Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta (1 reyes 19:7).
A nuestras vidas, muchas veces, llegan los desiertos y las sequías. Me atrevo a decir que son inevitables. A todos nos llegan temporadas de adversidad, de pérdidas, episodios en los que llegamos a sentirnos sin fuerzas.
Sin embargo, para la persona que ha creído en Jesucristo y, por consiguiente, se ha convertido en un hijo de Dios, el desierto tiene un propósito de renovación y esperanza. Muchas veces, el desierto equivale a la temporada más difícil de nuestra vida. Pero es ahí cuando debemos contemplar el rostro de Dios, entregarle nuestra vida y aferrarnos a Él.
Uno de los desiertos en los que en muchas ocasiones nos encontramos es en el desierto del desánimo. Todas las personas, sin excepción, sean personas de fe o no, llegan a desanimarse. Todos, en algún punto, nos desanimamos y nos frustramos. Aún los más ilustres, los más valientes, los más decididos, los más dedicados, los que más oran, aun las personas más comprometidas con Dios pueden llegar a desanimarse.
Una de las personas en la Biblia que más nos enseña sobre el desánimo y la frustración es el profeta Elías. Él fue un hombre de fe que caminó con Dios. Había experimentado varios milagros y había visto una clara manifestación del poder de Dios. No obstante, también llegó a desanimarse y ha sentirse derrotado.
En 1 Reyes 19:1-8 encontramos la historia de su desánimo y su huida al desierto, la historia de cómo le salió al encuentro Dios, su gran amigo y también la historia de cómo le fortaleció y le animó para poder continuar.
En el capítulo 18, Elías había experimentado una gran victoria espiritual. Él había orado para que el pueblo de Israel se convirtiera a Dios y, como respuesta, Dios había enviado fuego del cielo que consumió el altar. Entonces, todo el pueblo alabó a Dios y volvieron su corazón a Él. Además, todos los profetas de Baal, el dios falso, fueron decapitados por él.
Sin embargo, en el capítulo 19:1-2 se nos relata el principio de su desánimo. La reina Jezabel le había enviado un comunicado amenazador y puso en él un juramento. Le dio exactamente 24 horas de vida. Al igual que con Elías, a nuestra vida también llegan mensajeros que son portadores de malas noticias.
A veces se acerca a nosotros el mensajero del cansancio. Es cuando perdemos las fuerzas y los ánimos para continuar en algún área de nuestra vida. También, viene a nosotros el mensajero de la frustración. Cuando fracasamos y sentimos que las cosas no están funcionando. Además, puede que se acerque a nosotros el mensajero del temor. Una situación que no cambia, un proyecto que no se puede realizar, algún problema que no se resuelve.
Hay muchas razones por las que nos llegamos a desanimar. El Dr. Maxwel dijo: “La mayor parte del tiempo, lo que necesitamos no es renunciar, sino descansar. Quien entiende la diferencia es el que marca la diferencia”.
Leemos en los versículos 3-4 lo que sucedió. Muchas personas piensan que el desánimo es el final del camino. Pero el desierto de desánimo, en realidad, es un momento para descansar y encontrarnos con Dios. Es un momento para reposar en Él y llenarnos de nuevas fuerzas.
Leemos en el versículo 4 que Elías incluso quería morirse. Pero a pesar de que él se quería morir, todavía reconocía que su vida era de Dios. No se atrevía a hacer nada sin el consentimiento de Dios. Él pudo haberse quitado la vida, pero reconocía que aún su aliento era del Señor. Debemos aprender de Elías. El desierto no es una etapa para abandonarnos al pecado, a la rebeldía y a una vida sin Dios. Tenemos que reconocer que, aun en medio del desánimo, el silencio, la fatiga, Él es nuestro Dueño y Señor.
En los versículos 5-6 leemos sobre algo importante. El enebro es un árbol que crece en regiones húmedas y frías. Su vida en el desierto es prácticamente imposible. Ese árbol representa la gracia de Jesús y su muerte en el madero. Es el madero de gracia y salvación.
En tiempos de desánimo y soledad, tenemos que correr bajo el árbol de la Cruz de Jesús. Esta cruz tiene una amplia sombra bajo la cual nos podemos refugiar y en la cual podemos descansar (Mateo 11:28). Jesús dice: “Venid a mí”. Allí, bajo la sombra de la Cruz está el alimento de la Palabra de Dios que renueva nuestras fuerzas. El ángel que vino a visitar a Elías, representa al Espíritu Santo, quien es nuestro Consolador y Compañero de vida. Nunca estamos solos.
El Señor siempre nos anima a continuar. Nos recuerda que la historia de nuestra vida todavía está por escribirse. Que no es momento para abandonar, sino para descansar, recuperar fuerzas y continuar. Si usted está el día de hoy en el desierto del desánimo, venga a la cruz de Jesús, deje ahí sus cargas, sáciese de las promesas de Dios y permita que el Espíritu Santo consuele su corazón (Isaías 40:29-31).
Haga esta oración conmigo. Amados Señor, Tú conoces mis desiertos, mis derrotas, mis aflicciones y cargas. Hoy vengo a la sombra de la cruz del calvario donde Jesucristo pagó todo el precio por mi alma, para darme bendición, paz y restauración. Allí quiero descansar. Jesucristo, Tú me dices que ponga en ti toda carga y hoy dejo toda mi aflicción y mi pesar en ti. Dame descanso, refrigerio, fortaleza para mi alma.
Amado Señor, saciadme con tu Palabra. Ayúdame a recordar tus promesas. No es tiempo para rendirme ni para abandonar. Sino que es tiempo para descansar y recuperar fuerzas. La historia de mi vida todavía está por escribirse. Gracias Espíritu Santo por tu consuelo y ánimo para mi vida. En el nombre de Jesús. Amén y amén.
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