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Foto del escritorMarlon Corona

El precioso regalo de la Paz

"La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo." (Juan 14:27)


Antes de marcharse, el Señor Jesús les declaró a los discípulos una asombrosa promesa de la que ellos podían echar mano en su diario vivir.

Tal promesa sigue vigente para todos aquellos que creen en Jesucristo y le reciben como Señor y suficiente Salvador.


En pocas palabras, la promesa de paz hecha por Jesucristo es la herencia de los que somos hijos de Dios por medio de la cual podemos hacerle frente a toda dificultad o problema que aparezca en nuestro camino.


Esta promesa se encuentra en Juan 14:27. Dice así: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.

Entonces, ¿cuál es el significado de esta promesa y cómo toca nuestras vidas el día de hoy? Es de esto de lo que quiero conversar con ustedes el día de hoy.


La promesa del Señor Jesús comienza así: “La paz os dejo”. Es como si en este versículo el Señor hiciera su testamento, justo cuando estaba por enfrentar la muerte, y les dejara a los discípulos todo lo que iban necesitar después.

Permítame hacer una breve remembranza de ciertos hechos que tuvieron lugar en la muerte del Señor.


De acuerdo con la Biblia, antes de morir, el Señor entregó su espíritu al Padre.

Lucas 23:46 dice lo siguiente: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”.

El cuerpo del Señor le fue entregado a José de Arimatea para que lo sepultara. Juan 19:38 dice así:


“Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús”.

Los vestidos del Señor Jesús fueron repartidos entre los soldados que le crucificaron. El versículo 23 dice de esta forma:


“Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo”.

Así mismo, el Señor Jesús entregó la promesa del paraíso a un ladrón arrepentido que se encontraba crucificado junto a Él.

En Lucas 23:43 dice así: “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.


Ciertamente, el Señor entregó todo. Al Padre celestial le entregó el espíritu, su cuerpo a José de Arimatea para sepultarlo, sus vestidos a los romanos, y el paraíso a un pecador que se arrepintió.

Sin embargo, ¿qué dejó para sus discípulos, a los que amaba? No les dejó ni oro ni plata. Pero les dejó una asombrosa promesa: Su paz.


Por esta razón, el Señor les dijo enfáticamente: “La paz os dejo”. Esta es la mayor bendición y la mayor gracia que un hombre puede recibir.

En la paz de Jesucristo se hallan concentrados todos los bienes que un creyente puede desear o anhelar.


Esta paz significa reconciliación y amor con el Padre celestial. Aquel que se ha reconciliado con el Padre tiene la paz celestial en su vida.

No obstante, los que no se vuelven a Dios, por más riquezas, poder, fama o estatus que posean, no tienen paz ni están tranquilos.


La palabra “Paz” en el Nuevo Testamento es la palabra “Eirene” que significa “unir amablemente dos cosas que estaban separadas o en conflicto”.

Por causa del pecado de Adán y Eva, la humanidad ha vivido en conflicto y separación de Dios. Por eso, por más que lo intenta, el hombre no encuentra descanso ni reposo en esta vida.


Romanos 3:23 dice así: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. El profeta Isaías dijo en el capítulo 59 versículo 2, que son los pecados los que hacen división entre Dios y el hombre.

¿Cómo puede el hombre tener paz si vive en me medio del conflicto generado por sus pecados?

Sin embargo, al morir en la cruz, Jesucristo estaba abriendo la puerta de reconciliación con el Padre celestial.


En la promesa de Juan 14:27, el Señor Jesús añade: “La paz os dejo, mi paz os doy”. El dice: Les dejo la paz, mi paz.

¿Por qué razón el Señor Jesús estaba en paz? ¿Por qué Él tenía esta paz tan asombrosa?

El hombre perdió la preciada paz al pecar y darle la espalda a Dios. Sin embargo, el Señor Jesús, quien nunca cometió pecado, por su obediencia perfecta, abundaba de paz y gozo con el Padre celestial.


La Biblia dice en Hebreos 4:15 que el Señor Jesús fue “Tentado en todo… pero sin pecado”. Por esta razón, Jesucristo tenía la paz del cielo en su ser.

Esta misma paz no es compartida a nosotros en el momento en el que creemos en Jesucristo como Señor y Salvador.


Aunque somos pecadores y estamos llenos de iniquidad, cuando reconocemos a Cristo como el Salvador Suficiente de nuestras almas, Dios limpia nuestros pecados, nos declara justos ante sus ojos y nos da la paz de Jesucristo.

Mientras todos nuestros pecados y maldiciones fueron puestas sobre Cristo en la cruz del calvario, Dios nos imputa su justicia, y por ende, su paz, cuando creemos plenamente en Él.

Isaías 32:17 dice así: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre”.


Eso fue precisamente lo que sucedió en la cruz. Cristo hizo suyos nuestros pecados, e hizo nuestra su paz y su justicia.

Al creer en Cristo, su justicia pasa a ser nuestra, por la fe. Entonces, la paz surge de manera natural.


Amados, si creemos en Cristo como Único y Suficiente Salvador, si depositamos en Él toda nuestra esperanza de salvación eterna, entonces somos limpiados de nuestros pecados y Dios nos da el regalo del a paz.

El Señor dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.


El mundo ofrece una paz momentánea, basada en las circunstancias. Pero Cristo nos da una paz firme, segura, fuerte, arraigada en Él. Con ella podemos enfrentar lo que venga en la vida.

El día de hoy, Dios le hace el regalo precioso de la paz celestial. Recíbala en su vida y permita que ella llene todo su ser y su entorno. Dé gracias al Padre por tan grandioso regalo. Que Dios le bendiga.


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