"Sécase la hierba, marchítase la flor; más la palabra del Dios nuestro permanece para siempre." (Isaías 40:8).
La vida cristiana es por completo una vida de fe. Sin embargo, la fe no es algo subjetivo ni abstracto. Más bien es algo muy objetivo y claro. La fe, en pocas palabras, es creer en Dios, en su Palabra, y tomar como una certeza que Él está a nuestro lado.
No obstante, esta clase de fe que tenemos los cristianos no es infundada o ciega, sino que tiene su fundamento en la Palabra de Dios. Es decir, nuestra fe está construida sobre la sólida base de la Biblia, que es la Palabra de Dios. El verdadero creyente es aquel que ha tomado la decisión de
creer en la Biblia y vivir por virtud de ella.
Tome la decisión de creer la Palabra.
En la autobiografía del pastor y evangelista Billy Graham, él relata un episodio que vivió en su juventud, el cual definió su fe y su destino por completo.
El reconocido predicador Graham, cuando era joven, asistió a una universidad teológica en donde la influencia del liberalismo era notoria. El liberalismo es una corriente de pensamiento que parece ser verdad pero no lo es. Entre otras cosas, enseña que la Biblia, aunque contiene algo de sabiduría, no es más que las ideas de los hombres y no la Palabra de Dios.
Precisamente, ese fue el conflicto que enfrento el pastor Graham. Uno de los profesores de la universidad enseñaba: “La Biblia es solo literatura. Es un producto del hombre. Pero de ningún modo es la Voz de Dios, ni la Palabra de Dios, para el ser humano”. Este profesor trataba de rebajar la autoridad de las Sagradas Escrituras.
Desde ese momento, la fe del pastor Graham empezó a tambalearse y esto le generó un gran conflicto. Decía: “Si la Biblia no es la Palabra de Dios, entonces, ¿en qué puedo creer? ¿En qué voy a basar mi vida? ¿Con qué autoridad voy a predicarle a la gente el mensaje de la Biblia?”
Fue en esos momentos de incertidumbre que encontró un viejo credo de la iglesia cristiana. Aunque estaba cubierto de polvo y amarillento, las letras que estaban ahí escritas perforaron su corazón y la proveyeron una tremenda convicción.
Se trataba de la Confesión de Fe de Westminster. En este credo, él leyó las siguientes palabras, en el apartado I, de las Sagradas Escrituras: “Le agradó a Dios poner por escrito, en forma completa, la revelación de su carácter y su voluntad de salvación, en las Santas Escrituras”.
Y mientras más leía su corazón se estremecía. Continuó leyendo: “La autoridad de la Biblia, la cual debe ser creída y obedecida, no depende del testimonio de ningún ser humano o iglesia, sino enteramente de Dios (quien es verdad en Sí mismo), el Autor de la Biblia, por lo tanto debe ser recibida porque es la Palabra de Dios”.
Esa noche, él subió a un valle que se encontraba en la parte posterior del campus de la universidad. La luna brillaba con suma intensidad en ese momento. Entonces, tomó la Biblia sobre su pecho y empezó a clamar en oración.
Le dijo a Dios: “Señor, ¿qué debo hacer? El profesor me enseña que la Biblia no es tu Palabra, y que simplemente es una obra de arte de los hombres. Ya no quiero dudar ni tambalear. Por favor, Dios, dime qué tengo qué hacer”.
Después de hacer esta oración, una palabra de sabiduría iluminó su corazón, tan brillante como la luna. Sintió que el Señor le decía: “No temas. Toma la decisión de creer que toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, ha sido inspirada por mi Espíritu.
“No te tambalees, no inclines tus oídos al mundo, sino cree que la Biblia es mi Palabra y mi Voz para el hombre. Toma la decisión de creer y avanza. Yo te respaldaré y estaré contigo”.
El pastor Graham tomó una firme decisión aquella noche, y dijo: “A partir de este momento, no importa lo que digan los profesores o lo teólogos. Tampoco importa la opinión del mundo. Hoy decido creer que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada. Voy a creer en Dios a través de la Biblia”.
Después de esta decisión tan firme, Graham no tambaleó en relación a las Escrituras. Esta era la razón por la cual predicaba con fervor y denuedo diciendo: “La Palabra de Dios dice así”.
Como resultado, sus mensajes hicieron que miles llegaran a los pies del Señor y su ministerio basado en la Biblia se convirtió una fuente de esperanza para incontables personas al rededor del mundo.
La fe que tenemos los cristianos no es una de infundada. El cimiento sobre el cual construimos nuestra fe es la Palabra de Dios, que es la Biblia.
Por supuesto que la Biblia tiene un sustento histórico, científico, geográfico, textual, un sustento lógico. Sin embargo, creemos en la Biblia porque es la Voz de Dios para cada uno de nosotros.
En ella, Dios nos revela su carácter, su plan, su obra de salvación para la humanidad, sus promesas, sus garantías y también sus juicios y advertencias. La Biblia es la revelación de Dios que nosotros creemos y aceptamos.
Al igual que aquel evangelista, nosotros tenemos que tomar una seria decisión en nuestra vida. Esta es si vamos a creer o no en la Palabra. Dicho de otra forma, cada quien debe decidir sobre qué va a construir su propia vida.
Algunos basan su vida en el humanismo, en la filosofía, en la psicología, en la superación personal o en la tradición. Sin embargo, el verdadero cristiano es una persona que ya ha tomado la firme decisión de creer en la Palabra de Dios. Y es aquella persona que construye su vida alrededor de ella.
A pesar de que pasan los años y los tiempos cambian, la Palabra de Dios se mantiene fresca y actual. Jamás caduca ni pierde su poder. No se desgasta ni pierde relevancia. Aún hoy, sigue siendo la base para construir una vida de éxito y para alcanzar la verdadera felicidad.
El profeta Isaías declaró lo siguiente: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8).
La vida pasa, los años se consumen y todo cambia. Pero la Palabra de nuestro Dios permanece firme, sin cambio ni alteración. El salmista dijo: “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos” (Salmo 119:89).
Si queremos construir una vida de fe sólida y firme, si queremos alcanzar el éxito y ser verdaderamente felices, entonces la Biblia debe ser la norma de nuestra fe, es decir, de todo lo que creemos y aceptamos, y la norma de nuestra conducta, que significa, de todo lo que hacemos y practicamos.
Si el día de hoy aceptamos la Biblia como la Palabra de Dios, y comenzamos a construir nuestro futuro a partir de la sabiduría de Dios, nuestras vidas serán por completo transformadas. Quien cree la Palabra de Dios no quedará defraudado, su rostro no será un rostro de vergüenza, y su futuro será más brillante que la misma luz del sol.
Hoy es el día, para cada uno de nosotros, de subir a la colina y tomar una firme decisión de fe: “Señor, creó tu Palabra. La acepto en mi vida y viviré en virtud de ella”.
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