Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación (Santiago 1:17).
Hace tiempo, tuve una consejería con una hermana de la iglesia. Ella es una viuda que, desde que conoció al Señor, ha vivido una vida de piedad y obediencia al Señor.
Un día vino a la oficina y me pidió conversar acerca de un problema que ella estaba enfrentando. Mientras la escuchaba, pude notar en sus palabras su profunda aflicción y soledad. Era una carga que la abatía. Ella se sentía atemorizada y muy triste por la situación que estaba viviendo.
Después de aconsejarla y compartirle algunas promesas de Dios, cuando ya estaba por terminar la consejería, mientras se limpiaba las lágrimas, me dijo: “Pastor, ¿puede orar por mí antes de irme? Pídale a Dios que me bendiga”. Yo le sonreí y le dije: “Por supuesto, hermana. No dejaré que se vaya sin antes orar por usted”. Ella se arrodilló y yo tomé su mano y oré.
Por lo general, terminó las consejerías orando por la persona o la familia, siempre que me lo permiten. Pero ese día, esta hermana se me adelantó. Y pude notar en las palabras de aquella viuda, la necesidad que tenía de ser bendecida. Y me di cuenta de que todos tenemos ese mismo deseo.
Todas las personas tienen un profundo anhelo de ser bendecidos. En realidad, todos queremos experimentar el favor de Dios en nuestras vidas personales. Y ese deseo de ser bendecidos nos acompaña durante toda nuestra vida. Esto es así porque la bendición es necesaria para vivir.
Nadie quiere vivir sin bendición. Pues la bendición significa amor, protección, provisión y socorro de Dios. Por ende, todos, como aquella viuda, necesitamos ser bendecidos.
La persona que vive sin bendición es como una rama seca que cae al suelo y se desvanece. Pero la persona que tiene la bendición celestial es como el árbol junto a la corriente de las aguas. Está vigoroso y da un fruto abundante.
Si usted quiere ser bendecido y quiere experimentar ese amor y favor divinos en su vida y en su entorno, yo tengo una buena noticia para usted. Esa buena nueva es que el Dios de la Biblia es un Dios de bendición. Pero no se trata de cualquier bendición, sino que se trata de una bendición abundante, plena, rica e inagotable.
La Biblia nos afirma y nos reitera que Dios es un Dios de bendición y además es el Dios que desea bendecir a su pueblo. Encontramos en Santiago 1:17 lo siguiente: “…”. Proverbios 10:24 añade: “…”. Además, en el Salmo 145:16 dice lo siguiente: “…”.
De acuerdo con estos pasajes, quien da la bendición es Dios. Una persona no puede ser bendecida por sus propios medios, ni puede alcanzar la bendición por su propia fuerza. La bendición verdadera solo viene de Dios. No la otorgan los ídolos, ni el universo, ni las energías. Tampoco una fuerza impersonal. La bendición viene directa y exclusivamente de Dios.
Uno de los pasajes más apasionantes sobre la bendición de Dios se encuentra en Números 6:22-27 que dice: “…”. En el principio de este pasaje encontramos escrito: “Así bendeciréis a los hijos de Israel”. Estas palabras no fueron dichas por Moisés, ni nacieron del corazón del sacerdote Aarón. Estas palabras nacieron en el corazón de Dios.
El día de hoy, como algo de suma importancia, debemos estar seguros de que el Dios de la Biblia es un Dios de bendición. Y que, sobre todo, Él desea bendecir a su pueblo, a los suyos.
Esta bendición que acabamos de leer contiene una condicionante. Si bien el Dios de la Biblia es un Dios de bendición, Dios no bendecirá a cualquiera. Él solo puede bendecir a aquellos que son su pueblo. Por eso dice: “A los hijos de Israel”.
Aunque nosotros somos gentiles de nacimiento, tal como la Biblia lo explica, cuando creemos en Jesucristo como Señor y Salvador, un milagro ocurre en nuestra vida. La palabra “gentil” se usaba para referirse a los que no llevan en sus venas la sangre de Abraham, ni de Isaac ni de Israel. También se refiere a las personas que no confían en Dios ni le obedecen.
En todo el sentido de la Palabra, antes nosotros éramos gentiles. Esa es la verdad. No obstante, la Biblia nos enseña algo trascendental y poderoso en Efesios 2:13-16: “…”. Además, el verso 19 dice: “…”.
Cuando creemos en Cristo, Dios nos sitúa en su propia familia y nos hace parte de su pueblo. No importa nuestra nacionalidad, nuestro trasfondo ni nuestras credenciales. Lo único que importa es la fe en Cristo Jesús, El Salvador. Por la fe, pasamos a ser el pueblo bienamado de Dios. Si usted, al igual que yo, ha creído en Cristo y le ha confesado como Señor y Salvador, entonces usted es Pueblo de Dios. Es un hijo de Abraham por la fe y esta bendición es absolutamente suya. Y debe ser pronunciada sobre usted.
Haga esta oración conmigo.
Oh, Padre celestial. Qué alegría hay en mi corazón. Por medio de Cristo tu Hijo me has hecho tu Pueblo. Yo soy un miembro de tu familia y hay lugar para mí en tu casa. Yo ya no estoy viviendo por mi cuenta, solo y desesperado, sino que he sido plantado en tu familia, Rey celestial.
Tú eres el Dios de toda bendición. De ti descienden las bendiciones. Y llegan a mi vida el día de hoy. Soy una persona bendecida, que prospera en todo, tiene una buena salud, así como prospera mi alma. Te alabo Señor. Ayúdame a conocer más amplia y profundamente la bendición que tienes reservada para mí y que me alcanza el día de hoy. En el nombre de Jesús. Amén y amén.
Si deseas recibir los audios de las Meditaciones Ascender en tu celular, envíanos un mensaje de WhatsApp con tu nombre al +5213322061834 ¡Es gratis y siempre lo será!
Comments