"Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil" (1 Corintios 10:8).
Cierto día, un pastor estaba predicando sobre el tema de la santidad (un tema que ya casi no se escucha en los púlpitos de hoy). El pastor insistía en que la santidad debía manifestarse tanto dentro como fuera. Por ello, invitaba a las hermanas a vestir decorosamente, no provocativas, y a los hombres a no vestir de manera inapropiada.
Al final de la predicación, un hermano lo detuvo en el pasillo de la Iglesia y le preguntó al pastor: “Disculpe, pastor, cuando usted va a comer un plátano, ¿qué come, lo de adentro o lo de afuera?”
El pastor le respondió: “Lo de adentro, por supuesto”. Entonces, el hermano le dijo: “¿Lo ve, pastor? Dios hace lo mismo. Él solo ve el interior y la intención del corazón, no le importa el exterior”.
El pastor, meneando la cabeza le devolvió una pregunta. Le dijo: “Hermano, ya que usted es un aficionado de los plátanos, dígame, cuando va a comprarlos, ¿en qué se fija, en el interior o en el exterior?”
Aquel hermano se quedó pensando y respondió: “En el exterior, claro”. Entonces, el pastor prosiguió a decirle: “Hermano, la Palabra de Dios nos dice en 1 Tesalonicenses 5:23 que todo nuestro ser, espíritu alma y cuerpo, deben guardarse irreprensibles para cuando Cristo vuelva”.
La santidad, mis amados, está por dentro y por fuera. Tener un corazón limpio es muy importante, pero la santidad también se refleja en cómo nos vestimos. Tenemos que vestir como hijos de Dios.
¿Por qué estoy hablando de esto? Porque más que nunca antes, los cristianos estamos viviendo en mundo sensual, inmoral y sexualmente impropio. Y si no tenemos cuidado, seremos arrastrados con la corriente de la fornicación, el adulterio y la pornografía.
Estos tres pecados que acabo de mencionar también entristecen a Dios. En 1 Corintios 10:8 está escrito lo siguiente, por parte del apóstol Pablo: “Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil”. Por esta razón, debemos cuidarnos de estos pecados.
Algo que es muy interesante es que el apóstol Pablo dijo sobre otros pecados que resistiéramos la tentación, nos dio instrucciones de cómo lidiar con ellos y cómo podíamos superarlos.
Sin embargo, cuando llegó al tema de la inmoralidad sexual, no nos dijo que fuéramos más fuertes o valientes, o que pensáramos en una mejor estrategia para vencerla. Tampoco nos dijo que nos faltaba carácter para echarla fuera de nuestra vida. No. La expresión que Pablo usó, fue: “Huid”.
En 1 de Corintios 6:18 dice así: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca”.
La estrategia para vencer la inmoralidad sexual que ofende y entristece a Dios es huir a toda velocidad, es correr a toda marcha. No es una cuestión de fortaleza o de madurez espiritual. Cuando se trata de la fornicación, el adulterio y la pornografía, el mandato de Dios para nosotros es: “Huye”.
Cuando José, el hijo de Israel, se encontraba en Egipto, la mujer de Potifar trataba de seducirlo para que cayera en la fornicación. Esta mujer perversa le insistía para que se acostara con ella. No obstante, José no cedió.
La Biblia nos relata la manera en la que él venció este pecado: “11 aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí.
12 Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió” (Génesis 39:11-12).
Hermanos y hermanas, no hay manera de enfrentar el pecado sexual. Si usted se queda, será atrapado por los despreciables tentáculos de la inmoralidad. Por eso, debemos aprender a huir de la fornicación.
Nuestros cuerpos han sido comprados y redimidos por la sangre de Jesucristo para que se conviertan en templo del Espíritu Santo. 1 Corintios 3:16 dice así: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”.
El Espíritu de Dios mora en nuestro ser y, por lo tanto, hemos llegado a ser hijos de Dios y miembros del cuerpo de Cristo. La Palabra de Dios nos enseña que todos los demás pecados están fuera de nuestro cuerpo, pero con una notable diferencia, el pecado sexual atenta contra nuestro propio cuerpo.
En consecuencia, cometer este pecado equivale a despreciar al Espíritu Santo de Dios que mora en nosotros, a no admitir su santidad y a deshonrar su santo templo que es nuestro cuerpo, arruinando y perturbando nuestra mente y emociones.
El pecado sexual no solo produce separación en cuanto a la relación espiritual con Dios, sino que además destruye la vida de la persona que lo practica, ya que su estima propia y su conciencia se dañan e incluso su propio cuerpo se enferma.
No solo eso, el pecado sexual hace mucho daño a la familia y a la sociedad de la que forma parte la persona. La causa de la mayoría de los divorcios se debe a la inmoralidad sexual de esposos y esposas fuera del vínculo matrimonial.
La tendencia moderna presiona a las personas desde temprana edad a ser inmorales, ya que la música, los libros, las películas y los medios de comunicación han disfrazado la pornografía y la fornicación con el nombre de arte.
Sin embargo, los hijos de Dios debemos cuidarnos de estos males con un sentido de urgencia.
Debemos hacer un pacto con nuestros ojos, con nuestras manos y con nuestros oídos de no permitir que entre la inmoralidad sexual en nosotros.
Esta es una sabia determinación que los hijos de Dios deben aplicar en su vida si desean ser libres del pecado de la inmoralidad.
Cuando leemos el relato de como Esaú le vendió a Jacob su primogenitura por un plato de lentejas, pensamos que Esaú fue un necio. Su historia nos da pena y hasta cierto punto nos disgusta. Preguntamos, ¿cómo pudo despreciar el enorme don de la primogenitura?
Sin embargo, cuando caemos en la fornicación, en el adulterio o en el pecado de la pornografía, ¿no estamos cambiando también nuestra paz por un plato de lentejas?
Si usted ha batallado con este tipo de pecados hasta el día de hoy y anhela ser libre. Le doy los siguientes consejos. Primero que nada, acuda en oración al Padre, quien siempre tiene los brazos abiertos para recibirnos con misericordia. Al igual que el hijo pródigo, si nos volvemos a Dios, Él se vuelve a nosotros.
Segundo, pida ayuda. No se quede callado ni lo guarde para usted mismo. El pecado de la inmoralidad sexual es letal cuando se mantiene en secreto, pero tan pronto sale a la luz, pierde su poder. Cuénteselo a un hombre de fe, si usted es un varón. Y si es mujer, acuda con una hermana.
Tercero, tenga nuevos hábitos de oración y meditación de la Palabra, pues esto es lo que fortalece el espíritu y lo que nos lleva a la victoria espiritual. Si nos arrepentimos se lo pedimos, Dios nos perdona y nos da la victoria.
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