El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila (Salmo 103:5).
El hombre es un ser que tiene hambre y sed. No solamente en el ámbito físico sino mayormente en el ámbito espiritual e interno. Por eso, busca por todos los medios de saciar su hambre a través del dinero, el poder, la fama, los placeres. Sin embargo, esto produce un hambre y una sed aún más intensas.
Para que podamos recobrar el gozo de vivir y el entusiasmo, la clave consiste en encontrar la fuente que puede verdaderamente saciarnos. Entonces, ¿quién puede saciar y satisfacer por completo al hombre?
La Biblia nos enseña: "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua" (Jeremías 2:13). Solo en Dios está la plenitud y la saciedad para nuestra alma. Él es la fuente.
Cuando reconocemos lo anterior y llevamos una vida de alabanza y bendición a Dios, entonces Él mismo nos llena de paz, al darnos tranquilidad en nuestra alma por medio de su amor y su gracia.
También, el Señor nos da confianza ante las adversidades de la vida. Solo Dios puede darnos una confianza tal para enfrentar la vida: "En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado" (Salmo 4:8).
No solo esto, sino que Dios nos da un propósito de vida. La tragedia más grande es aquella en la cual una persona pueda tener vida, tiempo, fuerza, pasión y talento, pero a su vez no sepa para qué usarlos. Sin embargo, en Dios, podemos encontrar el propósito y sentido de la vida.
Aquella persona que quiera ser saciada y vivir con alegría, primero tiene que reconocer que Dios es quien sacia y llena la vida. Al hacerlo, la paz, la confianza y el propósito vendrán automáticamente.
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