Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos (Mateo 15:27).
Dios, nuestro Padre, obra y hace milagros en la vida de sus hijos cuando ellos se aferran a la vida y a la esperanza. Hoy en día, hay muchas personas que oran, pero que no reciben una respuesta. No es que Dios no pueda responder, mucho menos que no quiera. Todo se debe a que Dios solo considera las oraciones en la medida en que sus hijos esperan recibir una respuesta.
Hace tiempo leí una historia que me hizo reflexionar sobre la manera en la que he orado y cómo debo orar a partir de ahora. Se trata de un cocinero real que había sido condenado a muerte por el rey debido a que había servido una comida insípida y mal cocida. El día de su ejecución, había junto a él un ladrón y un desertor.
El rey miró al ladrón y le dijo: “Por tus crímenes y tus fraudes, te enviaré a los leones, ¿tienes algo qué decir en tu favor?” Pero el ladrón, intimidado por el rey, no respondió nada. Entonces, el rey mandó que lo echaran en la fosa. Solo se escucharon gritos desgarradores y desesperados.
Seguido de eso, el rey dijo al desertor: “Por haberte negado a pelear por mí y por haber dejado el ejercito, te mandaré a la horca, ¿tienes algo qué decir a tu favor?” Pero el desertor, también intimidado, no respondió nada, así que fue llevado a la horca.
Por último, el rey miro al cocinero y antes de que pudiera decirle algo, el cocinero se postró y grito: “¡Rey, perdóname la vida! Solo en tu mano está el poder para librarme de la muerte. Verdaderamente quiero vivir. Concédeme el vivir y te serviré para siempre”. El rey sonrío y, después de una pausa, dijo: “Si los otros hubieran clamado por su vida como lo has hecho tú, los hubiera dejado vivir. A ti te concedo la vida. Vive hombre”.
En ocasiones, la respuesta a nuestras oraciones, nuestro destino, si hemos de vivir o no, se reduce a cuánto queremos vivir y cuánto anhelamos un milagro. Y Dios nos concede los beneficios de su reino en la medida en la que estamos aferrados a Él. Miren la determinación del salmista en los siguientes pasajes: Salmo 54:1-2, 55:1-2, 56:1-3, 57:1-3. Y la lista sigue.
El que no ora con fervor y pasión no puede ver el poder del reino de Dios en su vida. El reino de Dios incluye la bendición de la sanidad divina, es decir, cuando Dios sana nuestra enfermedad. Incluye la liberación de la opresión del diablo. Incluye la paz, el gozo y la justicia. Y además incluye la restauración familiar. Pero es imposible ver este poder actuando en nosotros si no estamos aferrados a la vida.
Hubo una mujer Cananea, la cual tenía una hija que era gravemente atormentada por un demonio. En los tiempos previos a la venida del Mesías, ante la opresión demoniaca no había nada que se pudiera hacer. Solamente había dolor y desesperación. No había en todo el mundo un remedio para tratar este problema.
Pero cuando esta mujer supo que el Señor Jesús venía pasando por su pueblo, ella lo siguió clamando por ayuda (Mateo 15:21-22). No obstante, el Señor Jesús siguió su camino sin responderle palabra (v. 23-24). Aun después, ella vino y se postró a sus pies y clamó desesperada (v.25).
La respuesta que todos esperamos es que el Señor actúe a favor de esta mujer. Sin embargo, no fue así. Él dijo unas palabras que nos siguen asombrando a todos: “Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (v. 26). Es como si el Señor dijera: “Este favor y esta gracia no es para ustedes aún”. Cualquiera se hubiera indignado por el trato del Señor. Pero esta mujer estaba aferrada a la vida y a la esperanza.
Esa fue la razón por la que dijo: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). Esto dibujo una sonrisa en el rostro del Señor. Y sucedió lo siguiente: “Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora” (v.28).
¿En dónde estuvo la fe de esta mujer? En su profundo deseo de vivir y por estar aferrada a la esperanza. Si usted espera que el asombroso poder del reino de Dios venga a su vida, primero debe aferrarse a la vida y debe querer ver la obra de Dios con todo su ser. Entonces, el Señor le dará la comida de la mesa de los hijos.
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