Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi (Éxodo 17:15).
Israel, el pueblo de Dios, aprendió una lección importantísima y de gran valor en su andar con el Señor en el desierto. Esta es una lección que nosotros también debemos mantener en nuestro corazón y nunca olvidar. Se trata de comprender y aceptar que Dios pelea nuestras batallas. En otras palabras, los cristianos debemos recordar que es Dios quien pelea por nosotros.
Cuando nos olvidamos de esta verdad y tomamos las situaciones en nuestras manos, lo que sucede es que comenzamos a llevar vidas desgastantes y de mucha frustración. Por ende, la mejor decisión es dejar la batalla en manos de Dios. Pero, ¿cómo podemos hacerlo?
En su experiencia, Moisés levantó los brazos a Dios. El significado de esta acción es la humildad y la dependencia de Dios. Cuando extendemos las manos a Dios estamos proclamando nuestra rendición y entrega a Él. Por consiguiente, para pelear la batalla espiritual uno tiene que rendirse a Dios.
También es importante vivir una vida humilde y sencilla, sin contienda ni conflicto. La Biblia dice: "Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza" (Romanos 12:20).
Cuando hacemos esto, la verdad es que estamos dejando a Dios pelear la batalla por nosotros. De esta manera, podemos ver su mano obrar y grandes milagros ocurren.
En nuestra lucha contra el pecado, el mundo y el diablo, solamente dependiendo de Dios podemos tener victoria. Es entonces cuando le conocemos como "Nuestro estandarte de victoria".
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