Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Salmo 46:1).
Como hijos de Dios, debemos aprender a dejar toda situación que nos aflige en sus manos. Este es un privilegio y una bendición de la que los hijos de Dios disponen. Aquella persona que aun no sabe cómo poner el problema o la situación límite en las manos de Dios, o aquella que se resiste a hacerlo, sin lugar a dudas estará llena de preocupación y ansiedad, y será arrastrada por la corriente de infelicidad.
Como ya hemos dicho, para que podamos dejar todo en manos de Dios, el primer paso que tenemos que dar es el de comprender que verdaderamente Él está con nosotros, nos ayuda y obra en nuestra vida el día de hoy. Sin embargo, existe un aspecto más que debemos considerar antes de hablar en concreto sobre dejar todo en manos de Dios.
Este aspecto del que estoy hablando, y del que quiero que reflexionemos el día de hoy, consiste en responder a la pregunta: “¿A dónde voy cuando tengo un problema?” Quisiera que el día de hoy pensáramos en esta pregunta. Esto lo digo porque, si fallamos en responder a esta cuestión, nos será imposible dejar algo, aunque sea lo más pequeño, en manos de Dios.
Todas las personas sufren. Todos atravesamos grandes o pequeñas desilusiones a lo largo de nuestra vida. Pero, ¿a dónde va usted cuando tiene un problema?
Desde la persona que tiene malentendidos y desacuerdos con el esposo o la esposa. La familia que experimenta la ausencia de uno de los padres. O la madre que está preocupada por el hijo que se fue de casa. Todos estos son problemas que afligen el corazón. La persona que tiene una gran deuda y el negocio no está produciendo lo suficiente. O la persona que no encuentra satisfacción en el trabajo y se siente frustrada. Hasta el joven que no encuentra su propósito y se siente desanimado en los estudios. Este tipo de problemas afligen el alma y nos llevan a la desesperación.
El año pasado me robaron mi camioneta y el domingo pasado, al morder una fruta que estaba muy dura, se me rompió una muela. Escuché a una hermana decirme el domingo: “Mis hijos no quieren entregar su vida a Cristo”. Y un hermano perdió su cartera con todo el dinero de la quincena.
En palabras más simples, todos sufrimos, todos lloramos, todos tenemos problemas. Pero, el lugar al que usted va cuando tiene un problema dice mucho de la fe que usted tiene. Y lo que usted hace con ese problema y la actitud que presenta, en realidad revela la fe de usted. Hay quienes, ante un problema, van al bar o al antro, a beber alcohol y a enviciarse. Otros, ante la situación límite, corren al juego, a las apuestas, a las distracciones. Otros, cuando hay una aflicción en su camino, van a la habitación, cierran las cortinas y se echan a llorar en depresión. Permítame preguntar nuevamente, ¿a dónde va usted cuando sufre?
Muy a menudo, las palabras que uno dice evidencian lo que hay en el corazón. Es decir, las palabras muestran la fe que vive en el corazón. El Salmista, declaraba abiertamente su fe ante un problema. Y ante una aflicción, él podía responder con toda sinceridad: “Yo voy a Dios. Cuando sufro, yo corro a Dios”. En el Salmo 46:1, encontramos una asombrosa declaración de “a dónde ir” cuando hay problemas: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.
Se dice que un día, el reformador Martín Lutero, estaba muy deprimido y desanimado. Era tanta la presión y el compromiso que colapsó emocionalmente. En esa desesperación, él decía que ya no podía con la tarea que Dios le había encomendado. “Esto es demasiado para mí” vociferaba por todas partes. “No puedo, no puedo”. Al verlo, su esposa, se vistió de negro, como si fuera a un funeral. Y se acercó a él llorando.
Martín Lutero le dijo: “¿Qué sucede? ¿Quién murió?” Y ella le respondió, con una voz muy triste: “Querido, ¡Dios, Dios ha muerto!”. Al oír estas palabras, Lutero le dijo: “¿Qué blasfemias son estas que dices? ¿Cómo me vas a decir que el Dios eterno e inmutable ha muerto? Dios no puede morir. ¡No debes decir tal cosa ni siquiera en broma!” Su esposa le respondió: “Entonces, ¿por qué estás tan deprimido y desalentado como si Dios estuviera muerto y ya no existiera?”
Solo entonces, Martín Lutero comprendió la verdadera intención de las palabras de su esposa, y se arrepintió de su necedad. A partir de ese momento, comenzó a trabajar con fuerzas renovadas. A veces, nosotros también nos desanimamos y nos deprimimos en el mundo. Pero, amados, Dios no esta muerto. Por lo tanto, no actuemos como si estuviéramos solos y desamparados. Ante un problema, vengamos delante de Dios.
Cuando era niño, el lugar más placentero y seguro eran los brazos de mi padre. De la misma manera, corramos a los brazos fuertes de aquel que no conoce la dificultad. Corramos a los brazos del Todo suficiente, quien no puede ser sorprendido por ningún problema o aflicción. Son los brazos de Dios. Corramos a los brazos de Dios.
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