Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza (Marcos 4:29).
La realidad es que Cristo mismo mora en el interior de cada creyente. Desde el momento en que le recibimos como Señor y Salvador, Él viene a habitar en nuestro corazón. De manera que el cristiano nunca esta solo, nunca desamparado, nunca olvidado.
Sin embargo, ¿cuál es el papel que desempeña el Señor Jesús en nuestra vida? Desde luego, Él no ha venido para ser un espectador o alguien ajeno a nuestra vida. Cristo viene, en primer lugar, para ayudarnos a sobrellevar las cargas de la vida, a consolarnos en medio de la desesperación y a callar las tormentas y adversidades cuando estas se levantan contra nosotros.
Un día, los discípulos cruzaban al otro lado del lago de Genezaret. Fue ahí cuando se desató una tormenta que parecía ahogarlos. El Señor estaba dormido en la popa. También en nuestra vida se levantan tempestades y, en ocasiones, Jesús que mora en nosotros, duerme debido a nuestra frialdad espiritual y nuestra falta de devoción. Sin embargo, si le despertamos mediante la fe, Él nos ayuda y nos salva.
Eso fue lo que ocurrió con los discípulos. Después de despertarle, ellos presenciaron un asombroso milagro.
Hoy en día, el Señor Jesús está presto para ayudar a aquellos que le buscan con sinceridad y dependen de Él. Por ende, no debemos temer, sino confiar.
Ante tal verdad, resulta infructuoso desesperarse o entregarse a la derrota en medio de las adversidades. La mejor decisión es no permitir que la tormenta entre en nuestro corazón sino que debemos tomarnos de la mano del Señor, confiar en Él y depender de su gracia. Entonces, le escucharemos decir a la tormenta: “Calla, enmudece”.
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