Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche (Salmo 105:39).
Un día, un hombre llamado Moisés, estaba cuidando las ovejas del rebaño de su suegro. Caminaba por el desierto de Horeb mientras las ovejas le seguían tranquilamente. Aquella mañana, mientras hacía un conteo de las ovejas con su vista, sus ojos se detuvieron en lo que parecía ser una zarza que se estaba quemando a lo lejos. Pero, al detenerse a mirar, se percató de que aquel arbusto no terminaba de consumirse.
Movido por la intriga, decidió acercarse para mirar más de cerca aquel suceso. Jamás se imaginó que aquella mañana, una mañana ordinaria, en sus actividades ordinarias, una persona ordinaria, tendría un encuentro con el Dios extraordinario. Encontramos este relato en Éxodo 3:1-6.
Al igual que Moisés, en nuestra vida, a veces nos encontramos en el desierto. Sin embargo, este no es un desierto que quema la piel y hace que la boca se seque sino que es un desierto que se lleva en el corazón y que aflige el alma. No obstante, cuando usted se encuentra atravesando el desierto de la vida, debe tener presente que Dios le ha llevado ahí para encontrarse con usted.
Esta es la razón por la que debemos llamarlo el desierto del encuentro con Dios. Dios le dijo al profeta Oseas que, con la finalidad de renovar a su pueblo, Él mismo los llevaría al desierto para hablarles al corazón. Entonces, ellos se volverían a su Jehová y volverían a confiar en Él.
Después de haberse encontrado con Dios en el desierto, Moisés fue comisionado por Dios para ser el libertador de Israel de mano de los egipcios. Y una vez que ellos fueron liberados, Dios los encaminó al desierto para encontrarse con ellos. La vida de Moisés fue una vida de desiertos, pero también de gracia y provisión de Dios.
El relato de Israel en el desierto no es una historia más que aparece en la Biblia. En realidad, es la regla y la norma que Dios estableció para tratar con su pueblo, con todos aquellos que vienen a ser sus hijos. Esto significa que aquellas cosas que vemos que Dios hizo en el desierto con el pueblo de Israel, son las mismas cosas que debemos esperar que Dios haga con nosotros el día de hoy.
Por definición, el desierto significa aflicción y dolor. Pero el desierto también equivale a provisión y cuidado de Dios. Nunca estamos solos en los desiertos de la vida, ni dejamos de contar con la ayuda y favor de Dios. Siempre que viene un desierto a nuestra vida, vendrá también el sustento, la ayuda y la respuesta.
Entonces, ¿qué cosas hizo Dios con Israel que podemos esperar que sucedan el día de hoy en nuestra vida? En el Salmo 105:39-41 encontramos la respuesta.
En primer lugar, al igual que con Israel, cuando Dios nos lleva al desierto y comenzamos a experimentar la aflicción, Dios manifiesta su presencia al poner una cubierta sobre nosotros. Durante el día, Dios ponía una nube sobre su pueblo para guardarlos del calor. Durante la noche, aquella nube se convertía en una columna de fuego para alumbrar sus pasos y protegerlos de las fieras del desierto.
Para nosotros, aquella nube y aquella columna de fuego es la presencia y sabiduría del Espíritu Santo.
En segundo lugar, cuando nos encontramos en el desierto, podemos pedir la ayuda y la provisión de Dios. En medio de nuestro quebranto, Dios proveerá para toda necesidad y nos brindará su ayuda. Dios enviará de lugares que no nos imaginamos, la respuesta y la ayuda para nosotros.
En tercer lugar, si estamos en el desierto, Dios abrirá la peña de la bendición para nosotros. Esa peña es Cristo y la vida abundante que Él ofrece a los que vienen en arrepentimiento delante de Él. La Biblia nos dice: “…” (1 Corintios 10:4). Cristo es agua viva para el alma cansada y fatigada. Aquellos que beben del agua que Él ofrece no tendrán sed jamás.
Solamente en Jesucristo está la vida abundante, la bendición y la paz. Si usted está en el desierto el día de hoy y dice: “Yo ya no puedo con esto. Estoy muy confundido. No sé qué hacer”. Primero venga a Cristo. Reciba al Salvador en su vida personal y beba el agua de la vida abundante.
El desierto, por más que es doloroso, confuso y fatigoso, es un lugar para encontrarnos con Dios. Es el lugar para caminar bajo la guía del Espíritu Santo. También para recibir respuestas y ayuda de parte de Dios. Podemos ver su provisión y sustento en todo. Además, el desierto es el lugar para beber de la peña que es Cristo.
Uno de los pensamientos que más nos asaltan cuando estamos atravesando algún desierto en nuestra vida es el fracaso y la frustración. Además, este pensamiento es acompañado por la ruina y el abandono. Pero, ¿cuándo hemos estado solos los hijos de Dios? ¿Cuándo hemos estado abandonados? ¿Cuándo desprovistos? ¿Cuándo abandonados? ¡Nunca!
Haga esta oración conmigo.
Padre celestial, te agradecemos porque en los desiertos de la vida nunca estamos desamparados ni solos. Tú siempre vienes con nosotros. Nos has dado la presencia del Espíritu Santo para que nos proteja y nos dirija. Ayúdanos a siempre seguir su irresistible dirección. También, estás atento a nuestras plegarias y ruegos, cuando a ti clamamos. Escuchas la oración de tus hijos y responder con bendiciones de gracia. Ayúdanos a confiar en ti.
Gracias porque en el desierto de la vida, podemos beber de la roca. Podemos saciarnos al venir a Cristo. Solo Él tiene el agua de vida y solo en Él tenemos plenitud. Hoy recibimos la vida abundante, la bendición y la paz en Cristo. Y en ese mismo nombre oramos. Amén y amén.
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