Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec (Éxodo 17:11).
La adoración es rendición a Dios, a su Palabra, a su voluntad y a sus propósitos. De manera que aquel que se vuelve un verdadero adorador, en realidad, se ha convertido en una persona rendida ante Dios. Dicho de otra forma, es imposible ser un verdadero adorador sin haber rendido la vida ante el Señor. Esto ha sido así antes, y lo es así ahora también.
En los tiempos del peregrinar del pueblo de Israel por el desierto, en un momento de su historia, se vieron confrontados por los Amalecitas, tal como lo relata Éxodo 17:8) Ellos eran descendientes de Esaú, quien había manifestado un rechazo abierto contra Israel. De modo que el odio de Amalec era un odio heredado.
El cristiano es en realidad un peregrino y un extranjero en este mundo que camina hacia la patria celestial (1 Pedro 2:11). De la misma manera el creyente, llega a enfrentar adversidades producidas por Satanás quien odia al cristiano. Al igual que Israel en el desierto, cada uno de nosotros debe enfrentar al adversario.
No obstante, la estrategia que debemos aplicar es la misma que el pueblo de Dios ha aplicado antes. ¿Cuál es esa estrategia? La rendición a Dios. En la lectura del día de hoy encontramos algo asombroso. Tres pincipios fundamentales en cuanto a la rendición a Dios.
Primero, Moisés sube a la cima de un collado. En la Biblia, los grandes hombres de Dios, al orar, solían subir al monte (Lucas 6:12). Eso representa el extraordinario milagro que ocurre en la oración. Es dejar el afán y la ansiedad terrenales, para subir a la montaña de fe, confianza y paz, celestiales. Al igual que Moisés, nosotros debemos subir continuamente al monte. Ante un problema, Moisés supo que la victoria estaba en la oración.
En segundo lugar, una vez en el monte, Moisés extendió sus manos a Dios. Este es el acto de rendición a Dios (Salmo 143:6-7). Las manos extendidas a Dios, en la Biblia, representan entrega y dependencia de Dios. Para los judíos, este acto es el mismo que realiza un hijo con su padre para ser cargado y consolado por él. Extender las manos a Dios en nuestros días significa confiar en Dios y depender de Él. Es el acto de rendir todo delante de Él y confiar en su poder.
Por último, el relato bíblico nos dice que las manos de Moisés se cansaban (v. 12). En la traducción original dice que sus brazos le pesaban. Toda actividad espiritual, entre más grande es, más probable es que flaqueemos. Dios, en su sabiduría, conoce esto. Por ende, nos indica en este relato que es de vital importancia ser acompañados por otros creyentes. La vida cristiana no debe ser solitaria.
Las amistades en la vida cristiana nos fortalecen, nos ayudan a cumplir nuestra misión y nos recuerdan que debemos apoyarnos en Cristo. Debemos buscar amigos en la fe que nos ayuden a pelear en la guerra espiritual. Pero a su vez, nosotros debemos ser amigos para otros: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano.” (Proverbios 18:24). No hay nada de malo en decir: “Amigo, ayúdame”.
La rendición a Dios es la esencia de la adoración. Un verdadero adorador sube al monte, extiende sus manos a Dios en rendición a Él, y se rodea de otros creyentes que le fortalecen y la animan.
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