Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas (Salmo 63:1).
Se dice que todas las mañanas, George Müller despertaba muy de madrugada y se dirigía al templo para orar antes de comenzar sus actividades. Se arrodillaba y, con sus manos juntas, inclinaba su rostro y oraba fervientemente. Muchas personas testificaron que después de esto, los milagros sucedían uno tras otro durante el día.
En una ocasión, se habían agotado todas las provisiones, la bolsa del dinero estaba vacía, y no tenían nada para darle de comer a los 300 niños de la casa hogar que él dirigía. Sin embargo, él se dirigió al templo a orar esa mañana, y al salir, tenía una sonrisa en su rostro: “Dios nos alimentará” le decía a sus colaboradores.
Esa misma mañana, un caballo apareció entre el bosque tirando tras de sí una carreta. Venía sin jinete ni nadie que lo dirigiera. Esa carreta estaba llena de alimentos, fruta, víveres y demás cosas. Ese día todos se saciaron y sobró para los días siguientes.
Aun el día de hoy, Dios desea manifestar grandes milagros que sacien nuestra vida. El Señor, Creador de los cielos y de la tierra, no se contenta con el hambre o la escasez en sus hijos. Esta escrito en el Salmo 145:15-16 lo siguiente: “Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente” (Salmo 145:15-16).
Cuando le preguntaron a George Müller acerca de su constancia y pasión para orar, él dijo: “Yo nací de nuevo por un milagro de la gracia de Dios. Y me resisto a pasar un solo día sin ese poder de la gracia de Dios en mi vida y en mi labor”. En el tratado titulado “Una hora con George Müller” él dijo: “Siempre recibe, el que siempre espera. Y siempre tendrá el que se arrodilla con fuertes deseos. Pide cosas grandes, y grandes cosas tendrás de Dios”.
Aquella persona que ha nacido de nuevo por la gracia de Dios, y por ende se ha convertido en un cristiano, naturalmente tendrá el deseo de ver el poder de Dios obrando en su vida. Debido a que la nueva vida del cristiano ha comenzado con el milagro del nuevo nacimiento, es de esperarse que la vida a partir de entonces consista también en el poder y los milagros de Dios.
Cuando un cristiano deja de ver el poder de Dios, ya sea por falta de conocimiento, por ser perezoso en la oración o por haber perdido la esperanza, tal creyente caerá en una rutina muerta y en la tradición. Y llegará a hacer del cristianismo una religión de normas y liturgias.
En el Salmo 63:1 podemos leer lo siguiente: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas”. El rey David tenía un gran deseo de ver el poder de Dios y contemplar su gloria. Era como una sed, como un hambre, que era capaz de despertarlo cada madrugada. De la misma manera, en el corazón de cada creyente hay un deseo intrínseco de ver la obra sobrenatural del Señor.
Aquellos que somos de Cristo, quienes hemos creído en Él y hemos recibido su señorío, debemos avivar nuestros deseos por ver los milagros del cielo venir a nuestra tierra. Estos milagros son los que acompañaron al Señor Jesús cuando estuvo en la tierra. Él vino a compartir el reino de Dios a personas anhelantes y apasionadas, que no descansan hasta que la respuesta halla llegado.
Les pido, en el nombre de Jesús, que a partir de hoy, tengan deseos santos, justos, sencillos y nobles, de ver el poder celestial en sus vidas. Anhelen con todo su ser que los miembros de su familia se entreguen a Cristo. Anhelen ser libres de toda opresión y desesperación y clamen por ello. Anhelen y sueñen con vidas llenas de paz y gozo, que son prosperadas en todo. Tengan deseos de ser sanos y restaurados por Dios.
Este es el reino celestial que Jesucristo vino a compartir. Y vendrá a nosotros, también, cuando lo anhelemos con todo el corazón.
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