"Bendeciré a Jehová en todo tiempo,su alabanza estará de continuo en mi boca."(Salmos 34:1)
Cada situación que viene a nuestra vida, no es buena ni mala esencialmente, sino que depende de cómo la interpretamos. La lluvia puede ser algo bueno si uno está en casa, con un café caliente y debajo de las cobijas. Pero puede ser algo negativo si uno se encuentra caminando en la calle sin sombrilla.
De modo que todas las cosas vienen a nosotros en un estado neutral. No son ni buenas ni malas. Podemos ver nuestras vidas a través del lente de la fe o a través del lente del temor. Todo depende de nosotros.
Vea la vida con los ojos de la fe
David, antes de ser rey de Israel, atravesó muchas dificultades e injusticias. Sin embargo, él optó por el camino de la fe en lugar de la senda de la queja y la murmuración.
Aunque era perseguido constantemente por sus angustiadores, tomó la firme decisión de bendecir y alabar a Dios sin importar cuál fuera su situación o lo adverso de la temporada que estaba viviendo.
En el Salmo 34:1 leemos lo siguiente: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca”. Esta es una declaración poderosa. Él estaba diciendo: “Señor, te bendeciré en cada etapa y circunstancia de mi vida. No importa la ocasión, te alabaré continuamente y lo diré con mi boca”.
Más tarde, él llegó a ser rey de Israel y las promesas de Dios finalmente se cumplieron en su vida. ¿Qué lo hizo tan diferente al rey Saúl, que era su antecesor y quien perdió el favor de Dios?
La clave estuvo en su decisión de obedecer y bendecir a Dios sin importar la situación que estuviera viviendo. Él dio el paso de fe para vivir entregado a Dios en todo tiempo y ocasión.
Alabar a Dios es tomar la decisión de ver la vida con ojos de fe y esperanza, creyendo que Dios es bueno y qué nuestras vidas están bajo su cuidado. Y cuando caminamos por esta senda, podemos gozarnos en Dios y alabarlo con sinceridad.
Dicho de otra forma, cuando alabamos a Dios, en realidad estamos viendo la vida con nuevos ojos. Estamos apartándonos del fatalismo y el pesimismo, para creer en la bondad de Dios que sojuzga todas las cosas.
El comentarista bíblico Matthew Henry, fue asaltado por unos ladrones que le arrebataron la cartera y un viejo reloj de bolsillo que siempre cargaba.
Después de aquella experiencia, él escribió lo siguiente en su diario: “Señor, ayúdame a alabarte y darte gracias por todo. Primero, porque nunca antes había sido robado hasta hoy”.
“Segundo, porque aunque se llevaron la cartera y el reloj, no me quitaron la vida. Tercero, porque aunque se llevaron todo lo que tenía, no eran cosas de mucho valor. Y cuarto, porque fui yo quién fue robado y no quien robó”.
En ocasiones, en lugar de dar gracias y alabar a Dios, nos anticipamos al desenlace de la historia y afirmamos que todo es malo y un desastre, y que todo resultará de manera negativa. No damos el paso de fe y alabamos a Dios.
Francamente hablando, muchas de nuestras angustias y preocupaciones no son reales sino que nos aferramos a pensar que todo es un fracaso. Nos convertimos en jueces que sentenciamos a la derrota a nuestro propio destino.
Un estudio realizado por la Clínica de la Salud Mental, en California, determinó que un 83% de los problemas de la sociedad actual no se basan en la realidad sino en suposiciones negativas. De modo que la mayoría de los problemas, son producidos en nuestra mente por una actitud negativa y pesimista.
Como cristianos, nuestras vidas tienen que ser diferentes. En lugar de vivir como esclavos de la ansiedad y la preocupación, tenemos que contemplar a Dios por encima de nuestros problemas y creer que Él nos ayuda a resolver toda situación.
Continuamente, así como se golpea un clavo en repetidas ocasiones hasta que se queda firme en el concreto, tenemos que recordarnos la verdad de que nuestras vidas no están en manos del destino ni de la suerte, sino en manos de un Dios poderoso, soberano y bueno.
Tenemos que vivir con esta convicción escrita en nuestras mentes: “Dios es el dueño de mi vida. Él es quien guía mis pasos y cuida mi camino”. A pesar de que hoy nos encontremos en medio de problemas o aflicciones, no sabemos qué bendiciones nos tiene reservadas la Providencia Divina.
Dios nos declara en su Palabra la verdad acerca de toda circunstancia que vivimos. En Romanos 8:28 leemos lo siguiente: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.
El apóstol Pablo dice: “Sabemos”. Eso significa: “No es una teoría, una hipótesis, una suposición que tenemos. No, es una certeza”. Por eso, como hijos de Dios debemos afirmar que, aunque tenemos problemas y adversidades, todas las cosas nos ayudan a bien a los que amamos a Dios. Y debemos proseguir a alabarle con un corazón rendido y entregado.
El Dios que nos eligió es también quién cuida nuestros pasos. Por ende, no debemos impacientarnos y afirmar que todo terminará mal. Antes, tenemos que dar lugar a la Providencia de Dios. No nos anticipemos a la obra de Dios. No digamos que todo está mal, porque solo el Señor sabe qué es lo que está haciendo en nuestras vidas. Este es el paso de fe que tenemos que dar.
Hubo una vez un campesino que era muy sabio. Aquel hombre trabajaba la tierra y a lo largo de su vida había aprendido la valiosa lección de esperar en Dios antes de dar una sentencia sobre las situaciones de la vida.
Un día, su hijo vino corriendo ante él y le dijo: “Padre, el caballo se ha extraviado ¡qué desgracia!” El hombre le dijo: “¿Por qué lo llamas desgracia? No te adelantes a la providencia de Dios. Espera y veamos qué viene de la mano del Señor.
A los pocos días, el caballo regresó acompañado de otro caballo. Esta vez, el hijo exclamó: “¡Padre, qué suerte! Nuestro caballo ha traído otro caballo”. El padre le respondió: “¿Por qué lo llamas suerte? Eso no existe. Aunque parece ser algo bueno, no te adelantes a la Providencia Divina. Espera y veamos qué viene la mano del Señor”.
Pasados unos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, pero como era muy salvaje, tiró al suelo al muchacho, y al caer, su pierna se fracturó. Entonces, le dijo al padre: “¡Qué desgracia! Me rompí la pierna”.
El padre, con mucha sabiduría, le respondió: “¿Por qué lo llamas desgracia? Recuerda, no te adelantes a la providencia de Dios. Esperemos y veamos qué viene de la mano del Señor”.
Pocos días después, pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jóvenes para llevarlos a la guerra. Vinieron a casa del campesino, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.
Finalmente, el joven comprendió que nunca hay que ir delante de Dios ni adelantarse a su Providencia. De la misma manera, seamos humildes delante de Dios. Esperemos en Él y alabemos su nombre sin importar la situación que estemos viviendo.
No afirmemos que todo está mal o que todo resultara en un fracaso. No nos adelantemos a la Providencia de Dios sino esperemos y veamos qué viene de la mano del Señor.
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