"Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso." (Éxodo 33:14)
En el libro de Éxodo, el cual nos relata la historia del pueblo de Israel en el desierto, encontramos una historia triste y muy amarga.
Cierto día, la voz de Dios habló a Moisés y le dijo que era momento de entrar en la tierra prometida, la cual Él había jurado que la daría a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.
Para Israel, había llegado el momento de dejar el desierto y encaminarse a lo que Dios tenía preparado para ellos. Ciertamente, la tierra de Canaán era una tierra buena, fértil, fructífera, en donde abundaban la leche y la miel.
Sin embargo, Dios le dijo a Israel que no iría con ellos sino que enviaría a un ángel que fuera delante del pueblo, el cual abriría camino y pelearía por ellos hasta darles la victoria sobre sus enemigos.
El relato se encuentra en Éxodo 33:1-3 y dice de esta forma: “1 Jehová dijo a Moisés: Anda, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré; 2 y yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo 3 (a la tierra que fluye leche y miel); pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino”.
En determinado momento de la historia, Dios le dijo a su pueblo: “Yo cumpliré mi Palabra y les daré lo que les prometí, pero yo no estaré en medio de ustedes. Yo no los voy a acompañar más, porque ustedes son un pueblo necio y duro”.
Las palabras que los israelitas escucharon aquel día estremecieron sus corazones al punto de hacerlos desfallecer. Lo que el pueblo escuchó en ese día triste y gris fue que, debido a sus pecados y a la dureza de su corazón, la presencia de Dios ya no estaría en medio de ellos.
Se les dijo que siguieran el camino, que entraran en la tierra de la promesa, que el ángel iría delante de ellos, pero Dios ya no estaría mas en medio de ellos.
Aquel Dios que descendió para abrirles el Mar Rojo, el Dios que puso fin a sus enemigos con brazo fuerte, el Dios que los alimentaba, este Dios poderoso y eterno, no estaría más con ellos.
Esto fue lo que hizo que ellos se llenaran de desesperación y que desfallecieran. Fueron estas palabras las que quebrantaron sus corazones: “yo no subiré en medio de ti” (Éxodo 33:3).
Los verdaderos hijos de Dios, quienes realmente han nacido de nuevo y tienen el corazón nuevo que Dios otorga, saben que no hay nada más importante, nada más serio ni nada más terrible que vivir sin la presencia de Dios.
El mensaje de Dios fue: “Yo les daré todo lo que les prometí. Les doy la tierra de la abundancia y la bendición sin límites, tierra que fluye leche y miel. Les entrego a sus enemigos. Tomen todo lo que quieran. Pero yo no estaré en medio de ustedes”.
Esta es una escena terrible, de tristeza y mucho dolor. Saber que se puede tener todo lo que se quiera en esta vida, pero que Dios diga: “Yo no estaré en medio de ti, por la dureza de tu corazón”.
Por eso, el pueblo de Israel desfalleció y se lamentó. El versículo 4 dice así: “Y oyendo el pueblo esta mala noticia, vistieron luto, y ninguno se puso sus atavíos”. Esta, verdaderamente era la más terrible de todas las noticias, el más terrible de todos los anuncios que una persona puede escuchar.
Permita preguntarle, ¿de verdad comprendemos la importancia de que la presencia de Dios no esté en medio de nosotros? No estamos hablando de tener riquezas, poder, estabilidad, buenas oportunidades, estamos hablando de no tener la presencia de Dios en medio de nosotros.
Los israelitas comprendieron lo terrible del asunto. Por eso, se vistieron de luto, como si se tratara de un funeral. ¿Qué puede ser peor que la presencia de Dios le sea retirada a un pueblo? ¿Qué puede ser más terrible que tener todas las riquezas, el poder, la fama, pero no tener a Dios?
Esto fue lo que movió a Moisés a ir delante de Dios. Se apartó del campamento de los israelitas, caminó solo y levantó una tienda en medio del desierto. En esa tienda de reunión, Moisés se encontró con Dios. Por eso, Éxodo 30:11 dice: “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero”.
Moisés le dijo a Dios: “Si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos” (v. 13). Era tal la desesperación por la mala noticia recibida que el pueblo tomó la decisión de no avanzar hasta saber que Dios estaría en medio de ellos.
Entonces, la Palabra de Dios vino a Moisés por segunda vez, pero en esta ocasión para darle una convicción invaluable. El Señor le dijo: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (v. 14), “Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (v. 15).
Quienes son realmente hijos de Dios saben y reconocen que ningún bien, ningún éxito ni ninguna gloria tienen valor si Dios no está con ellos.
La presencia de Dios es la que da descanso verdaderamente. No son las riquezas, ni el poder, ni la fama lo que satisface al hombre, sino solamente Dios.
El Salmo 42:1 dice así: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”. Este es un clamor por la presencia de Dios. No es un clamor que busca los bienes que Dios da, sino que busca a Dios mismo.
Amados, el Dios de la Biblia es un Dios de descanso y paz. Sin embargo, la dureza de corazón, la obstinación, el resentimiento, nos privan de esta bendición.
Ciertamente, la presencia de Dios no nos es retirada a los que por medio de Cristo hemos sido justificados. Pero a menudo, por nuestra dureza nos volvemos insensibles, indiferentes, fríos espiritualmente.
Debemos vivir con la convicción de que el Dios de la Biblia es un Dios de reposo. Y debemos valorarlo a Él por encima de cualquier otra bendición. El Señor debe ser nuestra mayor riqueza y bendición. El Salmo 16:5 dice: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa”. Que Dios sea nuestra riqueza, nuestra herencia y porción.
Opmerkingen