Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido (Lucas 18:12).
Cierto día, una mujer samaritana que vivía en Sicar, le preguntó a Jesús acerca de la adoración. Ella quería saber en dónde se encontraba el lugar para adorar a Dios. La duda de esta mujer era una duda muy válida. Fue ahí cuando el Señor le respondió que la adoración ya no estaba sujeta a un lugar.
La gente de aquella época trataba de reducir la adoración a un lugar, a una hora, con ciertos rituales. Ellos no estaban dispuestos a cuidar su corazón delante de Dios, y se preocupaban únicamente por el lugar y el formalismo. Su liturgia era compleja y se centraba en aparentar santidad. No obstante, los adoradores de aquel tiempo eran corruptos, lujuriosos e hipócritas.
El Señor proclamó cómo debía ser la verdadera adoración a Dios. En la actualidad, tanto Jerusalén como Samaria ya no son más lugares de adoración, sino que se han convertido en lugares desérticos. Dios ha juzgado los rituales de aquellas personas por estar atados al lugar y al formalismo. Tales cultos son solo apariencias y máscaras.
¿Qué es lo que espera Dios de nosotros, su pueblo? Dios no está interesado en el formalismo o en el ritual, sino en el corazón del hombre. El Señor declara: “Dame, hijo mío, tu corazón” (Proverbios 23:26).
Dios busca a aquellos que lo adoran en espíritu y en verdad. La historia nos muestra cómo los lugares de adoración del pasado no son nada más que ruinas el día de hoy. El edificio y la liturgia son apenas un instrumento de la adoración, y no la adoración en sí misma.
La adoración es una actividad espiritual, más allá que terrenal. La apariencia y la postura no importan tanto como la actitud y la sinceridad del corazón. La adoración es una cuestión que decide nuestro futuro. Si nuestro destino será uno de éxito, poder y victoria, o si será uno de fracaso y quebranto, todo depende de nuestra adoración el día de hoy.
En Lucas 18:9-14 encontramos una asombrosa historia que demuestra la relación entre la adoración y el futuro. “A unos que confiaban en sí mismos como justos” (v. 9). Primero, nos muestra que no debemos confiar en nosotros mismos ni vivir menos preciando a los demás. Las personas que confían en sí mismas se caracterizan por el orgullo y la ceguera espiritual. No son capaces de ver su propia necesidad espiritual (v. 11-12).
En su conversación con el joven rico, el Señor le dijo que solo había Uno bueno: Dios. Pero este joven creía que también era bueno como Dios (Lucas 18:18-21). La moralidad es uno de los productos más vendidos de nuestros días. El hombre cree que es bueno y que puede vivir junto a Dios por sus obras, pero tal cosa es imposible.
El publicano supo reconocer su posición de pecado y necesidad de un Salvador. Se sentía indigno de tan solo mirar al cielo. Lamentándose, golpeaba su pecho y pedía la misericordia de Dios. Al final, el destino de cada uno fue diferente como la noche y el día. Finalmente, uno fue enaltecido y otro humillado. La adoración decide nuestro destino.
Si deseas recibir nuestros materiales en tu celular, envíanos un mensaje de WhatsApp con tu nombre al +5213322061834 ¡Es gratis y siempre lo será!
留言