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Foto del escritorMarlon Corona

El poder del perdón

Actualizado: 23 sept 2019

"Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial" (Mateo 6:14)

Una persona que ha sido sanada interiormente por Dios, es libre de la amargura, con paz en su corazón y con un entusiasmo latente por la vida. La condición de tal persona, sana en su interior, se puede resumir de la siguiente manera: Es una persona feliz. Verdaderamente, la sanidad interior es un milagro de Dios.

¿Cómo podemos sanar interiormente y cómo podemos ser libres de la amargura? Lo primero, sin lugar a dudas, es recibir el amor de Dios y su gracia en nuestra vida, llegando a saber que Él nos ama y nos acepta por medio de Cristo. Sin embargo, el segundo paso que debemos dar es el de perdonar a los que nos han ofendido. El perdón y la misericordia son la clave de la sanidad interior.

Rompa la cadena de odio. Se dice que el dueño de una empresa le gritó a uno de sus ejecutivos, en un momento de enojo e ira. Al llegar a casa, el ejecutivo le gritó a su esposa, acusándola de gastar demasiado, al verla con un vestido nuevo. La esposa le gritó a su hijo porque rompió un plato accidentalmente. El hijo, enojado, dio un puntapié al perro porque mordió uno de sus libros.

El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le estorbaba mientras huía. Esa señora fue al hospital a vacunarse contra la rabia y gritó al joven médico porque le dolió cuando le aplicó la vacuna. El joven médico llegó a su casa y le gritó a su madre porque la comida no era de su agrado.

Para su sorpresa, la madre le acarició el cabello, diciéndole: “Mi hijo querido, sé que hoy tuviste un día muy difícil. Mañana te prepararé tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y necesitas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que descanses con tranquilidad. Mañana, te sentirás mejor”.

Luego lo bendijo, oró por él y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos. Al estar sola, aquella mujer oró a Dios en privado: “Señor, mañana también dame la fortaleza para romper la cadena del odio. Amén”.

Cada día de nuestra vida, podemos interrumpir y romper la cadena del odio y el resentimiento si la cortamos por medio del perdón, la misericordia y la paciencia. A pesar de lo que hayamos vivido, todavía el día de hoy tenemos la esperanza de escribir una nueva historia con la gracia de Dios.

Puede que la cadena del odio en su vida sea muy larga y se remonte a su niñez, su adolescencia o incluso su juventud. Puede que esa cadena de odio se haya fortalecido en su matrimonio, por causa del fracaso económico o por haber sido rechazado y menospreciado por alguien. Sin embargo, Dios nos da el poder para romper aquella atadura destructiva del odio y el resentimiento.

Dios quiere liberarnos de tal amargura y llevarnos a vivir una vida estable, firme y plena. En el Salmo 40:1-2, leemos lo siguiente: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos”.

Cuando se lo pedimos con sinceridad y le permitimos obrar en nuestra vida, Dios nos saca Del Pozo de la desesperación y la amargura. El lodo cenagoso se refiere a un pantano en el cual, quien se encuentra ahí, cada vez más se hunde y se ahoga con cada esfuerzo por salir. Naturalmente, quien se encuentra en esta condición se llena de amargura y de ansiedad cada vez más.

No obstante, uno de los deleites de Dios es librar a sus hijos del lodo cenagoso y del pozo de la desesperación. Naturalmente, las emociones negativas como el odio, el resentimiento, la culpa y el rechazo, son como arena movediza que vuelve al hombre un ser inestable e inseguro. Sin embargo, cuando Dios nos libera y nos sana interiormente, nos lleva a vivir en una firmeza y estabilidad emocional, como si estuviéramos parados en la Roca firme.

El versículo 3 dice así: “Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová”. Al librarnos de la amargura, la desesperación y la inestabilidad, Dios tiene un propósito. Él quiere que nuestras vidas sean testimonios vivientes para todo el mundo, de su gran poder y amor. Por eso, la sanidad interior testifica del poder de Dios.

Debemos estar seguros de que Dios nos sanará, nos restaurará y nos usará para su propósito. Al vernos, muchos dirán: “Hay un Dios, hay un Libertador. De verdad hay un Dios en la vida de este hombre”. No solo eso, sino que muchos llegarán a confiar en Dios por causa de nuestro testimonio. Esta es una de las razones por las que Dios está totalmente comprometido con nuestra sanidad interna.

Uno de los pasos más importantes que debemos dar para ser sanados interiormente es el de perdonar y dejar atrás el dolor. Esto se asemeja mucho a lo que hacemos cuando escribimos en una libreta. Llega un momento en el que la página está llena, hay borrones, manchas, ilustraciones, pero si queremos seguir escribiendo, tenemos que dar vuelta a la página.

Dios nos dice en su Palabra que debemos ser perdonadores: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15). Los cristianos, debemos perdonar a otros por tres razones principales.

Primero, porque es un mandato de Dios. Si no hubiera otra razón, esta sería suficiente. El perdón de nosotros hacia los demás, no es una opción para los hijos de Dios, es un mandamiento. Obviamente, Dios no nos pide algo para lo que Él no nos haya capacitado o preparado.

Se da por entendido que los hijos de Dios son aquellos que han tenido un encuentro con la misericordia de Dios y con su gracia. Por lo tanto, al haber recibido del perdón divino, debemos darlo también a otros. Es comprensible que si una persona nunca ha recibido el amor de Dios sea incapaz de ofrecer ese amor. Así como no se puede contagiar una enfermedad que no se tiene, del mismo modo, no podemos dar el perdón si no lo hemos recibido.

En segundo lugar, debemos perdonar porque el perdón es la clave de una buena relación con Dios. El Señor Jesús dijo que si perdonábamos a los hombres sus ofensas, podríamos seguir experimentando la gracia y el amor de Dios en nuestra vida. Hoy, muchos han perdido la vitalidad, la esperanza y la voluntad de vivir por causa de un corazón que se resiste a perdonar. Incluso muchos cristianos han dejado de experimentar de esa cálida relación de amor y bendición con el Padre, porque dejaron de perdonar y permitieron que el odio se anidara en sus corazones. Cuando perdonamos, podemos llevar una relación de compañerismo y cercanía con Dios en la cual experimentamos diariamente su gracia y misericordia.

En tercer lugar, debemos perdonar porque el perdón es la clave de la felicidad. Existe una estrecha relación entre el perdonar a otros y la felicidad en el corazón. El rencor y el odio son por naturaleza anti-felicidad. De hecho, quien tiene odio en su corazón, ya ha perdido el gozo. Si usted quiere recobrar la esperanza y llegar a ser feliz, perdone a sus ofensores.

El perdón no es tanto un sentimiento, como es una decisión. Debemos hacer del perdón un hábito diario en nuestra vida. Debemos perdonar hasta que el rencor se haya ido de nuestra vida por completo. Porque cuando perdonamos y mostramos misericordia llegamos a mostrar obediencia a Dios, disfrutamos de una dulce comunión con el Padre celestial y abrimos la puerta a la felicidad y al gozo. Una sabio dijo: “Cuando los hombres perdonan y practican la misericordia, en realidad, están ensayando a ser como el Padre celestial”.

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