"Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento." (Lucas 15:7).
Hace días, después de un tiempo de oración, escribí las siguientes palabras pensando en el Señor Jesús: “No hay manos más tiernas que las manos de nuestro Salvador, ni ojos más amorosos, que nos miren con tanta compasión, como los ojos del Señor Jesús”. Esto lo escribí pensando en el amor que Él extiende hacia nosotros, el cual es el amor de un Pastor compasivo y misericordioso.
Si tan solo llegamos a conocer a Jesucristo como el Pastor de nuestras almas y recibimos su eterno amor, llegaremos a comprender que no estamos solos ni abandonados en esta vida, y recibiremos la ayuda, el consuelo y la sanidad que Él nos ofrece.
Durante esta semana, quiero invitarlo a conocer al Señor Jesús como el amoroso Pastor que cuida nuestras almas. Me gustaría que juntos reflexionemos sobre cómo podemos relacionarnos más con nuestro amado Señor.
Amor y compasión sin límites
Probablemente, la parábola de “La Oveja perdida” (en Lucas 15) sea uno de los pasajes mejor cocidos y más queridos para muchos lectores del Nuevo Testamento. Incluso se le ha llamado “El Evangelio dentro del Evangelio” porque contiene toda la esencia del mensaje que Cristo vino a predicar y a compartir.
La parábola dice así: “4 ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? 5 Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; 6 y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. 7 Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”.
A pesar de ser preciosa y tierna, esta parábola surgió de una situación muy peculiar. Los escribas y los fariseos de la época se escandalizaban de que Jesús se asociara con hombres y mujeres que tenían fama de ser pecadores y corruptos.
Los versículos 1 y 2 de Lucas 15 dicen de este modo: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, 2 y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come”.
Desde la perspectiva de la religión hipócrita, los fariseos consideraban a estas personas como sucias y despreciadas, que no merecían sino el castigo y el rechazo de Dios.
Era tal el menosprecio de los fariseos que entre ellos tenían prohibido, hasta donde les fuera posible, tener algún tipo de trato con ellos. Tenían como regla evitar todo contacto con los que no cumplían la ley tradicional.
Por esta razón, se escandalizaban de que Jesús se relacionara con gente que ellos consideraban no solo extraños, sino pecadores, cuyo contacto contaminaba.
Esta fue la razón por la que el Señor, haciendo un alto en su camino, contó esta parábola e hizo énfasis en la alegría del pastor al encontrar su oveja perdida. A través de este relato, el Señor Jesús nos mostró el corazón del Padre y pintó una escena del Cielo, sobre cómo Dios se alegra
cuando un pecador se arrepiente y vuelve al camino.
Al respecto de esta parábola, William Barclay dijo: “Dios también conoce la alegría de encontrar lo que estaba perdido”. El misionero y evangelista Hudson Taylor dijo sobre la parábola de La Oveja Perdida que, en la Biblia, encontramos la historia del gran amor de Dios para con su pueblo que muchas veces se extravió pero que muchas veces fue hallado por Él.
En nuestra vida, es fundamental que conozcamos al Señor Jesús como un Pastor amoroso, que se compadece de nosotros, nos busca, que nos ama con amor eterno y que nos ayuda a resolver cada situación que aparece en nuestro camino.
Todos nosotros somos como aquella oveja que se extravió y se perdió en el pecado y la desobediencia. Isaías dijo: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6a).
De modo que, en cierto sentido, nosotros somos aquella oveja extraviada y quebrantada, que cayó en un pozo y se arrastró en el lodo. No obstante, el Señor vino a este mundo a buscarnos, a llevarnos sobre sus hombros con gozo y compasión y a regresarnos con paciencia a su casa.
Puede que otras personas nos excluyan y nos descalifiquen, pero Dios no lo hace. Los hombres pueden perder toda esperanza acerca de nosotros, pero Dios nunca lo hace. Dios, verdaderamente ama a los que se han extraviado. Sin embargo, hay una alegría indecible en su corazón cuando uno de nosotros se arrepiente de sus pecados y vuelve a casa.
Hace tiempo, supe de un evento que se llevó a cabo en una prisión juvenil de Estados Unidos. En el otoño, se realizó una actividad familiar en la cárcel y aquellos que habían tenido una buena conducta y tenían 21 años de edad podían participar. Dicha actividad consistía en que los presos pasaran un tiempo especial con sus familias.
En el evento, los padres tenían que cargar a sus hijos sobre sus espaldas y debían correr hasta la meta. No obstante, al regresar, los padres debían subir a la espalda de sus hijos y ellos también debían regresar corriendo.
Al momento en que esto último sucedió, los padres se negaron a subir a las espaldas de sus hijos. Esto se debió a que los padres miraron las espaldas de sus hijos que estaban llenas de golpes, heridas, cicatrices y estaban delgadas a causa de la mala alimentación.
En aquella escena, los hijos les decían a sus padres: “¡Vamos papá! ¡Vamos mamá! Sube a mi espalda”. Pero de un momento a otro, toda la cárcel se volvió un mar de lágrimas.
Mientras corrían los jóvenes, los padres iban secando sus lágrimas. Los muchachos ni siquiera sabían por qué lloraban ellos. Al ver la condición de sus hijos, los padres sintieron gran dolor y compasión por sus ellos.
Cuando la carrera finalizó, los padres estaban abrazando a sus hijos, y se tiraban al césped para llorar. El mundo desterró a etos jóvenes cerrándoles las puertas. Para muchos, aquellos muchachos son gente que no tiene remedio y rechazada. Pero los padres no los consideraban así.
Para ellos, sus hijos son lo mejor y a pesar de que se extraviaron en el camino, ellos no pueden dejar de amarlos y quererlos.
En la parábola de La Oveja Perdida, el Señor nos dice lo mismo. Dios nunca nos desecha, ni nos rechaza ni se rinde en relación a nosotros. Cada uno estaba perdido, viviendo en amargura y destruyendo su vida, pero Jesús vino a buscarnos.
Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, somos perdonados y la gracia de Dios se derrama sobre nosotros. Entonces, hay una gran fiesta en los cielos pues hemos vuelto a casa con Dios.
¿Que es el arrepentimiento? Es el cambio de vida, el cambio de dirección, volviéndonos a Dios. Debemos comprender que siempre que estamos dispuestos a arrepentirnos Dios está dispuesto a perdonarnos. Esta es una verdad que debemos acercar a nuestro corazón.
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