Porque tú salvarás al pueblo afligido, y humillarás los ojos altivos (Salmo 18:27).
A principios del siglo pasado, hubo un hombre que vivió en Japón llamado Kagawa Toyohiko. Él conoció al Señor a la edad de 17 años y se propuso estudiar para ser pastor y teólogo, con la finalidad de compartir el mensaje de salvación en los barrios pobres y marginados de Tokio.
A los 25 años descubrió que tenía la vocación para ayudar a los pobres y afligidos y, con el fin de hacerlo de manera eficaz, se resolvió a vivir como uno de ellos. Fue tal la compasión que él tenía por los pobres, enfermos y afligidos, que se trasladó a vivir en los barrios bajos, junto a ellos.
Enseñó a los pobres a leer, a escribir, a sumar y a emprender negocios por su propia cuenta sin esperar ayuda del gobierno. Por eso, desarrolló una técnica llamada “El alivio de la pobreza por medio del evangelio”.
En uno de sus discursos él dijo: “Yo no soy una persona haciendo caridad. Yo estoy mostrando al mundo la misericordia y compasión que Dios tiene por las personas”. Con esto, él quería decir que Dios es un Dios clemente, de gran misericordia y compasión.
Toyohiko solo estaba compartiendo esa misericordia y gracia de Dios a los pobres, enfermos y necesitados. Para él, el Dios de la Biblia, era un Dios se compadecía y por ende condescendía con los afligidos.
Toda la obra social realizada por Toyohiko no fue atribuida a un buen corazón o a una moral muy alta. Él decía enfáticamente: “Esta es la misericordia de Dios que Él nos ha ordenado mostrar a los hombres. Esto no proviene de mí, sino de Dios”. Al final, su vida, verdaderamente fue una muestra del amor de Dios, quien se compadece de los afligidos y necesitados. Su vida fue una demostración de eso.
Uno de los principios que deben influenciar la fe de los hijos de Dios es precisamente este. Para poder vivir en plenitud y alcanzar la felicidad, primero debemos tener una firme convicción de que el Dios de la Biblia es un Dios que salva al afligido, al enfermo y que interviene por el bien de los quebrantados.
El salmista decía: “…” (Salmo 18:27). De este versículo podemos aprender tres lecciones importantes. Primero, este pasaje señala que Dios es quién salva. Solo en Dios está el poder para librar, para restaurar, para aliviar y para fortalecer. No es el dinero, ni el poder humano, tampoco el reconocimiento ni el éxito mundano lo que nos salva sino que es el Señor el único que puede salvar.
Proclamar esta verdad en nuestra vida es correr el cerrojo que abre la puerta de las bendiciones y los milagros. Pero si pensamos que las cosas terrenales, los bienes y las riquezas, son nuestra salvación, esta puerta de bendición se cierra y quedamos a la deriva.
El Salmo 23:1 dice: “Jehová es mi pastor, nada me faltará”. Eso significa que Dios es el origen de toda bendición y bien para nuestra vida. Reconocer esta verdad nos impulsa y nos hace entrar en la esfera de los milagros.
En segundo lugar, el Salmo 18:27 dice: “Porque Tú salvarás al pueblo afligido”. Esto significa que Dios tiene un gran interés por los afligidos y necesitados, por todos los que están quebrantados y viven en opresión. El Señor Jesús dijo: “…” (Lucas 5:31-32). Por lo tanto, Jesús tiene un gran amor e interés por los enfermos y los pecadores.
Sin embargo, Dios solo puede ayudar a aquellos que se humillan ante Él y claman por su ayuda. Si Dios ve en nosotros un corazón altivo, lleno de obstinación y arrogancia, entonces no podremos recibir su ayuda. Dios quiere socorrer al afligido, pero Él solo brinda su asombrosa ayuda a los que le buscan de verdad.
Finalmente, el Salmo 18:27 dice que Dios derribará y quebrantará a los altivos. Existen hay cuatro males destructivos que brotan de un corazón orgulloso:
1. La arrogancia. Este mal se relaciona con la necedad. Es una persona que está cegada y no se da cuenta de su error, sin embargo persevera en él con una actitud de superioridad.
2. La soberbia. Es interesante que la palabra soberbia proviene de una raza hebrea de la palabra “sabiduría”. La persona soberbia es la que no permite que nadie le enseñe. Para él, todos están equivocados y solo él tiene la razón.
3. La obstinación. Este mal se refiere a una persona que persiste aun cuando sabe que está equivocada. Es la persona que no quiere reconocer su error y prefiere morir en la linea de batalla defendiendo una mentira antes que humillarse y reconocer la verdad.
4. La altivez. Se relaciona con una persona que tiene aires de superioridad. De aquí proviene la discriminación y el ofender a otros.
Para superar con éxito una temporada de aflicción y dolor, hay que aferrarnos al Dios que se compadece y socorre a los afligidos y necesitados. Hay que huir de un corazón altivo como el hombre que corre para escapar del fuego de un incendio, y hay que humillarnos ante Dios. Al hacerlo, Dios interviene y nos libra, dándonos vida nueva y esperanza.
Haga esta oración conmigo. Amado Dios, que gran seguridad nos brinda tu Palabra el día de hoy. Tú eres un Dios compasivo, tierno y que salva al afligido que se humilla delante de ti. Ayúdanos a vivir aferrados a esa misericordia cada día de nuestras vidas. Que en los momentos de aflicción y dolor, siempre recordemos este amor tuyo. En el nombre de Jesús. Amén y amén.
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