"Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes." (Deuteronomio 30:19)
Supe de la historia de dos hermanos gemelos que fueron criados por un padre alcohólico. Uno de ellos, al crecer e irse de casa se volvió alcohólico igual que su padre.
Un día le preguntaron: “¿Por qué te convertiste en un alcohólico?” A lo que él respondió:
“Todo se debe al mal ejemplo que recibí de mi padre. Sufrí tanto y quedé tan marcado que no me quedó otra opción”.
El otro niño, eventualmente también creció y se volvió un hombre, pero a diferencia de su hermano, jamás probó una sola gota de alcohol en toda su vida.
Alguien que se percató de la diferencia que existía entre él y su hermano, le preguntó: “¿Por qué no te convertiste en un alcohólico?”
Este segundo hombre respondió: “Todo se debe al mal ejemplo que recibí de mi padre. Sufrí tanto y quedé tan marcado que no me quedó otra opción”.
Esta historia siempre me ha llamado la atención por lo siguiente:
Se trató de un solo padre, un solo ejemplo, pero las decisiones fueron diametralmente opuestas.
Se dice que la vida se construye a base de decisiones. Las únicas personas que ya no están tomando decisiones son las que ya están en la tumba. Es decir que mientras vivamos y estemos en esta tierra no dejaremos de tomar decisiones.
Desde luego, hay decisiones pequeñas que por lo general no tienen mayor relevancia ni impacto en nuestra vida. Por ejemplo, qué ropa me voy a poner, qué peinado voy a usar, qué comida voy a elegir: carne, pollo, pescado, etc. Todas estas decisiones a menudo no trascienden más allá de lo común.
Sin embargo, hay decisiones más grandes, más trascendentales que definen nuestra vida y nuestro destino.Por ejemplo, con quién me voy a casar, en dónde voy a vivir, qué carrera voy a elegir, etc. Todas las decisiones que tomemos el día de hoy, tendrán un efecto el día de mañana. Esta es una ley de vida.
Alguien dijo que “las acciones del hoy viajarán al mañana con una maleta llena de consecuencias”.
Esta es la razón por la que debemos aprender a tomar decisiones sabias, que tengan su fundamento en la Palabra de Dios.
Si tomamos decisiones equivocadas, atraeremos a nuestra vida consecuencias desastrosas que dejarán tras de sí una estela de desilusión y tristeza.
En consecuencia, debemos meditar profundamente en las decisiones que estamos tomando el día de hoy a fin de atraernos la felicidad, el gozo y la paz.
Dios le dijo al pueblo de Israel, en Deuteronomio 30:19, lo siguiente:
“Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes”.
Esta misma realidad es a la que nos enfrentamos el día de hoy. Tenemos que elegir qué clase de vida vamos a vivir. Depende de nosotros si vamos a vivir en medio de la bendición o en medio, rodeados, de la maldición.
Actualmente, muchas personas culpan al destino, a la casualidad, a la suerte o al azar por la clase de vida que llevan.
Muchos que han fracasado, se cruzan de brazos y culpan a lo externo por su condición triste y desilusionada.
Desde luego, elegir una postura como esta puede anestesiarnos contra la realidad, pero no puede cambiar el hecho de que Dios nos ha dado a elegir.
Puede que, al culpar a la casualidad o a otros (incluso) nos sintamos menos culpables, pero eso no cambia el hecho de que Dios nos dió la responsabilidad de elegir.
Muchas personas que se ocultan detrás de este argumento, concluyen que la razón de su infelicidad radica en otros y en el entorno. Lo cierto es que cada persona elige la vida que va a vivir. Cada persona es responsable por la actitud que adopta frente a una circunstancia.
Francamente, no importa la situación que estemos atravesando ni lo oscuro que pueda parecer el panorama, somos nosotros los que decidimos la clase de vida que vamos a vivir.
Dios pone frente a nosotros la vida o la muerte, la bendición o la maldición y nos invita a tomar una decisión.
Quiero preguntarle ¿qué clase de vida va a llevar usted a partir de hoy?
De la misma forma como en el huerto del Edén se encontraban tanto el árbol de la vida como el árbol del conocimiento del bien y del mal, así también en nuestra vida, frente a nosotros hay un camino que guía a la felicidad y otro que encamina a la destrucción.
De ahí mi pregunta para usted, ¿qué camino va a elegir? ¿Qué decisión tomará?
La elección que hagamos definirá nuestra vida y alcanzará nuestro destino. Estoy seguro que la mayoría de nosotros responderá que quiere la bendición y la vida, que elige la felicidad de Dios y entrar en su camino.
Entonces, nos surge una nueva pregunta: “¿Cómo podemos elegir esta clase de vida y bendición?”
La respuesta se encuentra en Deuteronomio 30:20. Dice así:
“Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida, y por él vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob”.
Permítame explicarle el significado de este pasaje, ya que es la continuación directa del versículo que dice que Dios nos da a elegir entre la vida y la muerte. Si queremos entrar en ese camino de felicidad, de paz, de promesas, el camino de la bendición, el primer paso que tenemos que dar consiste en amar a Dios.
“Ama al Señor tu Dios” es lo que dice el versículo 20. Ahora, ¿qué es el amor?
En la sociedad moderna, el amor se ha malentendido. A través de las páginas de la historia, el concepto del amor se ha tergiversado y se ha visto terriblemente diluido.
Sin embargo, en la Biblia, el significado del amor es compromiso y entrega absoluta.
Es darnos por completo a Dios de manera que, con anhelo y deseo, nos ponemos en sus manos para que Él nos dirija.El amor es la decisión de entregarnos sin reservas.
Toda persona debe tomar la importante decisión de si seguirá al Señor y hará su voluntad o si vivirá de acuerdo a sus pensamientos.
Además de lo anterior, el amor involucra conocimiento. Siempre estoy diciéndole a la gente en la iglesia que no se puede amar lo que no se conoce. El amor resulta del conocimiento. De modo que para amar a Dios, primero debemos dedicar tiempo para conocerlo y descubrirlo y que podamos elegir la vida y la bendición, debemos, además, obedecer al Señor con fidelidad.
Entonces, ¿qué significa esto?
Para poder obedecer a Dios con fidelidad, primero debemos escucharlo y aprender sus mandamientos.
El Señor nos dice que para escoger la vida y vivir en plenitud debemos atender a su voz.
Esto significa meditar en la Palabra de Dios y ponerla por obra. Es el acto de tomar la Biblia y leerla con pasión y devoción.
Josué 1:8 dice así:
“Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito”.
Una actitud muy noble y piadosa que los hijos de Dios deben manifestar, consiste en poner la voluntad de Dios antes que la propia. Esto significa decirle al Señor, antes de tomar una decisión importante: “Padre, ¿Es esto algo agradable para ti? ¿Te honra esto que haré?”
Si siempre buscamos hacer la voluntad de Dios, no hay manera en la que podamos fracasar. Muchas personas temen hacer un compromiso serio con Dios y entregarse por completo a Él. Porque piensan que Dios los llevará a un destino confuso, doloroso y amargo:
"Y si Dios me falla, y si no cumple lo que me ha dicho, y si me abandona?"
Sin embargo, vale la pena mencionar que esto no es así. Nunca se ha visto a una persona que se haya comprometido con Dios y le haya rendido su vida, y que haya quedado defraudado o que haya sido traicionado por Dios. Tal cosa nunca puede suceder. No ha sucedido antes y no sucederá ahora. Si una persona, verdaderamente se compromete con Dios, Dios se comprometerá con ella.
El Salmo 34:5 dice así:
“Radiantes están los que a él acuden; jamás su rostro se cubre de vergüenza”.
¿Quiénes son los que acuden a Él? Está hablando de los que se han acercado a Dios y han dado un paso de fe y confianza en Él.
Jamás quedarán avergonzados, defraudados, traicionados u olvidados. No debemos temer el entrar en un compromiso con Dios y entregarnos a Él por completo. Dios pone delante de nosotros la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Somos nosotros los que escogemos que clase de vida vamos a llevar.
Para disfrutar la bendición, para florecer y experimentar su favor, debemos amar a Dios con un corazón sincero y comprometido.
Debemos dedicar tiempo a conocerle a través de las páginas de la Biblia. Además, debemos proponer que viviremos de acuerdo con su Palabra. Que haremos su voluntad por encima de todo. No tema hacer compromisos con Dios, no tema obedecerle de corazón, aún cuando otros se burlen de usted o le aseguren la destrucción y el fracaso.
Los rostros de aquellos que se aferran a Dios nunca quedan defraudados o avergonzados. En síntesis, si usted quiere vivir una vida llena de luz tiene que echar fuera las tinieblas mediante la obediencia a Dios y los principios bíblicos.
De este modo, su vida estará llena de bendición y usted podrá ayudar a muchas personas. Que Dios le bendiga.
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