"Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos" (Hechos 2:39).
Antes de partir de esta tierra, el Señor Jesús hizo una poderosa y asombrosa promesa a todos aquellos que creen en su nombre: “No os dejaré huérfanos” (Juan 14:18).
Él prometió no dejarnos desamparados, solos u olvidados. Y añadió: “Vendré a vosotros”. Esto significa: Mi presencia estará con ustedes y en ustedes. Esta promesa es una realidad en la vida de cada hijo de Dios.
La personalidad del Espíritu Santo
Esta grandiosa promesa se cumplió en Hechos 2 cuando los discípulos estaban reunidos en el aposento alto y después de orar durante 10 días, vino el Espíritu Santo como un viento fresco.
La Biblia lo relata de este modo: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:1-4).
A partir de ese día, el Espíritu Santo ha estado trabajando activamente en la vida de los creyentes, trayendo entendimiento, revelación, liberación y sanidad. Además, el Espíritu Santo es el que nos convence de pecado y nos guía a Cristo.
La promesa hecha por el Señor Jesucristo se cumplió con la venida del Espíritu Santo en pentecostés. Actualmente, Jesucristo está con nosotros en el poder del Espíritu Santo.
Por tal motivo, el cristianismo no es una religión ritualista o formalista, sino una religión de comunión, compañerismo y cercanía con Dios.
En nuestra confesión de fe, mejor conocido como nuestro credo, decimos que Dios es Uno en esencia y Tres en persona. Con esto, queremos decir que hay un solo Dios y que este Dios único subsiste en tres personas distintas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Sabemos que el Padre tiene personalidad porque piensa, siente y tiene voluntad, como las Escrituras lo enseñan. Lo mismo es acerca de Jesús, Dios Hijo.
Sin embargo, cuando hablamos del Espíritu Santo, muchos entran en duda y dicen: “¿Realmente el Espíritu Santo es una persona? ¿Tiene personalidad?” A todo esto, ¿quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es una persona, la tercera persona de la trinidad. Él no es una experiencia o una emoción.
La religión de los Testigos de Jehová, dentro de otras herejías que enseña, afirma que el Espíritu Santo es solamente una energía que procede de Dios. Enseñan que no es un ser personal.
Por otro lado, los sabelianos, que son la secta de los mormones, ellos enseñan que es una fuerza salida de Dios la cual no piensa sino solo actúa.
Debemos tener mucho cuidado de no llamar al Espíritu Santo un “algo” porque Él es “alguien”, al igual que el Padre y que el Hijo. En la Biblia, podemos ver claramente la personalidad del Espíritu Santo:
1. Habla: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.” (Apocalipsis 2:7).
2. Nos ayuda: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Romanos 8:26).
3. Nos guía: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. “(Juan 16:13).
4. Da ordenes y en ocasiones se nos opone: “Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió.”(Hechos 16:6-7).
5. Fortalece a los creyentes: “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.”(Hechos 9:31).
Como podemos ver, el Espíritu Santo es una persona, no un algo o un esto, sino un alguien. Y por la misma razón, debemos aprender a tener comunión con Él.
Entonces, ¿cómo debemos vivir diariamente para tener comunión con el Espíritu Santo? “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” (Hechos 2:38-39).
Lo primero para tener comunión con el Espíritu Santo es llevar una vida de arrepentimiento. Una vida como tal consiste en tener presentes aquellas cosas que no son gratas a los ojos de Dios y evitarlas decididamente.
Llevar una vida de arrepentimiento es vivir en humildad delante de Dios y cuando lo hacemos comenzamos a ser consolados por el Señor y fortalecidos por Él.
Lo segundo, para tener compañerismo con el Espíritu Santo es recibir el bautismo. Cuando creemos en el Señor Jesús, el paso siguiente es que debemos recibir el bautismo.
El Señor lo afirmó “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” (Marcos 16:16). Si usted ha creído en Cristo, debe ser sumergido en las aguas del bautismo y hacer pública su profesión de fe.
De esta manera, viviendo en arrepentimiento y después de recibir el bautismo, podemos disfrutar de una dulce comunión con el Señor sin impedimentos.
Con la venida del Espíritu Santo, tanto la paz como la esperanza y la fortaleza nos son impartidas en lo profundo de nuestra alma. Somos revestidos de una certeza y esperanza que antes no conocíamos.
Y al igual que los apóstoles, podemos llevar a cabo el ministerio que Dios nos ha encomendado, podemos testificar a otros con poder y muchos, al escucharnos, se arrepentirán y volverán a Dios.
El día de hoy usted puede experimentar la promesa de Jesucristo en su vida: “Porque la promesa es para los que creen, para sus hijos, para los que hasta ahora están lejos, y para todo aquel que el Señor llame” (Hechos 2:39).
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