"!Oh Jehová, Señor nuestro, Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!" (Salmo 8:9).
Uno de los conceptos bíblicos que más ha cautivado mi mente y mi corazón es el de “el Nombre de Dios”. Hace tiempo estuve estudiando en la Biblia al respecto.
Versículos como el Salmo 8:9 que dice: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” O el Salmo 9:10 que dice: “En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron”, estos pasajes resaltan la importancia del Nombre de Dios.
Esta fue la razón por la que comencé a estudiar sobre este apasionante concepto del Nombre de nuestro Dios. No obstante, este concepto no se refiere meramente a que Dios tiene un nombre por el cual nos podemos referir a Él. Más bien se refiere a la fama y la reputación que Dios tiene en toda la tierra y la cual Él se ha forjado a lo largo de la historia.
Para explicarlo mejor, permítame usar un ejemplo. Cuando una persona es cumplida en su trabajo, es puntual y se esfuerza por hacerlo bien, se va haciendo de una reputación y de una fama.
De pronto, aquellos que lo conocen, comienzan a resaltar aquellas virtudes en él. Lo empiezan a promover y a reconocer. Lo mismo sucede con una persona que es perezosa e incumplida en el trabajo. Nadie la recomienda ni la contrata. Su propia reputación la precede.
De modo que toda persona tiene su propia reputación y fama. La gente que nos rodea y nos conoce, puede hablar sobre quiénes somos, lo que hemos hecho y las áreas en las que destacamos o fallamos.
Cuando hablamos del Nombre de Dios ocurre algo similar. Nos referimos a la reputación y fama que Él tiene y se ha forjado en el mundo. Hablamos de las cosas que Él ha hecho y las obras que ha realizado. De modo que Su Nombre está totalmente relacionado con Sus obras.
Lo apasionante del tema estriba en que el Dios de la Biblia tiene una reputación y una fama, un Nombre intachable, perfecto y asombroso.
A lo largo de la historia, Dios ha extendido su poderosa mano para salvar a Su pueblo, les ha provisto el alimento cuando han tenido hambre, les ha abierto un camino cuando no había a dónde ir, les ha librado de sus enemigos cuando han estado oprimidos y les ha sanado cuando han caído en enfermedad.
El Salmo 105:1 al 4 dice lo siguiente: “1 Alabad a Jehová, invocad su nombre; Dad a conocer sus obras en los pueblos. 2 Cantadle, cantadle salmos; Hablad de todas sus maravillas. 3 Gloriaos en su santo nombre; Alégrese el corazón de los que buscan a Jehová. 4 Buscad a Jehová y su poder; Buscad siempre su rostro”.
Nosotros debemos poner toda nuestra esperanza y fe en Su Nombre y debemos vivir con la seguridad de que aquellas obras que Él hizo en el pasado, las sigue realizando el día de hoy en medio de nosotros. Su Nombre prevalece aún en nuestros días.
Como sus hijos, debemos comprender que las cosas que Dios hizo en el ayer con Su pueblo, no son solo historias que deben ser enmarcadas. En realidad, son obras que podemos esperar que se cumplan también en nuestra vida. Usted debe esperar que aquellos mismo milagros tengan lugar en su vida.
Un día, el hermano Hudson Taylor, quien ya se encontraba en el ocaso de su vida, dirigía una clase de teología en uno de los institutos bíblicos en China. Uno de sus alumnos se mostraba renuente a los milagros que se encontraban escritos en la Biblia.
Entonces, se acercó al hermano Taylor y le dijo: “Pastor, ¿no le parece que los relatos de la Biblia son un poco irreales? ¿Quién puede creer que Dios abrió el Mar Rojo o que hizo llover maná del cielo? ¿Qué persona intelectual podrá aceptar que Jesucristo multiplicó los panes y los peces, y alimentó a una multitud?”
Entonces, el joven prosiguió a decir: “¿Por qué mejor, no sacamos los milagros de la Biblia y nos centramos en cosas más importantes?”
El hermano Hudson Taylor, quien había vivido muchos años dependiendo solamente del poder de Dios y de su provisión, viendo milagros y prodigios de parte del Señor, le dijo: “Si sacásemos todos los milagros de la Biblia, solo quedaría la tapa de arriba y la tapa de abajo”.
Le dijo a su joven alumno: “La Biblia, de principio a fin es la historia de los milagros y la misericordia de Dios para su pueblo. Renunciar a los milagros, es renunciar a la Biblia”.
Mis amados, toda la Biblia es la historia de los milagros y el poder de Dios. Por esta razón, el hermano George Müller decía: “Mantén muy viva tu expectativa en la grandeza de Dios y en su poder para hacer milagros, y recibirás grandes cosas. La capacidad de Dios no tiene límites”.
Los milagros de Dios son para el día de hoy, para nuestra vida presente. La Biblia es solo el ejemplo de lo que Dios hizo en el pasado. Es la carta de presentación de Dios acerca de cómo trata Él a los suyos, y lo que ellos pueden esperar.
De modo que nos vivamos pensando que Dios ya no obra en el presente. No caigamos en una mente terrenal que dice: “Nada extraordinario puede sucederme a mí”. Más bien, contemplemos al Dios de la Biblia y confesemos que Él obra en nuestras vidas el día de hoy.
El Salmo 105 dice así: “39 Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche. 40 Pidieron, e hizo venir codornices; y los sació de pan del cielo. 41 Abrió la peña, y fluyeron aguas; corrieron por los sequedales como un río”.
Estos son los milagros que podemos esperar en nuestras vidas. Crea que Dios le cubre como al pueblo de Israel en el desierto, con una nube y con una columna de fuego. Crea que Él le saciará y que nada le faltará.
Tenga la certeza de que su sed será saciada y su necesidad será satisfecha en Él. Pues este es el Dios de la Biblia, este es Su nombre y en Él debemos confiar y esperar.
Recuerde que Dios no nos llamó para llevar una vida por nuestra cuenta. El Dios que nos ha llamado es el Dios que nos acompaña, nos sustenta y nos provee. Creamos en el Dios de los milagros. Pues, si lo ha hecho en el pasado, lo hará también ahora en medio de nosotros.
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