Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido (Juan 13:5).
Cuando una casa está sucia y se acumula la basura, eso atrae todo tipo de insectos, y cuando una persona no tiene una buena higiene, eso también atrae todo tipo de infecciones. Algo similar sucede con el pecado, cuando está presente en nuestra vida, atrae todo tipo de malestares al alma y al corazón. Viene la culpa, el temor, el rencor, la inferioridad, y entonces la persona cae enferma de depresión.
Al creer en el evangelio de Jesucristo y recibir la gracia De Dios, hemos nacido de nuevo y el pecado original ha sido limpiado en nuestra vida. Sin embargo, al vivir en un mundo de pecado e inmundicia, resulta fundamental limpiarnos de continuo. Esto es en un sentido figurado como decir que tenemos que lavar nuestros pies diariamente. Pero, ¿qué significa lo anterior?
Cuando las personas vienen a Jesucristo, su pecado original es perdonado y son llamados justos, como si nunca hubieran pecado. Sin embargo, mientras viven en un mundo lleno de maldad, cometen pecados y transgresiones cada día. ¿Cómo debemos tratar con tales pecados?
En 1 Juan 1:9 está escrito: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, nuestro pecado original es purificado y obtenemos una vida nueva. Pero los pecados que cometemos diariamente son limpiados cuando nos arrepentimos de ellos. Es como lavarnos los pies después de una larga caminata.
Antes de la crucifixión, Jesús pasó la última noche con sus discípulos y lavó los pies de ellos. Pedro se rehusaba, diciendo: “¡Jamás me lavarás los pies!” (Juan 13:8). Entonces, el Señor le dijo: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo” (v. 8). Pedro le respondió: “Señor, entonces no solo los pies, sino también las manos y la cabeza” (v. 9). Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio” (v. 10).
Una persona salva no necesita ser redimida otra vez. Sin embargo, el polvo y la suciedad de nuestros pies necesitan ser lavados. Los pies simbolizan el comportamiento diario, y el polvo y la suciedad se refieren al pecado que cometemos en nuestro diario vivir.
Debemos confesar al Señor todos los pecados que cometemos, todos los días. Necesitamos ser limpiados por la preciosa sangre del Señor. Debemos orar para que el Espíritu Santo nos dé las fuerzas para vivir una vida santa, dependiendo solo de él.
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