“Envió su palabra, y los sanó, Y los libró de su ruina.”(Salmo 107:20)
En el Salmo 107:19-20 encontramos una palabra de esperanza y vida para nosotros. Dice así: “Pero clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones. Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina”. ¿Qué quiere decir esto? Las palabras de la Biblia tienen un asombroso poder sanador. Por eso, aquellos que las reciben y las creen, llegan a experimentar el poder de sanidad de Dios.
Cuando usted y yo leemos y meditamos constantemente la Palabra de Dios, nuestra alma llega a estar en paz, nuestra enfermedad física es sanada, y las dolencias en nuestra familia y en nuestra vida son curadas.
Tiempo atrás, vino a mí una mujer que estaba destrozada y acabada tanto mental como físicamente. Ella venía despeinada, con unas profundas ojeras en sus ojos, pálida y desaliñada. En su desesperación, se mordía las uñas, y el cabello comenzó a caérsele. Me decía: “Estoy desesperada y deprimida. La vida, para mí, ha perdido propósito. Todo el tiempo solo pienso en la muerte”.
Debo confesar que al verla, sentí una gran compasión por ella porque yo mismo sé lo que es estar deprimido y desanimado, y no tener ánimos de continuar. Mientras ella hablaba pude ver el dolor en su alma pues había sufrido a causa de una relación amorosa fallida. Estaba herida y lastimada como una oveja que fue atacada y zarandeada por un lobo.
En muchos sentidos, esta mujer representa a la sociedad de nuestros días. Muchas personas están heridas en el alma, han perdido el sentido de la vida y viven desesperadas. Una vez que le presenté el evangelio de Cristo a esta mujer, puse en sus manos la promesa del Salmo 107:19-20 y le dije: “Ahora que usted ha creído en Cristo, posee una promesa de sanidad y de restauración. Tiene que aferrarse a ella y depender del poder de Dios para salir de su depresión”.
Esta mujer compró su propia Biblia y empezó a venir a la iglesia; era tal su necesidad, que era de las primeras en llegar y las últimas en irse, llevaba su Biblia a todas partes y con cuidado escuchaba las predicaciones. Además, en las reuniones de célula no dejaba de orar y de clamar a Dios.
Tiempo después, como unos tres meses, volví a encontrarme con ella, pero para ese entonces, era una mujer renovada y tenía una sonrisa radiante. En esa ocasión me dijo: “Pastor, ahora estoy viva. La muerte se ha ido de mí. Ahora tengo gozo por vivir y siento una felicidad indescriptible en mi corazón”.
Mientras ella me contaba todas estas cosas, sostenía su Biblia bajo su brazo. De un momento para otro, su Biblia se resbaló y cayó al piso, y muchos papelitos de colores se esparcieron por todas partes. Se trataban de versículos bíblicos que ella había escrito para memorizarlos.
Entonces, le pregunté al respecto y me dijo: “Pastor, usted dijo en una prédica que a veces, la diferencia entre la vida y la muerte, está en si la Palabra de Dios se encuentra grabada en nuestros corazones o no. Desde entonces, comencé a aprender versículos. Después, hice un esfuerzo por aprender capítulos completos. Desde que memorizo la Palabra he sido sanada y ya no encuentro por ningún lugar la depresión y la desesperación que antes sufría. Dios me sanó”.
Hoy en día, cuando la veo en la iglesia, sirviendo a Dios, ferviente, no dejo de alabar al Señor porque Él es el Dios de restauración y sanidad. Verdaderamente, una de las promesas de Dios dadas a su pueblo, que más consuelan el corazón y fortalecen la vida, es la promesa que Dios nos hace de sanarnos y restaurarnos.
Esta sanidad divina alcanza todos los aspectos de la vida. Es una sanidad que comienza en la mente y en el corazón, y se extiende hacia nuestro cuerpo y alcanza a nuestras familias, y nuestro entorno. Debemos aprender que la sanidad no es solo algo que Dios hace, sino que Dios mismo es la sanidad.
En cierta ocasión, el pueblo de Israel caminaba por el desierto Shur sin encontrar agua para aplacar su sed. De pronto, alguien comenzó a gritar: “¡Agua, aquí hay agua!” Sin embargo, cuando comenzaron a beber se dieron cuenta de que aquellas aguas eran amargas y no se podían beber.
El pueblo de Israel se desanimó y preguntaron: “¿Qué hemos de beber?” La sed era tal que, sin encontrar agua, todos morirían y caerían en el desierto. Esta historia se encuentra en Éxodo 15:22 en adelante, que dice: “(22) E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. (23) Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara”.
Así como el pueblo de Israel, nosotros también llegamos a sentirnos en un desierto de desánimos y frustraciones, y solemos llegar a un estanque de aguas de amargura y depresión. Esta amargura a veces se encuentra en lo profundo de nuestra alma y es invisible a los ojos de los demás. ¿Qué podemos hacer cuando nos encontramos en una situación como tal?
Debemos recordar al Dios de sanidad, el cual nos sana y nos restaura con el poder de su Palabra. El versículo 25 continua diciendo: “(25) Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó”.
Si usted se encuentra desesperado, afligido, intranquilo, inseguro, al igual que en el caso de Moisés, Dios nos señala un árbol, un madero, que puede cambiar las aguas amargas en aguas dulces para nosotros. Ese madero, es la cruz de Jesucristo.
Cuando usted cree en Jesucristo y toma la Palabra de Dios como el fundamento de su vida, y entonces comienza a meditar más y más en ella, la amargura, la desesperanza y la ansiedad se irán de su vida. Esto es así porque Jesucristo nos sana con la Palabra.
Al final, en el versículo 26, Dios le reveló a su pueblo Quién sería Él para ellos: “y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu Sanador” ¿Quién es Dios para nosotros? Es el Dios de sanidad, que devuelve la salud a su pueblo.
Dios dijo por medio del profeta Jeremías que Él mismo nos curaría y nos guiaría a la verdad. En Jeremías 33:6 está escrito lo siguiente: “He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad”.
El día de hoy, reciba esta promesa de sanidad en su corazón. Dios sana nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra vida con su Palabra. Por eso, medite en ella de día y de noche. Base todos sus pensamientos en la Verdad Bíblica. Entonces, experimentará saludo y paz en su alma.
La enfermedad es “todo aquello que se sale del orden original”. Dios nos sana, restaurándonos y guiándonos a la verdad. Por eso, el poder de la Palabra de Dios es un poder de sanidad. Seamos sanos el día de hoy al creer las Palabras de Dios.
Haga esta oración conmigo. Amado Padre celestial, gracias por ser nuestro Sanador, el que nos devuelve la salud y nos da vida. Hoy recibimos tu Palabra en nuestra vida y la creemos en nuestro corazón. Sánanos, Señor. Restáuranos. Lo pedimos en el nombre de Jesucristo. Amén y amén.
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