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Foto del escritorMarlon Corona

Jesús limpia la vida

"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." (1 Juan 1:9)


Cuando una casa está sucia y se acumula la basura, eso atrae todo tipo de insectos, y así mismo, cuando una persona no tiene una buena higiene, eso también atrae todo tipo de infecciones. Algo similar sucede con el pecado, cuando está presente en nuestra vida, atrae todo tipo de malestares al alma y al corazón.


Vienen como plagas: la culpa, el temor, el rencor, la inferioridad, y entonces la persona cae enferma en la depresión. El pecado debilita al hombre, lo arrastra a la infelicidad, deteriora su salud y destruye su vida.


El Señor Jesús ofrece a todos los que se acercan a Él con humildad, perdón de pecados y limpieza de toda suciedad espiritual. Venga hoy a Aquel que limpia la vida, restaura el gozo y devuelve la Paz. Él es Jesucristo.


Terribles consecuencias del pecado


En el Salmo 32:3, David reconoce que mientras abrigó el pecado en su alma sin confesarlo delante de Dios, eso le produjo quebranto y tristeza. El pasaje dice así: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día”.


El pecado no solo es la causa de la amargura y la infelicidad en la vida, y no solamente destruye la salud y el cuerpo, sino que es una ofensa terrible que enciende la ira de Dios.


Dios es enemigo del pecado, de la sensualidad y de la maldad. Y todo aquellos que hacen alianzas con estos males, en realidad se están poniendo en contra de Dios.


Mire con detenimiento lo que dice Colosenses 3:5-6:


“5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; 6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”.


El pecado, la desobediencia, la rebeldía y el vivir en los placeres obscenos, no es algo que debemos tomar a la ligera. Muchos piensan que se puede vivir de esta manera y a su vez estar en paz con Dios. Pero lo anterior es un terrible error.


En apóstol Santiago, con la finalidad de resolver estas dudas, declaró que el mundo es enemigo de Dios, junto con sus placeres, y que todo aquel que se hace amigo del mundo, automáticamente se vuelve enemigo de Dios.


Santiago 4:4 dice así: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.


La amistad del mundo se refiere al pecado, al orgullo, a la sensualidad y a los placeres obscenos que la gente practica por su falta de temor de Dios. Este pasaje nos enseña con toda claridad que aquel que quiere la amistad del mundo, automáticamente, se constituye, se establece y se suma a los enemigos de Dios.


Amados, esta no debe ser nuestra condición. No debemos hacer alianzas con el mundo. No debemos hacernos uno con él. Más bien, debemos vivir vidas justas, limpias, piadosas, apartadas de la maldad y de todo lo que tenga el sabor de la idolatría y de la sensualidad.


Lo cierto es que todos somos pecadores. Al ser descendientes de Adán, todos estamos en pecado.


Aunque no tuvimos que hacer nada, al nacer recibimos la herencia espiritual de Adán y Eva, la cual es el pecado. Esto es a lo que llamamos el pecado original.


Aún el mejor de nosotros, al solo ser un hijo de Adán, ya es pecador. La Biblia nos enseña esto en Romanos 5:12, donde dice:


“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.


Esta es la realidad de todos los seres humanos. Sin embargo, al creer en el Evangelio de Jesucristo y recibir la gracia de Dios, nacemos de nuevo y el pecado original es limpiado de nuestra vida.


Mire lo que nos dice el versículo 19 de Romanos 5: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”.


Si creemos en Jesucristo como Señor y suficiente Salvador, nuestro pecado es lavado y somos constituidos y establecidos como justos. No obstante, no debemos olvidar que vivimos en un mundo de pecado y maldad, en donde predominan la desobediencia, el orgullo y la sensualidad.


Por esta razón, resulta fundamental limpiarnos continuamente. Esto es, en un sentido figurado, como decir que tenemos que lavar nuestros pies diariamente. Pero, ¿qué significa todo esto?


Cuando las personas vienen a Jesucristo, su pecado original es perdonado y son llamados justos, como si nunca hubieran pecado.


Sin embargo, mientras viven en un mundo lleno de maldad, cometen pecados y transgresiones cada día. Tropiezan con el pecado y la desobediencia.


Entonces, ¿cómo debemos tratar con tales pecados? ¿Qué debemos hacer cuando pecamos, aquellos que ya hemos sido justificados y hemos nacido de nuevo?


En 1 Juan 1:9 está escrito lo siguiente: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.


Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, nuestro pecado original es purificado y obtenemos una vida nueva. Pero los pecados que cometemos diariamente son limpiados cuando nos arrepentimos de ellos. Es como lavarnos los pies después de una larga caminata.


Antes de la crucifixión, Jesús pasó la última noche con sus discípulos y lavó los pies de ellos. Este relato lo encontramos en Juan 13.


Pedro, el discípulo del Señor, se rehusaba, diciendo: “No me lavarás los pies jamás” (Juan 13:8).


Entonces, el Señor le dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (v. Pedro le respondió: “Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.” (v. 9).


Jesús le dijo algo sumamente revelador: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio” (v. 10).


Una persona salva, que ha creído en Cristo, ha nacido de nuevo y ha sido declarada justa ante los ojos de Dios, no necesita ser redimida otra vez. La justificación y la redención son eventos únicos en la vida cristiana. Quiero decir que suceden una sola vez y para siempre.


Sin embargo, el polvo y la suciedad de nuestros pies necesitan ser lavados. En este contexto, los pies simbolizan el comportamiento diario, y el polvo y la suciedad se refieren al pecado que cometemos en nuestro diario vivir.


Es cierto, los cristianos pecamos. Los cristianos tropezamos muchas veces. Sin embargo, el Señor nos indica lo siguiente, en Isaías 1:18:


“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”.


El apóstol Juan, en su primera epístola, en el capítulo 2 versículo uno dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.


Si usted ha tropezado con el pecado y está batallando para experimentar la plena libertad de los hijos de Dios, Cristo le ofrece limpieza y victoria sobre el pecado. No tarde más. Si usted reconoce que es pecador y necesita limpieza, acuda hoy a Cristo, quien lava nuestros pies y quita la suciedad que el mundo ha dejado en nosotros.


Debemos confesar al Señor todos los pecados que cometemos, todos los días. Necesitamos ser limpiados por la preciosa sangre del Señor. Igualmente, debemos orar para que el Espíritu Santo nos dé las fuerzas para vivir una vida santa, dependiendo solo de Él.



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