ni su comportamiento. Desde su limitado punto de vista, quienes no piensan como ellos, están equivocados pues, solo ellos tienen la razón (piensan equivocadamente).
Este problema del orgullo, lleva a las personas de la actualidad a pensar que pueden vivir junto a Dios por sus propias obras.
Pero tal cosa es imposible.
El profeta Isaías (64:6) dijo:
“Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia. Todos nos marchitamos como hojas; nuestras iniquidades nos arrastran como el viento”.
El publicano de Lucas 18, supo reconocer su posición de pecado y su necesidad de un Salvador.
Fue quebrantado y descubrió su terrible condición.
“13 En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”
Este último hombre se sentía indigno de tan solo mirar al cielo.
Lamentándose, golpeaba su pecho y pedía la misericordia de Dios.
Esta es la actitud que agrada al Señor, una actitud que reconoce sus faltas y sus pecados y se vuelve al Señor por ayuda.
Al final, el destino de cada uno de estos hombres fue diferente como la noche y el día lo son.
Finalmente, uno fue enaltecido y otro humillado.
“14 »Les digo que este, y no aquel, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»”.
La adoración que Dios busca es un corazón arrepentido y rendido ante Él.
La adoración de Dios es la del corazón que busca su ayuda y depende de Él para todas las cosas.
Ciertamente, la adoración, tarde o temprano, terminará decidiendo el porvenir de una persona.
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