“Ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador.” (Éxodo 15:26)
El 23 de septiembre de 1939, murió a la edad de 83 años, Sigmund Freud, también conocido como el padre del psicoanálisis. A pesar de haber sido un hombre de mucha educación, murió como una persona amargada y desilusionada. De una manera muy trágica, Freud, que es reconocido como una de las principales influencias de la psicología moderna, tenía muy poca compasión hacia las demás personas.
Escribió en 1918, en su libro “El malestar en la cultura” las siguientes palabras: “He encontrado que es muy poco lo bueno que hay en el ser humano. En mi experiencia, la mayoría de ellos son basura, no importa cuál sea su creencia ética, o si no tienen ninguna”.
Su percepción de la vida se volvió negativa, triste y pesimista, a causa de las muchas heridas emocionales que recibió, y esto le impidió ver algo bueno en su entorno. Al leer sus escritos, uno puede notar rápidamente la amargura de su corazón y de su alma.
Freud murió sin amigos y se sabe que rompió relaciones con cada uno de sus seguidores. El final de este hombre verdaderamente fue un final muy amargo y solitario. A pesar de ser un hombre de mucha preparación académica, todo su conocimiento no pudo proveerle descanso en su alma ni una razón para vivir con entusiasmo.
Hoy en día, muchas personas están viviendo con un corazón amargado y triste, debido a las experiencias negativas que han vivido a lo largo de su vida y por causa de sus heridas. No importa cuánta preparación, posición o estatus posea una persona, nada parece producir una plena felicidad y un propósito para vivir.
Hay un lugar al que podemos acudir para que nuestro corazón sea transformado. Ese lugar es el encuentro con Dios. Aquella persona que llega a encontrarse con Dios, quien es el sanador y restaurador por excelencia, llega a experimentar una transformación asombrosa, pues Dios transforma todo el dolor y la amargura en sanidad y felicidad.
El salmista David, quien se encontró con Dios, llegó a experimentar esa preciosa transformación. En el Salmo 30:11-12 él escribió lo siguiente: “11 Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. 12 Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.
David reconoce haber vivido en la amargura y el lamento, y haberse encontrado vestido de cilicio. Estas eran las vestiduras que usaba una persona que estaba triste o decepcionada. No obstante, cuando David se encontró con Dios su vida fue radicalmente transformada pues fue sanado interiormente. En el versículo 2, David nos habla de ese encuentro con Dios, cuando dice: “Jehová Dios mío, A ti clamé, y me sanaste”.
Para superar la amargura, la tristeza, la falta de ánimos para vivir, primero debemos tener un encuentro genuino con Dios. La gente suele pensar que si tan solo consiguen aquello que tanto han anhelado y sus circunstancias de vida llegan cambiar, entonces la amargura de apartará de ellos. Sin embargo, esto no es verdad. Aunque cumplamos todos nuestros anhelos y obtengamos aquello que tanto deseamos en la vida, la amargura no desaparecerá. Y aunque sea aplacada por un momento, pronto emergerá y nos llevará a la depresión.
Permítame hablarle de cómo Dios nos transforma cuando tenemos un encuentro con Él. Los israelitas que salieron de Egipto bajo el liderazgo de Moises y se dirigían a la tierra de Canaán, no pudieron encontrar agua durante tres días en los cuales viajaron por el desierto de Shur, después de haber cruzado el Mar Rojo. Los israelitas estaban a punto de morir de sed. En ese momento, se escuchó un grito de la gente que iba adelante, que anunciaba que habían encontrado agua.
Cuando la gente lo escuchó, todos corrieron hacia las aguas para beber de ellas. Pronto descubrieron que el agua era demasiado amarga para beberla. Por eso, la Biblia registra el nombre de aquellas aguas como Mara, que significa “amargura”.
Los israelitas se sentían frustrados y empezaron a murmurar contra Moisés. No obstante, Moisés clamó a Dios, el cual le mostró un árbol que debía arrojarse a las aguas. Cuando Moisés obedeció a Dios y lanzó esa madera al agua, esta se volvió dulce y todos los israelitas pudieron beber de ella.
En la actualidad, muchas personas retroceden ante la vida y caen en la frustración y el desanimo, perdiendo la esperanza de vida. ¿Por qué sucede algo como tal? Es porque tanto la ansiedad, la desesperación, así como las heridas y la frustración se unen para formar un estanque de aguas amargas en el corazón.
Dios cambió el agua amarga en dulce para los israelitas en los tiempos del Antiguo Testamento. Éxodo 15:25 dice así: “Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron”. Sin embargo, ¿cuál es el pedazo de madera que Dios ha preparado para cambiar el agua amarga de nuestro corazón en agua dulce, para que podamos vivir?
Desde los tiempos del Nuevo Testamento hasta ahora, el madero que cambia nuestra vida es Jesús de Nazaret. Cuando él entra en nuestra vida, se produce un dulce y apacible cambio.
No es que nosotros, los hijos de Dios, no nos desesperemos ni nos desanimemos. Muchas veces podemos estar envueltos en conflictos matrimoniales, problemas con los hijos o en dificultades financieras, así como con la enfermedad, y a veces luchamos cuando bebemos el agua amarga de los sentimientos de culpa y de cuando nos sentimos vacíos.
Permítame hacerle una pregunta. En la actualidad, ¿cuáles son las cosas que reúnen las aguas amargas en el corazón de usted? ¿la familia? ¿una persona? ¿una situación económica? ¿tal vez las relaciones humanas? A pesar de cuales puedan ser estas, póstrese delante de Jesucristo y cuéntele de ellas. Luego, permita que él gobierne su corazón.
En esto consiste tener un encuentro con Dios. A pesar de la aflicción y la frustración, si nos encontramos con Dios, todo cambia. Al rendirnos ante Él y recibir a Cristo como Señor y Salvador, la vida cobra un nuevo significado. Cuando Jesús está en nuestro corazón, las aguas amargas serán cambiadas en aguas dulces. Cuando Jesucristo ocupa el corazón de usted, el entorno amargo se transforma en un hermoso oasis de paz y bendición.
Por lo tanto, preparémonos para tener un encuentro con Dios. Hacia el final de este relato, Dios le dijo a los israelitas en Éxodo 15:26: “ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”.
Haga esta oración conmigo.
Amado Dios y Padre celestial, Tú cambias la amargura y la tristeza por un oasis de bendición y esperanza, en el corazón de cada uno de nosotros. Gracias porque al tener un encuentro contigo, nuestra vida es transformada y renovada. Así como para Israel, Tú nos señalas el Madero que transforma nuestra vida. Jesucristo es quien nos libera de la amargura, deshace la tristeza y nos da alegría para vivir. En su nombre oramos. Amén y amén.
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