"Para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron." (1 Corintios 10:6)
En 1 Corintios 10, el apóstol Pablo nos provee una lista muy clara de los pecados que entristecen a Dios. Lo interesante es que la palabra pecado significa “errar en el blanco”. Es un término que se usa en la arquería cuando el que arroja la flecha se desvía del objetivo.
De esta manera, cuando la Biblia menciona que tanto la codicia, la idolatría, la fornicación, así como la incredulidad y la murmuración, y muchos otros pecados más, son “fallos al blanco”, esto equivale a que son desviaciones del propósito original por el cual Dios nos creó.
Al comprender esto, debemos apartarnos de tales caminos e ideologías, y debemos buscar entrar en el camino de Dios y llevar una vida justa que le honre y le agrade solo a Él.
Una día, un hombre se sentó frente al televisor y lo encendió en el canal de las noticias. Al escuchar con atención los acontecimientos que habían tenido lugar recientemente, no dejaba de asombrarse.
Primero, escuchó la noticia sobre un líder político que fue sorprendido en negocios ilícitos y había defraudado con una cantidad exhorbitante de dinero. El hombre pensó: “¡Caray! qué terrible situación la que estamos viviendo”.
Después, escuchó sobre un hombre que cometió multihomicidio, asesinando a sangre fría a tres personas. Ante esta noticia, el hombre susurró: “¡Qué pena! Ciertamente son tiempos miserables para la humanidad”.
Enseguida, el noticiero presentó el caso de un violador y asesino que había abusado de dos mujeres. No pudiendo contener sus pensamientos, el hombre dijo en voz alta: “Ciertamente, no puede haber algo peor que esto”.
Sin embargo, una noticia más apareció en pantalla. Se trataba del caso de una mujer que abandonó a su bebé de dos meses en un basurero. La bebita fue encontrada llorando en medio de una suciedad impensable.
Aquel hombre, abrumado, no pudo más que apagar el televisor. Al borde de las lágrimas dijo: “Si tuviera que elegir a la peor entre todas estas noticias, no podría elegir ninguna. Todas son igualmente terribles y despreciables”.
El apóstol Pablo enumeró tan solo cinco pecados en 1 Corintios 10:6-10. Sin embargo, al igual que aquel hombre frente al televisor, cuando miramos estos pecados no podemos señalar uno que sea más terrible que el otro.
Igualmente, sucede así con Dios. Para Él no existen pecados más grandes que otros. Para Dios, son todos pecados terribles que le entristecen. Por mucho tiempo se ha dicho que hay pecados de diferentes tamaños, como si hubiera algunos pecados que son menos ofensivos que otros.
Esto se debe a que algunos pecados parecen ante nuestros ojos más escandalosos que otros. Pensamos que una mentira puede pasar desapercibida, pero no un robo. Pensamos usualmente que un pensamiento obsceno es menos ofensivo delante de Dios que la fornicación o el adulterio.
De esta manera, hacemos a algunos pecados aceptables y respetables, y a otros despreciables y censurables. No obstante, pensar de este modo es un error.
Para Dios todo aquello que no da en el blanco de una vida centrada en Él y en una vida que se vive para su gloria, es un pecado, nos parezca grande o pequeño ante nuestros ojos.
Bajo la premisa de que un pecado es un fallo al blanco, una persona puede desviarse del objetivo tan solo un par de centímetros o asimismo un par de kilómetros, y en ambos casos, es un pecado terrible ante los ojos Dios.
Entre los pecados que el apóstol Pablo mencionó se encuentra la codicia. Este es un pecado igualmente terrible que los demás. A veces, toleramos un poco de codicia, un poco de avaricia, otro poco de deseos desordenados y los maquillamos bajo la idea de que “no son tan terribles, no son tan infames como los pecados de otras personas”.
Sin embargo, la Biblia nos advierte sobre el pecado de la codicia y la avaricia. El Señor Jesús dijo en Lucas 12:15: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”.
¿Qué es la codicia? En lo personal, me gusta la definición que da el Diccionario Bíblico Exhaustivo: “La codicia es el afán excesivo de posesiones y riquezas. Es el deseo ardiente de perseguir como un toro, el bulto o el engaño que se le presenta. Y este engaño, es en cuanto al verdadero valor de las cosas, y es pura vanidad”.
Mis amados, la codicia y la avaricia son reproches e ingratitudes por lo que tenemos y también por lo que no tenemos. Es insatisfacción y descontento con lo que Dios nos ha concedido, de modo que no podemos ser agradecidos.
Aquella persona que guarda avaricia y codicia en su corazón, no puede cumplir la voluntad de Dios descrita en 1 Tesalonicenses 5:18, que dice: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. Si fallamos a este blanco, hemos pecado y estamos entristeciendo a Dios.
Cuando somos incapaces de agradecer por lo poco o mucho que tenemos, detrás de esos pensamientos se encuentran anidadas la avaricia y la codicia.
El escritor de Eclesiastés nos advierte: “El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad” (5:10).
Amados, el dinero, las posesiones, los bienes, nunca podrán satisfacer nuestra alma. La avaricia es la ilusión de la persona que está sedienta y cree que el agua del mar podrá aplacar su sed. La satisfacción de nuestra alma es algo que solo el Señor puede hacer.
Hoy mismo dejemos el pecado de la avaricia y la codicia. No amemos las cosas terrenales ni caigamos en el engaño del materialismo. Arrodillémonos y arrepintámonos de este pecado. Esto no quiere decir que no podamos tener éxito y que no debamos progresar. Significa que nuestro amor y satisfacción no están en lo material.
Para ser libres del pecado de avaricia, tenemos que mirar a nuestro alrededor y enumerar las bendiciones que Dios nos ha concedido. Después, debemos abrir nuestros labios y comenzar a alabar y bendecir el Nombre de Dios. Después, la luz de gracia perforará el corazón testarudo y gozaremos de paz y esperanza.
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